25/8/15

Historieta Feliz Año Nuevo, Revista Intervalo, Editorial Columba







Historieta Apostar el Corazón, Revista Intervalo (ilustraciones: Andrade / Saichann)












Cuento "Voy a perder la cabeza por tu amor" (Libro "Irremediablemente Románticos", Ediciones Argentinidad, 2014)



La muchacha llevaba un ramo de flores acunado en su pecho. Caminaba despacio, como si no le importara la lánguida lluvia que caía mojando las cruces y lápidas del cementerio de la Chacarita. Era hermosa, demasiado quizás. Y sonreía mientras sus pasos la conducían por los senderos flanqueados por los monumentos funerarios. Al fin se detuvo ante una lápida. Se inclinó, quitó las flores secas que contenía en florero, lo agitó y una breve catarata de agua negruzca cayó del recipiente. Luego, amorosamente y una por una colocó en el mismo las flores que llevaba.
Eran rosas rojas. Media docena de rosas rojas. Una flor inusual para llevar a un difunto. Bien es sabido que las rosas rojas son un reconocido símbolo de pasión.
Se persignó. Besó la cruz que colgaba de la cadenita de oro de su cuello. Luego juntó sus manos y se quedó parada allí. Estólida y solitaria bajo la llovizna que seguía llegando del cielo, tan lánguida y tristona como cuando ella había puesto pie en la entrada del cementerio en aquel domingo de otoño.
Si alguien se hubiera puesto a su lado habría descubierto que ella hablaba. Lo hacía con suavidad, con dulzura. Susurrando.
-He venido a verte, amor mío…-decía.



-No es posible, Marcela. No es posible que vivas así.
Los ojos de Lucía echaban chispas y su tono no dejaba lugar a dudas de la frustración que la embargaba. Y la destinataria de aquella frase, su hermana menor, la recibió con una sonrisa.
-¿Así…como?
-Gustavo murió hace un año en aquel accidente automovilístico. Comprendo tu dolor, pero…
-¿Pero…?
-Desde su funeral no has faltado un domingo al cementerio. Al principio, bueno…era entendible. Pero…la vida sigue, Marcela-aquí el tono de Lucía se suavizó- sos joven. Tenés solo veintiocho años. Habrá otros hombres…
-Nunca los habrá-un destello de furia asomó en las oscuras pupilas de su hermana.
-Voy a salir con unos amigos el sábado. Me gustaría que fueras conmigo. Te hará bien, cariño- Silvia dio un paso y posó sus manos sobre los brazos de su hermana.
-No vas a lograr que lo olvide. Ni vos ni nadie ¿Entendés?
-No intento eso. Sé que lo vas a guardar para siempre en tu corazón. Lo sé. Pero no quiero que te destruyas.
-Ibamos a casarnos…faltaban solo tres días para la boda cuando él tuvo ese accidente con su coche cuando regresaba de una viaje de negocios de Mar del Plata…-Marcela tenía los ojos brillantes.
-Hermanita…
Marcela estalló en llanto y se cobijó en el pecho de su hermana y lloró. Lloró, estremecida por ese amor que nunca más sería.


-Es una historia triste la que me contaste de tu hermana.
Lucía Gallardo se quedó mirando a su amigo y compañero de oficina Dardo Forti. Ambos estaban compartiendo un café en un local cercano a la oficina en que trabajaban.
-Lo es, Dardo. La pobre está en un pozo de sombras desde hace casi un año. Solo vive para su trabajo. Más de una vez la he visto sacar el vestido de novia que iba a usar en su boda y tenderlo sobre su cama. He intentado que salga a divertirse, a recuperar la alegría que perdió, lo hice una y otra vez. Y es inútil. A veces temo por su salud mental.
-¿Y la salida que tenemos programada con los muchachos de la oficina para este sábado?
-Tiempo perdido. Se encerrará en su cuarto, y como una viuda, el domingo hará su infaltable visita al cementerio. Te juro que no sé que hacer. Y todo por…
-¿Ibas a decir algo…?
-Por un hombre que no la merecía.
Forti achicó los ojos.
-¿Ese novio que murió en el accidente?
-Era un canalla. Viajaba con una mujer, su amante, cuando se estrelló frontalmente contra aquel camión.
-No entiendo. ¿Y ella…aún atesora su recuerdo, después de eso?
-Ahí está el problema. Cuando recibimos la noticia, quedó en estado de “shock”. Nadie se atrevió a decirle que relación unía a su futuro esposo con esa mujer, que casualmente trabajaba en la misma empresa que el difunto. Yo lo supe tiempo después, por boca de un conocido. Entre sus amigos era cosa sabida que Gustavo Larroca era un verdadero donjuán…y mi pobre hermana y nadie de mi familia lo sabía.
-Carajo. Pero…debiste decírselo…
Marcela miró su pocillo ya vacío de café con tristeza.
-Se lo dije tres meses después. Su reacción fue terrible. No me habló por semanas. Y cuando lo hizo fue para denostarme por…por pretender ensuciar la memoria del hombre que amaba locamente.
-Diablos- Dardo Forti se mesó la barbilla.
-Pobrecita. Tengo miedo por ella. Temo que termine mal. Esta… esta obsesión que tiene…Dios, no quiero ni pensarlo.
-Quiero conocerla.
-¿Qué dijiste?
-Que quiero conocer a tu hermana Marcela. Ya no se ven personas así, que aman con tanta desesperación, con tanta intensidad.
-Dardo, me sorprendés. Tenés treinta y cinco años y siempre has declarado que vas a morir soltero.
-No dije que quiero enamorarme de ella. Dije que quisiera conocerla…



