25/8/15

Cuento "Voy a perder la cabeza por tu amor" (Libro "Irremediablemente Románticos", Ediciones Argentinidad, 2014)



La muchacha llevaba un ramo de flores acunado en su pecho. Caminaba despacio, como si no le importara la lánguida lluvia que caía mojando las cruces y lápidas del cementerio de la Chacarita. Era hermosa, demasiado quizás. Y sonreía mientras sus pasos la conducían por los senderos flanqueados por los monumentos funerarios. Al fin se detuvo ante una lápida. Se inclinó, quitó las flores secas que contenía en florero, lo agitó y una breve catarata de agua negruzca cayó del recipiente. Luego, amorosamente y una por una colocó en el mismo las flores que llevaba.
Eran rosas rojas. Media docena de rosas rojas. Una flor inusual para llevar a un difunto. Bien es sabido que las rosas rojas son un reconocido símbolo de pasión.
Se persignó. Besó la cruz que colgaba de la cadenita de oro de su cuello. Luego juntó sus manos y se quedó parada allí. Estólida y solitaria bajo la llovizna que seguía llegando del cielo, tan lánguida y tristona como cuando ella había puesto pie en la entrada del cementerio en aquel domingo de otoño.
Si alguien se hubiera puesto a su lado habría descubierto que ella hablaba. Lo hacía con suavidad, con dulzura. Susurrando.
-He venido a verte, amor mío…-decía.



-No es posible, Marcela. No es posible que vivas así.
Los ojos de Lucía echaban chispas y su tono no dejaba lugar a dudas de la frustración que la embargaba. Y la destinataria de aquella frase, su hermana menor, la recibió con una sonrisa.
-¿Así…como?
-Gustavo murió hace un año en aquel accidente automovilístico. Comprendo tu dolor, pero…
-¿Pero…?
-Desde su funeral no has faltado un domingo al cementerio. Al principio, bueno…era entendible. Pero…la vida sigue, Marcela-aquí el tono de Lucía se suavizó- sos joven. Tenés solo veintiocho años. Habrá otros hombres…
-Nunca los habrá-un destello de furia asomó en las oscuras pupilas de su hermana.
-Voy a salir con unos amigos el sábado. Me gustaría que fueras conmigo. Te hará bien, cariño- Silvia dio un paso y posó sus manos sobre los brazos de su hermana.
-No vas a lograr que lo olvide. Ni vos ni nadie ¿Entendés?
-No intento eso. Sé que lo vas a guardar para siempre en tu corazón. Lo sé. Pero no quiero que te destruyas.
-Ibamos a casarnos…faltaban solo tres días para la boda cuando él tuvo ese accidente con su coche cuando regresaba de una viaje de negocios de Mar del Plata…-Marcela tenía los ojos brillantes.
-Hermanita…
Marcela estalló en llanto y se cobijó en el pecho de su hermana y lloró. Lloró, estremecida por ese amor que nunca más sería.


-Es una historia triste la que me contaste de tu hermana.
Lucía Gallardo se quedó mirando a su amigo y compañero de oficina Dardo Forti. Ambos estaban compartiendo un café en un local cercano a la oficina en que trabajaban.
-Lo es, Dardo. La pobre está en un pozo de sombras desde hace casi un año. Solo vive para su trabajo. Más de una vez la he visto sacar el vestido de novia que iba a usar en su boda y tenderlo sobre su cama. He intentado que salga a divertirse, a recuperar la alegría que perdió, lo hice una y otra vez. Y es inútil. A veces temo por su salud mental.
-¿Y la salida que tenemos programada con los muchachos de la oficina para este sábado?
-Tiempo perdido. Se encerrará en su cuarto, y como una viuda, el domingo hará su infaltable visita al cementerio. Te juro que no sé que hacer. Y todo por…
-¿Ibas a decir algo…?
-Por un hombre que no la merecía.
Forti achicó los ojos.
-¿Ese novio que murió en el accidente?
-Era un canalla. Viajaba con una mujer, su amante, cuando se estrelló frontalmente contra aquel camión.
-No entiendo. ¿Y ella…aún atesora su recuerdo, después de eso?
-Ahí está el problema. Cuando recibimos la noticia, quedó en estado de “shock”. Nadie se atrevió a decirle que relación unía a su futuro esposo con esa mujer, que casualmente trabajaba en la misma empresa que el difunto. Yo lo supe tiempo después, por boca de un conocido. Entre sus amigos era cosa sabida que Gustavo Larroca era un verdadero donjuán…y mi pobre hermana y nadie de mi familia lo sabía.
-Carajo. Pero…debiste decírselo…
Marcela miró su pocillo ya vacío de café con tristeza.
-Se lo dije tres meses después. Su reacción fue terrible. No me habló por semanas. Y cuando lo hizo fue para denostarme por…por pretender ensuciar la memoria del hombre que amaba locamente.
-Diablos- Dardo Forti se mesó la barbilla.
-Pobrecita. Tengo miedo por ella. Temo que termine mal. Esta… esta obsesión que tiene…Dios, no quiero ni pensarlo.
-Quiero conocerla.
-¿Qué dijiste?
-Que quiero conocer a tu hermana Marcela. Ya no se ven personas así, que aman con tanta desesperación, con tanta intensidad.
-Dardo, me sorprendés. Tenés treinta y cinco años y siempre has declarado que vas a morir soltero.
-No dije que quiero enamorarme de ella. Dije que quisiera conocerla…