Ilustración Miguel Castro Rodríguez
-En serio, Marcela. Me tenés que hacer ese favor.
Había una nota implorante en los ojos de Lucía, mientras se maquillaba frente al espejo.
-Somos dos parejas. Cena y baile. Y la otra chica acaba de decirme que tuvo un imprevisto y no podrá ser de la partida. ¿Te das cuenta? Y justo la pareja de mi mejor amigo, Dardo Forti.
-Lo siento. No cuentes conmigo, Lu. No soy buena compañera para nadie. Decile la verdad a tu amigo. Lo entenderá.
Entonces, el timbre del portero eléctrico se dejó escuchar. Marcela dio un vistazo a su reloj pulsera. Las 22 horas en punto.
-Me temo que ya no hay tiempo.
-No entiendo ¿De que estás hablando?
-Que no le dije nada a Dardo, el cual quedó en pasarme a buscar con Daniel, el muchacho con quien…bueno, parece que vamos en serio. Los que están tocando el portero eléctrico son ellos.
Marcela se la quedó contemplando boquiabierta.
-¡Oh, Dios…!-murmuró.
Lucía la miraba implorante. El portero eléctrico volvió a dejarse oír. Lucía fue y contestó.
-Hola. Suban, por favor-dijo.
Se volvió y siguió mirando a su hermana con ojos de carnero degollado.



Eran dos apuestos tipos de hombre, aunque no podían ser más distintos. Daniel, rubio y deportivo, Dardo, alto, delgado y de aire intelectual. Daniel tomó en brazos a Lucía y la besó largamente.
-Mi hermana se está vistiendo-dijo Lucía cuando pudo apartarse de las efusividades de su casi novio.
-¿Gustan un trago?-preguntó. Ellos aceptaron y Lucía sirvió un par de martinis “on the rocks”.
Marcela apareció ante los tres, diez minutos después.


-Te presento a Daniel, mi…
-Tu novio- replicó el aludido estampando un beso en la mejilla de Marcela.
-Y a tu pareja de esta noche, Dardo Forti.
Dardo se la había quedado mirando. Era hermosa como un sueño. Y con un rostro irremediablemente triste. Sus labios temblaron cuando besó la tersa y fragante mejilla de la menor de las hermanas Gallardo.
-No me dijiste que tu hermana sería mi compañera de esta noche.
-Me gusta dar sorpresas- aquí, Lucía cambió una significativa mirada con Marcela que apenas podía contener sus nervios.
Aquel desconocido de elegante presencia no le había resultado indiferente.
Quince después, el automóvil guiado por Daniel Lloberas rodaba por las calles de Buenos Aires llevándolos hacia la zona de restaurantes de Puerto Madero.




-Me dijiste que era una amargada…
-¿Qué?
-Que tu hermana era una amargada- Daniel bebió una copa de aquel vino dulzón y señaló con un arqueo de cejas a la pareja que, entre otras, bailaba un romántico bolero en medio del salón.
-Dios.  Y no sabés cuanto me alegro de haberme equivocado.
Bastaba ver la expresión de Marcela apretujada entre los brazos de Dardo para comprender ambos comentarios. La menor de las hermanas Gallardo no parecía la misma triste y oscura personita a la que Lucía estaba acostumbrada. El cambio había comenzado en medio de la cena, que incluía show y baile. Las bromas y la simpatía de Dardo habían abierto una brecha en la coraza de Marcela. Escucharla reír de aquellos chascarrillos fue una sorpresa y una tremenda alegría para Lucía.
Había florecido magia entre ellos, no cabía duda. Hasta un ciego podía ver los síntomas. Lucía se felicitó para sus adentros, por la arriesgada jugada que había concretado.


-Hola.
Dardo se levantó del asiento en que estaba en aquel café al verla transponer una de las puertas del local. Intercambiaron un beso en la mejilla y luego se sentaron frente a frente. El mozo se acercó.
-Un té con leche, por favor.
Dardo añadió al pedido otro pocillo de café. Marcela se notaba nerviosa. La forma que estrujaba su cartera lo denotaba y también el temblor de sus perfectos labios.
-¿Qué pasa? ¿Algún inconveniente?
-No…no debemos vernos más…
-No entiendo. Desde aquella noche en Puerto Madero, la noche en que te conocí, no puedo dejar de pensar en vos. ¿Es algo que hice o dije?
La diestra de ella se apartó de la cartera y se extendió hasta tocar la suya. En ese instante apareció el mozo con los pedidos y al ver la escena, les sonrió. “Dos enamorados” pensó el hombre. Puso taza y pocillo en la mesa y se marchó.
-No. Ha… ha sido muy lindo el conocerte, te lo juro. Pero yo…no puedo…de verdad no puedo. Nos hemos visto seis veces y…
-Siete. Las llevo contadas.
-Podemos ser amigos…
-¿Amigos? Claro que podemos serlo. Pero yo quiero ser más que eso, Marcela. ¿Sabés? Siempre me ufané  que moriría soltero. De que ninguna mujer podría enamorarme. Salí con cincuenta chicas y te juro que es no verso. Pero todo terminó el día, mejor dicho la noche en que te conocí.
-No soy buena compañera. Soy una tristona compulsiva.
-No me parece. Conmigo, durante nuestros encuentros reís y te mostrás vivaz. ¿Te acordás del paseo en el Tigre? ¿Cuando la lancha de paseo se zarandeaba demasiado y un chicotazo de agua nos bañó? Reímos a carcajadas, los dos.
-Sí. Admito que son agradables recuerdos. La pasé bien, en serio. Pero…no quiero darte esperanzas. No pierdas tu tiempo conmigo.
Siguió un silencio tan amargo y tenso entre ambos. La mano de Marcela se retiró de la Dardo.
-Eso quiere decir que no sentís nada por mí. Bueno, sé clara. Decímelo en la cara. Aquí y ahora. Te doy mi palabra que no volveré a molestarte.
-Yo…
-Es fácil, Marcela. Solo tenés que decirlo. Vamos…
El rostro de la muchacha era la imagen de la zozobra. Se levantó lentamente de la silla, mirándolo con expresión casi horrorizada. Después dio media vuelta y rápidamente se marchó.
Dardo Forti quedó con toda la impotencia del mundo en sus manos crispadas, convertidas en puños.
El mozo que los había atendido contemplaba la escena desde un rincón del local.
“Pelea de enamorados” pensó nostálgicamente el buen hombre.



-Me estoy volviendo loco, Lucía.
La aludida dejó de tipear en el teclado de la computadora y lo miró con la pena que solo el costado maternal que toda mujer tiene, puede expresar.
-Dardo…vos mismo dijiste que solo querías conocerla. Te devolviste la alegría por unas semanas. No sabés cuanto te agradezco eso.
-El problema es que estoy enamorado de ella. Enamorado como un estúpido, como un adolescente imberbe que espía el paso de su vecinita. ¡Que sé yo! Y ni siquiera me atreví a besarla una sola vez…
-¡M…! con Marcela tenía un problema.
-Ahora tenés dos. Ella y yo. Vos me metiste en esto. Si no la habría conocido estaría en busca de la chica número cincuenta y uno.
-¿No era ella la cincuenta y uno?
-No. Es la número uno. Es la única.
-Dardo…nada de juegos de palabras. Yo solo pretendía que se divirtiera un poco, que sacudiera las telarañas. Por eso pensé en vos, un tipo canchero, alegre, jovial, divertido. El destino le rompió el corazón a mi hermana una vez. Yo no quiero ser cómplice de que eso le vuelva a ocurrir. ¿Entendés?
-¿Y vos entendés que yo haría cualquier cosa por conseguir su amor?
-Quizás confundís los sentimientos de Marcela…
-La última que nos vimos le demandé que me dijera si me amaba o no.
-¿Y que ocurrió?
-No contestó…y huyó.
-¿Huyó?
Dardo asintió con un movimiento de cabeza. Lucía vaciló. Nunca lo había visto así.
-El amor puede ser una cosa triste, Lu. Ayudame. Ayudanos.
-Tenés un rival muy duro.
-¿Rival?
-Un difunto.
-Carajo. Eso no es posible. Estamos en el siglo XXI. La gente no se vuelve loca por amor…
-¿Seguro que no? Mirá las noticias de crímenes pasionales en diarios y TV. Marcela perdió la cabeza por ese amor.
-¿De veras? No es la única. Yo también estoy perdiendo la cabeza por ella. Ahora sé porque tardé en enamorarme. Es la cosa más imbécil que existe.
-No. Equivocado. Es la más sublime. ¿Dijiste que harías cualquier cosa por…?