Ilustración Miguel Castro Rodríguez
-En serio, Marcela. Me tenés que hacer ese favor.
Había una nota implorante en los ojos de Lucía, mientras se maquillaba frente al espejo.
-Somos dos parejas. Cena y baile. Y la otra chica acaba de decirme que tuvo un imprevisto y no podrá ser de la partida. ¿Te das cuenta? Y justo la pareja de mi mejor amigo, Dardo Forti.
-Lo siento. No cuentes conmigo, Lu. No soy buena compañera para nadie. Decile la verdad a tu amigo. Lo entenderá.
Entonces, el timbre del portero eléctrico se dejó escuchar. Marcela dio un vistazo a su reloj pulsera. Las 22 horas en punto.
-Me temo que ya no hay tiempo.
-No entiendo ¿De que estás hablando?
-Que no le dije nada a Dardo, el cual quedó en pasarme a buscar con Daniel, el muchacho con quien…bueno, parece que vamos en serio. Los que están tocando el portero eléctrico son ellos.
Marcela se la quedó contemplando boquiabierta.
-¡Oh, Dios…!-murmuró.
Lucía la miraba implorante. El portero eléctrico volvió a dejarse oír. Lucía fue y contestó.
-Hola. Suban, por favor-dijo.
Se volvió y siguió mirando a su hermana con ojos de carnero degollado.



Eran dos apuestos tipos de hombre, aunque no podían ser más distintos. Daniel, rubio y deportivo, Dardo, alto, delgado y de aire intelectual. Daniel tomó en brazos a Lucía y la besó largamente.
-Mi hermana se está vistiendo-dijo Lucía cuando pudo apartarse de las efusividades de su casi novio.
-¿Gustan un trago?-preguntó. Ellos aceptaron y Lucía sirvió un par de martinis “on the rocks”.
Marcela apareció ante los tres, diez minutos después.


-Te presento a Daniel, mi…
-Tu novio- replicó el aludido estampando un beso en la mejilla de Marcela.
-Y a tu pareja de esta noche, Dardo Forti.
Dardo se la había quedado mirando. Era hermosa como un sueño. Y con un rostro irremediablemente triste. Sus labios temblaron cuando besó la tersa y fragante mejilla de la menor de las hermanas Gallardo.
-No me dijiste que tu hermana sería mi compañera de esta noche.
-Me gusta dar sorpresas- aquí, Lucía cambió una significativa mirada con Marcela que apenas podía contener sus nervios.
Aquel desconocido de elegante presencia no le había resultado indiferente.
Quince después, el automóvil guiado por Daniel Lloberas rodaba por las calles de Buenos Aires llevándolos hacia la zona de restaurantes de Puerto Madero.




-Me dijiste que era una amargada…
-¿Qué?
-Que tu hermana era una amargada- Daniel bebió una copa de aquel vino dulzón y señaló con un arqueo de cejas a la pareja que, entre otras, bailaba un romántico bolero en medio del salón.
-Dios.  Y no sabés cuanto me alegro de haberme equivocado.
Bastaba ver la expresión de Marcela apretujada entre los brazos de Dardo para comprender ambos comentarios. La menor de las hermanas Gallardo no parecía la misma triste y oscura personita a la que Lucía estaba acostumbrada. El cambio había comenzado en medio de la cena, que incluía show y baile. Las bromas y la simpatía de Dardo habían abierto una brecha en la coraza de Marcela. Escucharla reír de aquellos chascarrillos fue una sorpresa y una tremenda alegría para Lucía.
Había florecido magia entre ellos, no cabía duda. Hasta un ciego podía ver los síntomas. Lucía se felicitó para sus adentros, por la arriesgada jugada que había concretado.