Era un domingo radiante de sol. Marcela se detuvo ante la tumba de Gustavo Larroca y luego efectuó el ritual acostumbrado. Cambió las flores marchitas y las repuso con la media docena de rosas rojas que había traído. Luego comenzó a murmurar una oración.
En ese instante una enorme nube oscura ocultó el sol.
Su instinto tuvo la percepción de que no estaba sola, parada allí frente a la tumba. Su instinto no le había mentido.
-¿Qué…que hacés aquí?
-Vine a visitar la tumba de mi madre que aquí está enterrada. Pasaba y te vi…- en cierto modo, Dardo Forti no mentía. En la Chacarita descansaba el más querido de sus seres. Lo único que omitía era que Lucía le había dado el dato que en ese domingo, como era habitual, Marcela estaría allí.
Marcela sintió que se ahogaba ante su presencia. ¿Qué le estaba pasando? Toda su tristeza estaba en paz… hasta la noche en que su hermana había tenido la peregrina idea de hacerle conocer a Dardo. Su mirada, como buscando fuerzas, se clavó desesperadamente en la lápida del hombre con que alguna vez estuvo a punto de casarse.
-Es hermoso recordar siempre a los seres que amamos y que ya no están entre nosotros…-dijo él.
-Lo… lo es.
-Pero ya no están entre nosotros. Seguramente están en un plano superior. Y también seguramente quieren lo mismo que deseaban cuando estaban en vida: lo mejor para nosotros.
Ella lo escuchaba con los ojos brillantes.
-Parate, por favor. Ya estoy viendo a donde querés llegar.
-A tu corazón. A ese corazón al que el destino y la pena destrozaron. Quiero repararlo. Volver a juntar los pedazos y unirlos…
-¿No vas a agregar, como dijo mi hermana una vez, que Gustavo era un canalla, que volvía con su amante cuando falleció en aquel accidente?
-No me consta. No lo conocí. Tampoco creo que Lucía te diría tamaña mentira, pero repito que no me consta. Lo que sí me consta es que ya no está en este mundo. Y que su muerte te está matando un poco todos los días. Su muerte es la negación de tu vida…
Y al decir esto sus manos se cerraron sobre los brazos de la muchacha.
-¿Por qué a mí?  ¿Por qué tenías que fijarte en mí?
-No. Esa pregunta te la hago yo. ¿Por qué a mí?
-No…no entiendo…
-¿Por qué tenía que enamorarme de vos? El destino, supongo. De alguna manera sé ahora que también yo me negaba a la vida. A la verdadera vida. Era como…si con mis numerosas conquistas pretendiera escapar de algo…de un vacío que, a veces, en alguna noche solitaria, me aguijoneaba, me lastimaba.
-No…no sigas hablando…
-Hasta que te encontré. Hasta que te conocí. Te juro, traté de pensar en vos como una más…y no pude. Carajo. Si supieras como me cuesta decir todo esto.
-Me estás hablando de amor ante la tumba del que pudo ser mi esposo…
-¿Viste a que punto de locura he llegado por tu amor? Y ahora, te cedo la palabra, Marcela. Ahora me tenés que decir sí o no. Porque yo no puedo seguir viviendo así. No puedo ¿Entendés? Yo estoy vivo, me duele. Como sé que te duele a vos. Mi piel desea tu piel, mis labios ansían los tuyos. Basta. Es ahora, Marcela.
Los ojos de ella seguían brillantes y por sus mejillas corría una cascada de lágrimas.
-Yo…
-Ahora, Marcela.
Y entonces ella le dio la respuesta pero sin palabras. Sus brazos se cerraron por encima de los hombros de Dardo. Lo estrecharon y su boca se pegó a la boca del hombre en un beso larguísimo y apasionado.
Se marcharon despacio, abrazados.
Y entonces la enorme nube oscura se apartó del sol y el día volvió a ser brillante y luminoso.



F I N


(c) Armando S. Fernández

Cuento: Bésame Mucho (Libro "Irremediablemente Románticos, Ediciones Argentinidad, 2014)



No lo entendí en ese momento. Creo que a veces, ahora tampoco lo entiendo. Y te aseguro que no dejo de pensar en ello mientras me paseo como una gata enjaulada dentro de mi departamento de tres pequeños ambientes. Afuera, en la noche tormentosa y a través de los vidrios del ventanal, la lluvia no cesa de caer. Son miles, millones de gotitas que se estrellan contra los vidrios y parecen deshacerse en lágrimas.
Como las lágrimas que ahora escapan de mis ojos y resbalan por mis mejillas. La melancolía me envuelve  como un tul grisáceo en esta invernal tarde porteña. En la compactera una canción se deja escuchar.
“Bésame mucho”, un antiguo bolero que escuché desde niña en la casa de mis padres. De mi madre, especialmente que era una completa romántica. Atesoré esa melodía y su correspondiente letra en mi subconsciente y ahora, precisamente ahora esa canción que tantas veces me conmovió vuelve a dejarse a repicar en mi memoria.
“como si fuera esta noche la última vez…”


-¿Qué pasa, cariño..?
Recuerdo que dejé de besarte en el cuello, alcé la cabeza y te quedé mirando. Entonces descubrí que estabas con la mirada perdida en el techo. Como si no estuvieras allí, conmigo. Como si apenas unos minutos atrás no hubiésemos hecho el amor con furia en la cama de mi propio dormitorio.
-Te pregunté que te pasa, Adrián…
La insistencia de mi pregunta te volvió a la realidad. Giraste la cabeza y me miraste. Tu diestra acarició mis cabellos y sonreíste. Pero era una sonrisa triste; ahora me doy cuenta.
No hubo palabras entre nosotros por un largo rato. Solo se dejaba escuchar el rumor de la lluvia golpeando contra el ventanal.
-Sabés que te voy a extrañar mucho cuando esté en París…
-¿París…? ¿Qué pasa con París…?
-Surgió la semana pasada. La señora Marceau, la dueña de la galería donde expongo habitualmente mis cuadros, me propuso viajar con ella y efectuar una exhibición de mis pinturas en otra de sus galerías, precisamente una que posee en la Ciudad Luz


Ilustración Ricardo López Llanos



-No…no me habías dicho nada de esto…y hace una semana que lo sabés.
-Perdoname. No sabía como ibas a reaccionar…
Recuerdo que me aparté de tu lado, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
-¿Y como querés que reaccione? Además…esa señora, la viuda Marceau es bien parecida…escuché cosas sobre ella…
-Por favor. No hagas caso de habladurías. No es lo que pensás. Comprendeme. Es la oportunidad de mi vida. Hacerme conocer internacionalmente…mi futuro…nuestro futuro, Karina…
Salí de la cama. Sentía un horrible vacío en el estómago. Como pude, me vestí y abandoné la habitación. Fui a la cocina y preparé café. Un trueno estalló como cañonazo allá arriba en los cielos. Vos llegaste a mis espaldas, sin hacer ruido. Como un ladrón. Tus manos me ciñeron la cintura. Tu aliento me quemó la nuca.
-Por favor…tenés que entender…
Yo estaba furiosa, despechada.
-Y…¿cuánto tiempo vas a estar lejos de aquí?- pregunté mientras seguía batiendo el café soluble en la taza.
-Cuatro, cinco meses. Depende…
No pude más. Giré y me refugié en tus brazos.
-Te vas a olvidar de mí…te vas a olvidar de mí…lo sé…lo sé.
-No. Jamás. Tranquilizate.
Tus brazos me estrecharon muy fuerte contra tu pecho y luego, mi boca buscó y encontró la tuya para fundirse en un beso larguísimo y apasionado.
“Como si fuera esta noche la última vez…”



Los últimos ecos del bolero se han desvanecido y yo sigo aquí, contemplando la lluvia que no cesa de caer sobre esta Santa María de los Buenos Aires, como la bautizaron sus fundadores.
Yo soy la misma, mi departamento es el mismo. La lluvia parece la misma de aquella noche. Y la canción sigue siendo la misma.
El único detalle es que pasaron tres años.
Tres años en los que al principio hubo llamadas a mi celular y luego los mensajes se fueron espaciando hasta que finalmente desaparecieron. Y no hubo respuesta a mis llamadas. Fui a  la galería, claro. Muchas veces. El empleado que allí me atendió me informó que tus cosas iban muy bien en París, que estabas siendo muy conocido…y que ganabas mucho dinero.
Y yo no dejaba de pensar que la viuda Marceau te tenía muy cerca y yo estaba muy lejos…
 Y un día tan triste como éste, entendí que te habías olvidado de mí. Que yo ya no contaba para vos, Adrián. Que seguramente habías encontrado tu destino en otra parte y que yo no formaba parte de ese destino.
Pero el beso que te dí aquella última noche todavía me seguía quemando en los labios…



Hablando de destino, lo que ocurrió también fue destino. Destino que, curioseando entre los avisos clasificados de un importante matutino porteño encontrara aquel aviso.
“Se solicitan modelos para atelier de pintura”
No fue tanto eso lo que me llamó la atención. Fue el teléfono que figuraba en el aviso. Yo conocía ese teléfono. Solía llamarte a él. Era el tuyo. No puedo explicar porqué, siguiendo cierto repentino impulso, hice esa llamada.
Tampoco puedo explicar el estremecimiento que experimenté al escuchar la voz que me atendió.
-Hola.
Me quedé estupidizada, inmóvil. Con el celular agarrotado en mi mano.
-Hola…hola…-volvió a decir tu voz.
Corté la llamada. El corazón parecía saltarme dentro del pecho. Me sentía sin aire y con las piernas vacilando como si fueran a aflojarse y yo; a desplomarme.
No podía equivocarme. Había escuchado tu voz. ¡Habías regresado! Y yo no lo sabía…