-Hola.
Dardo se levantó del asiento en que estaba en aquel café al verla transponer una de las puertas del local. Intercambiaron un beso en la mejilla y luego se sentaron frente a frente. El mozo se acercó.
-Un té con leche, por favor.
Dardo añadió al pedido otro pocillo de café. Marcela se notaba nerviosa. La forma que estrujaba su cartera lo denotaba y también el temblor de sus perfectos labios.
-¿Qué pasa? ¿Algún inconveniente?
-No…no debemos vernos más…
-No entiendo. Desde aquella noche en Puerto Madero, la noche en que te conocí, no puedo dejar de pensar en vos. ¿Es algo que hice o dije?
La diestra de ella se apartó de la cartera y se extendió hasta tocar la suya. En ese instante apareció el mozo con los pedidos y al ver la escena, les sonrió. “Dos enamorados” pensó el hombre. Puso taza y pocillo en la mesa y se marchó.
-No. Ha… ha sido muy lindo el conocerte, te lo juro. Pero yo…no puedo…de verdad no puedo. Nos hemos visto seis veces y…
-Siete. Las llevo contadas.
-Podemos ser amigos…
-¿Amigos? Claro que podemos serlo. Pero yo quiero ser más que eso, Marcela. ¿Sabés? Siempre me ufané  que moriría soltero. De que ninguna mujer podría enamorarme. Salí con cincuenta chicas y te juro que es no verso. Pero todo terminó el día, mejor dicho la noche en que te conocí.
-No soy buena compañera. Soy una tristona compulsiva.
-No me parece. Conmigo, durante nuestros encuentros reís y te mostrás vivaz. ¿Te acordás del paseo en el Tigre? ¿Cuando la lancha de paseo se zarandeaba demasiado y un chicotazo de agua nos bañó? Reímos a carcajadas, los dos.
-Sí. Admito que son agradables recuerdos. La pasé bien, en serio. Pero…no quiero darte esperanzas. No pierdas tu tiempo conmigo.
Siguió un silencio tan amargo y tenso entre ambos. La mano de Marcela se retiró de la Dardo.
-Eso quiere decir que no sentís nada por mí. Bueno, sé clara. Decímelo en la cara. Aquí y ahora. Te doy mi palabra que no volveré a molestarte.
-Yo…
-Es fácil, Marcela. Solo tenés que decirlo. Vamos…
El rostro de la muchacha era la imagen de la zozobra. Se levantó lentamente de la silla, mirándolo con expresión casi horrorizada. Después dio media vuelta y rápidamente se marchó.
Dardo Forti quedó con toda la impotencia del mundo en sus manos crispadas, convertidas en puños.
El mozo que los había atendido contemplaba la escena desde un rincón del local.
“Pelea de enamorados” pensó nostálgicamente el buen hombre.



-Me estoy volviendo loco, Lucía.
La aludida dejó de tipear en el teclado de la computadora y lo miró con la pena que solo el costado maternal que toda mujer tiene, puede expresar.
-Dardo…vos mismo dijiste que solo querías conocerla. Te devolviste la alegría por unas semanas. No sabés cuanto te agradezco eso.
-El problema es que estoy enamorado de ella. Enamorado como un estúpido, como un adolescente imberbe que espía el paso de su vecinita. ¡Que sé yo! Y ni siquiera me atreví a besarla una sola vez…
-¡M…! con Marcela tenía un problema.
-Ahora tenés dos. Ella y yo. Vos me metiste en esto. Si no la habría conocido estaría en busca de la chica número cincuenta y uno.
-¿No era ella la cincuenta y uno?
-No. Es la número uno. Es la única.
-Dardo…nada de juegos de palabras. Yo solo pretendía que se divirtiera un poco, que sacudiera las telarañas. Por eso pensé en vos, un tipo canchero, alegre, jovial, divertido. El destino le rompió el corazón a mi hermana una vez. Yo no quiero ser cómplice de que eso le vuelva a ocurrir. ¿Entendés?
-¿Y vos entendés que yo haría cualquier cosa por conseguir su amor?
-Quizás confundís los sentimientos de Marcela…
-La última que nos vimos le demandé que me dijera si me amaba o no.
-¿Y que ocurrió?
-No contestó…y huyó.
-¿Huyó?
Dardo asintió con un movimiento de cabeza. Lucía vaciló. Nunca lo había visto así.
-El amor puede ser una cosa triste, Lu. Ayudame. Ayudanos.
-Tenés un rival muy duro.
-¿Rival?
-Un difunto.
-Carajo. Eso no es posible. Estamos en el siglo XXI. La gente no se vuelve loca por amor…
-¿Seguro que no? Mirá las noticias de crímenes pasionales en diarios y TV. Marcela perdió la cabeza por ese amor.
-¿De veras? No es la única. Yo también estoy perdiendo la cabeza por ella. Ahora sé porque tardé en enamorarme. Es la cosa más imbécil que existe.
-No. Equivocado. Es la más sublime. ¿Dijiste que harías cualquier cosa por…?