Pasé dos días y dos noches muy, muy malos. Lo confieso, estaba llena de furia, de odio, de resentimiento. ¡Habías regresado quien sabe hacía cuánto y ni quiera habías intentado comunicarte conmigo!
¿Para que lo harías, claro? ¿Para recibir una catarata de reproches y palabrotas? Seguro que no. O quizás simplemente, me habías archivado en el baúl de los recuerdos. Y si me quedaba buen juicio, lo que yo debía hacer era ignorarte. Olvidarte, como vos me habías olvidado a mí.
Todo eso era fácil de decir, de pensar. Pero mi estúpido corazón era el obstáculo. Mis tontos sentimientos de mujer burlada, ignorada, engañada, no dejaban paso a la prudencia, al olvido.
Mi piel no podía olvidar tu piel, mi boca no podía olvidar tu boca, mi cuerpo no podía olvidar tu cuerpo. ¿Por qué el amor puede ser tan cruel, tan obstinado, tan imbécil? Por lo menos el amor que aún seguía sintiendo por vos era eso. Cruel, obstinado e imbécil.
“Tengo que volver a verte. Mirarte a los ojos. Cara a cara y luego hacerte conocer mi desprecio”-pensé.
A la mañana siguiente estaba tocando el timbre de la vieja casa ubicada en el barrio de San Telmo donde tenías tu “atelier”. Una emoción muy grande me invadió mientras esperaba que la puerta se abriera ante mí.
Muchas veces, en el pasado, había ido a buscarte allí. Y no pocas, habíamos hecho el amor entre lienzos, paletas, colores y pinceles.
Cuando la puerta se abrió y apareciste ante mí, me quedé sin palabras. Con un nudo en la garganta que me impedía llenarte de improperios.
-¿Viene por el aviso?
La pregunta me descolocó.
-¿Qué…?
-Le pregunté si viene por el aviso.
-Yo…yo…-no supe que decir. No era posible que no me reconocieras. Ni vos ni yo habíamos cambiado nada en esos tres años.
Hiciste un ademán de invitarme a pasar. Y yo, como una sonámbula te hice caso y entré. Te seguí a través del largo pasillo y entramos al “atelier”. Un gran ventanal trasmitía la potente y diáfana luz del sol invernal.
Por la memoria de mi madre que no entendía la situación. Me tratabas como a una extraña.
-¿Es modelo profesional?
Yo todavía no lograba reaccionar. Pero, al fin pude controlarme.
-Basta de fingir, Adrián. Vos sabés perfectamente quien soy yo.
Entonces ví que te tomabas la sien. Murmuraste una disculpa y sacaste de un bolsillo de tu manchado delantal una tira de pastillas. La llevaste a la boca, acompañándola con un vaso de agua que estaba depositado sobre una mesita.
-No entendí bien lo que dijo…
-Vos sabés perfectamente que soy yo, Karina. Karina Montero…
-¿O sea que me conocés de antes…? Sí…mirándote bien…tu rostro me parece vagamente familiar…
-¿Vagamente… familiar?
Yo estaba a punto de explotar de furia.
-Sin duda trabajaste conmigo, posando de modelo hace años…antes de que me fuera a París…antes de que tuviera aquel accidente…
-¿Accidente…?
-Sí. Automovilístico. Tengo grandes lagunas…amnesia parcial, dijeron los médicos…hace poco volví a Buenos Aires. Estuve internado mucho tiempo allá en Francia.
-Dios mío…-murmuré, horrorizada.
-Te lo vuelvo a preguntar. ¿Viniste por el aviso? Lo que yo puedo pagar por hora es…
Murmuraste una cifra que apenas escuché. Estaba conmocionada. ¿Entonces era por eso que no respondías a mis llamadas? ¿Un accidente…? ¿Pérdida de la memoria?
-¿Podés posar ahora mismo? Para ver como te desempeñás, claro…
-S-si- respondí con un hilo de voz.



Y así comenzó una situación que desde el principio se me antojó irreal. Fui tras un biombo, me desvestí y como Dios me tiró al mundo, me presenté ante vos. Me indicaste una pose y allí quedé. Entonces recordé que una vez me había pintado en uno de sus lienzos.
Cerré los ojos mientras oía como la tiza corría por la tela iniciando el bosquejo.
Poco a poco, corazón se fue tranquilizando. Ya no había furia dentro mío. Había ternura, esperanza.
El me había olvidado, sí. Pero no por las razones que yo creía. Y yo me juré que volvería a recuperarlo. Pero…¿Cómo? El camino fácil era decirle…”Hola, soy yo, Karina. Somos amantes. Soñamos con convivir juntos y…”
¿Serviría eso? ¿Serían palabras mágicas tipo “abracadabra”? ¿O lo sumirían en una atroz confusión? No. Si proceder de tal manera podía alejarlo de mí, el camino que resolví emprender sería más largo, más sinuoso.
Tendría que volver a enamorarlo. Tendría que volver a hacerlo mío.
-Tomemos un descanso- le oí decir.



Desde esa jornada yo concurrí todos los días al atelier. Llegaron otras postulantes de tras mío (tuve suerte de ser la primera que se presentaba) y él las rechazó. Lo veía pintar frenéticamente y mi cuerpo desnudo se cristalizaba ya en varias de sus telas.
-¿Podés recordar como te fue en París?- le pregunté mientras bebíamos café que yo había preparado en la pequeña cocina del atelier.
-Un poco…había una señora…una “marchand”…se me olvida su nombre…expuso mis pinturas en su galería…
-¿Tuviste alguna relación sentimental con ella?- me sentí malvada al hacerle tal pregunta pero…tenía que saber.
-No. Solo… solo negocios…pero después del accidente…apenas venía a verme…
Es un rico café el que preparás…y te movés dentro de esta casa como si la conocieras…
Yo asentí con un gesto. Estaba feliz. Nunca había habido nada entre la viuda y el hombre que amaba. Con pena, lo vi tragarse una de aquellas pastillas que eran parte de su medicación.
-Bueno, terminó la sesión por hoy. Nos vemos el lunes.
-¿El lunes?
-Claro. Tenemos sábado y domingo por delante.
-¿Tenés planes para este fin de semana?
-No. No salgo mucho. A decir verdad, no salgo nada. Volví hace poco y todavía no me acostumbro. Seguro debo tener amigos en esta ciudad, pero no los recuerdo…ni los reconocería por la calle si los viera.
-¿Querés cenar en mi casa mañana sábado?
-¿Tu casa?
-Si, eso. Mi casa.
Te encogiste de hombros.
-¿Una chica tan linda como vos no tiene novio?
-Lo tengo. Pero él no sabe que lo tengo.
-N-no comprendo eso. ¿Es un acertijo?
-Algo así. Te anoto mi dirección.



El primer relámpago se abrió paso en el cielo encapotado como un fulgurante trazo de luz. El trueno llegó inmediatamente después. Y la lluvia, copiosa, no se hizo esperar demasiado. Pero adentro, en la calidez de mi departamento el delicioso aroma del pollo asado nos despertaba el apetito.
Comimos de buena gana. En la compactera un CD de boleros giraba y giraba.
-Es curioso. Hasta ahora no te pregunté a que te dedicás. Porque no sos modelo profesional…
-¿Sí? ¿Y entonces, por que me tomaste?
-Te vas a  reír, pero…no lo sé…me recordaste a alguien…
-¿A quién?
-No…no lo sé…
-Bueno…respondo tu pregunta. Trabajo en las oficinas de una empresa.
-Y tenés novio.
-Estuvimos un tiempo separados…
-Ah, que pena. ¿Discusiones?
-Un viaje…pero él ya volvió.
-¿Y están nuevamente juntos?
-Sí.
-Me alegro. Pero…no comprendo. ¿Por qué no estás con él? Si apareciera en este instante, seguro que tendrías problemas…¿No será mejor que me retire?
-No, Adrián. Te aseguro que todo está bien. ¿Tomamos el café en el living?


-¿Qué sucede?
-Es… es curioso…tengo una sensación extraña. Como si ya antes hubiera estado aquí, en tu departamento. No es posible, claro.
-Tal vez si lo es…
Dejaste el pocillo de café sobre la mesita ratona, te incorporaste del sofá y quedaste mirando el ventanal poblado de oscuridad y lluvia. Temblando, yo me acerqué a tus espaldas.
-¿Mirás la lluvia?
La música seguía fluyendo suavemente, envolviéndonos.
-He estado pensando mucho en vos…
-Me alegra escuchar eso.
-Pero…estoy confundido. Es como si te conociera…de antes. Y seguramente eso no es cierto.
-Bésame mucho- te dije mientras te ofrecía mis labios entreabiertos.
Tus manos se posaron sobre mis hombros. Y tus labios buscaron los míos. Nuestro beso fue largo, prolongado. Todas mis ansias estaban en él. Y mientras me estrechabas fuertemente entre tus brazos te oí murmurarme al oído.
-Karina…¿sos vos…?
Y yo, con lágrimas en los ojos, radiante, exultante, loca de dicha, de felicidad te respondí, también suavemente.
-Has vuelto…




 F I N




(c) Armando S. Fernández

11/7/15

Historieta: Los Bosques de Elworth (dibujos: Frank Szilagyi)












Cuento: La Pasajera

Adriana lo veía todos los días en el subte rumbo a su trabajo. Desde hacía algo más de seis meses que lo contemplaba con intriga y curiosidad. No recordaba exactamente cuándo fue el día en que se fijó por vez primera en él pero estaba segura que había sido un día de invierno. De esos de ventanillas cerradas y gente que tose y estornuda. Él tenía la nariz roja como un tomate y Adriana estaba segura que también, algún grado de fiebre.
Le pareció casi un niño a primera vista, pero luego le calculó unos veinte años por lo menos. Ella tenía diecisiete y habitualmente tomaba el subterráneo de la línea “A” en la estación Piedras con rumbo a la zona de Plaza Once. Él  bajaba una paradas antes y ella se quedaba mirando cómo se perdía entre la gente. Siempre iba correctamente vestido y tenía aspecto de empleado de oficina. Tenía manos finas, anteojos y cara de muchacho asustado pero Adriana lo encontraba irremediablemente atractivo.
Le había despertado también, el costado maternal que toda mujer tiene y poco a poco, ese joven que no cesaba de espiar a escondidas, con disimulo entre los pasajeros, durante el viaje que solían compartir comenzó a entrar en sus pensamientos.
Adriana trabajaba y estudiaba y soñaba con independizarse de sus padres, alquilar un departamento chico e irse a vivir sola para descubrir su destino. No resultaría fácil, lo sabía. Pero era obstinada y ahorraba todo lo que podía. Cuidaba su trabajo en aquella tienda de Once con celo, pues no tenía intenciones de engrosar las filas de desocupados.

Pasaban los días, las paradas, la gente…
 Se había enamorado de él. Era cabalmente cierto. Eso podía parecer absolutamente loco y kafkiano porque se trataba de un desconocido, pero así era. Se decía que si llegaba a conocerlo, a lo mejor terminaba desilusionándose. Podía pasar, claro. Todo puede pasar en las relaciones humanas. Pero Adriana estaba dispuesta a darse una oportunidad de conocerlo.
No sabía cómo hacer. Cómo iniciar un dialogo con él. ¿Acaso fingir un tropiezo? ¿Dejar caer algo al piso y que él se agachara a recogerlo para... solo poder sonreírle…? ¿Podría descubrirla solo en un instante...?
Pero ella sentía que se moría de vergüenza de sólo pensarlo. No se atrevía, aunque estaba segura (dentro de lo que podía estarse) de que a veces él también la miraba.
Pensaba cada vez más en él. ¿Cómo se llamaría? ¿Carlos, Mario, Damián, Rodrigo...? No se puede adivinar un nombre guiándose por una cara. A veces viajaban juntos. Algunas, sentados uno al lado del otro. Pero siempre sin hablarse. A ella se le secaba la garganta cuando lo sentía próximo, sentía que iba a morirse a su lado… respiraba hondamente y emitía un suspiro cuando se iba. ¿Le pasaría lo mismo a él?
El asunto ya comenzaba a preocuparle sobremanera, de tal modo que interfería a veces en la concentración necesaria para sus rutinas. Su madre terminó por notarlo irremediablemente.
- ¿Algún problema, nena?
- Sí, estoy enamorada... un grave problema -dijo ella mordisqueando la lapicera con la cual estaba tomando apuntes.
- Maravilloso. Y... ¿Cómo se llama?
- Ése es el asunto, mami. Aún no lo sé.
Su madre se la había quedado mirando perpleja.