Era un domingo radiante de sol. Marcela se detuvo ante la tumba de Gustavo Larroca y luego efectuó el ritual acostumbrado. Cambió las flores marchitas y las repuso con la media docena de rosas rojas que había traído. Luego comenzó a murmurar una oración.
En ese instante una enorme nube oscura ocultó el sol.
Su instinto tuvo la percepción de que no estaba sola, parada allí frente a la tumba. Su instinto no le había mentido.
-¿Qué…que hacés aquí?
-Vine a visitar la tumba de mi madre que aquí está enterrada. Pasaba y te vi…- en cierto modo, Dardo Forti no mentía. En la Chacarita descansaba el más querido de sus seres. Lo único que omitía era que Lucía le había dado el dato que en ese domingo, como era habitual, Marcela estaría allí.
Marcela sintió que se ahogaba ante su presencia. ¿Qué le estaba pasando? Toda su tristeza estaba en paz… hasta la noche en que su hermana había tenido la peregrina idea de hacerle conocer a Dardo. Su mirada, como buscando fuerzas, se clavó desesperadamente en la lápida del hombre con que alguna vez estuvo a punto de casarse.
-Es hermoso recordar siempre a los seres que amamos y que ya no están entre nosotros…-dijo él.
-Lo… lo es.
-Pero ya no están entre nosotros. Seguramente están en un plano superior. Y también seguramente quieren lo mismo que deseaban cuando estaban en vida: lo mejor para nosotros.
Ella lo escuchaba con los ojos brillantes.
-Parate, por favor. Ya estoy viendo a donde querés llegar.
-A tu corazón. A ese corazón al que el destino y la pena destrozaron. Quiero repararlo. Volver a juntar los pedazos y unirlos…
-¿No vas a agregar, como dijo mi hermana una vez, que Gustavo era un canalla, que volvía con su amante cuando falleció en aquel accidente?
-No me consta. No lo conocí. Tampoco creo que Lucía te diría tamaña mentira, pero repito que no me consta. Lo que sí me consta es que ya no está en este mundo. Y que su muerte te está matando un poco todos los días. Su muerte es la negación de tu vida…
Y al decir esto sus manos se cerraron sobre los brazos de la muchacha.
-¿Por qué a mí?  ¿Por qué tenías que fijarte en mí?
-No. Esa pregunta te la hago yo. ¿Por qué a mí?
-No…no entiendo…
-¿Por qué tenía que enamorarme de vos? El destino, supongo. De alguna manera sé ahora que también yo me negaba a la vida. A la verdadera vida. Era como…si con mis numerosas conquistas pretendiera escapar de algo…de un vacío que, a veces, en alguna noche solitaria, me aguijoneaba, me lastimaba.
-No…no sigas hablando…
-Hasta que te encontré. Hasta que te conocí. Te juro, traté de pensar en vos como una más…y no pude. Carajo. Si supieras como me cuesta decir todo esto.
-Me estás hablando de amor ante la tumba del que pudo ser mi esposo…
-¿Viste a que punto de locura he llegado por tu amor? Y ahora, te cedo la palabra, Marcela. Ahora me tenés que decir sí o no. Porque yo no puedo seguir viviendo así. No puedo ¿Entendés? Yo estoy vivo, me duele. Como sé que te duele a vos. Mi piel desea tu piel, mis labios ansían los tuyos. Basta. Es ahora, Marcela.
Los ojos de ella seguían brillantes y por sus mejillas corría una cascada de lágrimas.
-Yo…
-Ahora, Marcela.
Y entonces ella le dio la respuesta pero sin palabras. Sus brazos se cerraron por encima de los hombros de Dardo. Lo estrecharon y su boca se pegó a la boca del hombre en un beso larguísimo y apasionado.
Se marcharon despacio, abrazados.
Y entonces la enorme nube oscura se apartó del sol y el día volvió a ser brillante y luminoso.



F I N


(c) Armando S. Fernández

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