La cosa podía haberse eternizado, o él simplemente dejar de viajar a esa misma hora y desaparecer de su vida. Preocupada por esto, Adriana tomó una resolución heroica.
Vino en su ayuda una idea que tuvo al ver una película una noche por TV. Era una cinta policial de la cual ni siquiera recordó la trama. Pero sí una escena que le quedó grabada en la memoria. En ella, la heroína del film le entregaba a un policía, como al pasar y con riesgo de su vida, un papelito con una información vital.
Se quedo tiesa. Cuando la heroína triunfó sobre los peligros Adriana recordó aquel viejo adagio “El que no arriesga, no gana..."



Ese día  estaba nerviosa en el andén, esperando entre la gente. Subió nerviosa a uno de los vagones. Allí estaba él, sentado junto a una de las puertas corredizas. Adriana se fue ubicando despacio entre la gente hasta llegar a su proximidad. Cruzaron miradas durante el viaje. Ya estaban llegando a Plaza Miserere donde Adriana sabía que él, su ilusión de nombre desconocido, descendía una parada antes, en la estación Alberti.
Entonces resopló, juntó coraje e introdujo la mano en su bolsillo. De allí sacó un sobre cerrado y pequeño que le dio justo cuando él se levantaba para bajarse. Obviamente, el gesto sorprendió al muchacho que,  afortunadamente tomó el sobre y luego descendió.
 Adriana y el desconocido se quedaron mirando. Ella sentada en el lugar que él había ocupado (junto a la ventanilla) y él, parado en la plataforma, aturdido contemplándola entre la gente que iba y venía como hormigas.
Sabía las palabras que él encontraría cuando abriera el sobre. Algo que decía como:
"A lo mejor estoy loca, pero quiero conocerte porque siento que podés ser el amor de mi vida. Adriana"



Pasó un día complicado en su empleo de la tienda pensando en lo que había hecho. ¿Cómo reaccionaría él? ¿Qué pensaría de ella? Tal vez nada bueno, quizás la confundiría con una alguna chica vulgar y eso era lo más probable. Comenzó a aborrecer secretamente la idea que había ejecutado.
Esa noche en su casa, apenas si probó bocado y durmió bastante mal. Se levantó temprano, se arregló como nunca, se puso el mejor vestido que tenía y cuando llegó a la plataforma de la estación Piedras, sentía que le temblaban las piernas. Casi estuvo a punto de dejar pasar el tren de las 8,05 hs que puntualmente tomaba para evitar tener que verlo. Pero razonó que eso no tendría sentido. Tarde o temprano seguro que deberían encontrarse. Volvió a reunir fuerzas y ascendió al convoy.
Al subir, vio que él estaba allí, sentado exactamente en el mismo asiento de la jornada anterior. Colmada de dudas y vacilaciones se fue acercando. Temblaba, pensando en lo que él podría decirle...
Pero para su sorpresa, él ni siquiera la miró durante el viaje y menos aún le dirigió la palabra. Adriana se sintió desfallecer. Con un nudo en la garganta, estuvo a punto de bajarse a mitad del trayecto.
 ¿Ni siquiera la tomaba en cuenta?
Se hubiera puesto a lagrimear de furia, de impotencia de no tener tanta gente alrededor.
Estaban llegando a la estación Alberti, él se levanto y pasó a su lado.
Súbitamente Adriana percibió que le ponía algo en el bolsillo de su chaqueta. Fue tan repentino, que no le dio tiempo a reaccionar. El muchacho descendió y se la quedó mirando en la plataforma mientras la formación volvía a reanudar la marcha.
Era un sobre blanco, similar al que ella le entregara. La muchacha lo desgarró, impaciente y nerviosa. Había una nota escrita con cuidada caligrafía:
"Te juro que no sabía cómo hacer para hablarte. Mañana es sábado. Estaré en la estación Alberti a las doce. No sé si vas a estar, pero allí esperaré. Martín."
Martín. ¡Se llamaba Martín!
Adriana estrujo la nota contra su pecho y sus ojos se le pusieron húmedos. Estaba aturdida, tanto, tan emocionada se sentía, que ese día se bajó en la estación Río de Janeiro, tres paradas más allá de donde debía hacerlo.




F I N


(c) Armando S. Fernández

Historieta: Perséfone y la Primavera (dibujos Percy Ochoa)