La
muchacha llevaba un ramo de flores acunado en su pecho. Caminaba despacio, como
si no le importara la lánguida lluvia que caía mojando las cruces y lápidas del
cementerio de la Chacarita. Era
hermosa, demasiado quizás. Y sonreía mientras sus pasos la conducían por los
senderos flanqueados por los monumentos funerarios. Al fin se detuvo ante una
lápida. Se inclinó, quitó las flores secas que contenía en florero, lo agitó y
una breve catarata de agua negruzca cayó del recipiente. Luego, amorosamente y
una por una colocó en el mismo las flores que llevaba.
Eran
rosas rojas. Media docena de rosas rojas. Una flor inusual para llevar a un
difunto. Bien es sabido que las rosas rojas son un reconocido símbolo de
pasión.
Se
persignó. Besó la cruz que colgaba de la cadenita de oro de su cuello. Luego
juntó sus manos y se quedó parada allí. Estólida y solitaria bajo la llovizna
que seguía llegando del cielo, tan lánguida y tristona como cuando ella había
puesto pie en la entrada del cementerio en aquel domingo de otoño.
Si
alguien se hubiera puesto a su lado habría descubierto que ella hablaba. Lo
hacía con suavidad, con dulzura. Susurrando.
-He
venido a verte, amor mío…-decía.
-No es
posible, Marcela. No es posible que vivas así.
Los
ojos de Lucía echaban chispas y su tono no dejaba lugar a dudas de la
frustración que la embargaba. Y la destinataria de aquella frase, su hermana
menor, la recibió con una sonrisa.
-¿Así…como?
-Gustavo
murió hace un año en aquel accidente automovilístico. Comprendo tu dolor, pero…
-¿Pero…?
-Desde
su funeral no has faltado un domingo al cementerio. Al principio, bueno…era
entendible. Pero…la vida sigue, Marcela-aquí el tono de Lucía se suavizó- sos
joven. Tenés solo veintiocho años. Habrá otros hombres…
-Nunca
los habrá-un destello de furia asomó en las oscuras pupilas de su hermana.
-Voy a
salir con unos amigos el sábado. Me gustaría que fueras conmigo. Te hará bien,
cariño- Silvia dio un paso y posó sus manos sobre los brazos de su hermana.
-No vas
a lograr que lo olvide. Ni vos ni nadie ¿Entendés?
-No
intento eso. Sé que lo vas a guardar para siempre en tu corazón. Lo sé. Pero no
quiero que te destruyas.
-Ibamos
a casarnos…faltaban solo tres días para la boda cuando él tuvo ese accidente
con su coche cuando regresaba de una viaje de negocios de Mar del
Plata…-Marcela tenía los ojos brillantes.
-Hermanita…
Marcela
estalló en llanto y se cobijó en el pecho de su hermana y lloró. Lloró,
estremecida por ese amor que nunca más sería.
-Es una
historia triste la que me contaste de tu hermana.
Lucía
Gallardo se quedó mirando a su amigo y compañero de oficina Dardo Forti. Ambos
estaban compartiendo un café en un local cercano a la oficina en que
trabajaban.
-Lo es,
Dardo. La pobre está en un pozo de sombras desde hace casi un año. Solo vive
para su trabajo. Más de una vez la he visto sacar el vestido de novia que iba a
usar en su boda y tenderlo sobre su cama. He intentado que salga a divertirse,
a recuperar la alegría que perdió, lo hice una y otra vez. Y es inútil. A veces
temo por su salud mental.
-¿Y la
salida que tenemos programada con los muchachos de la oficina para este sábado?
-Tiempo
perdido. Se encerrará en su cuarto, y como una viuda, el domingo hará su
infaltable visita al cementerio. Te juro que no sé que hacer. Y todo por…
-¿Ibas
a decir algo…?
-Por un
hombre que no la merecía.
Forti
achicó los ojos.
-¿Ese
novio que murió en el accidente?
-Era un
canalla. Viajaba con una mujer, su amante, cuando se estrelló frontalmente
contra aquel camión.
-No
entiendo. ¿Y ella…aún atesora su recuerdo, después de eso?
-Ahí
está el problema. Cuando recibimos la noticia, quedó en estado de “shock”.
Nadie se atrevió a decirle que relación unía a su futuro esposo con esa mujer,
que casualmente trabajaba en la misma empresa que el difunto. Yo lo supe tiempo
después, por boca de un conocido. Entre sus amigos era cosa sabida que Gustavo
Larroca era un verdadero donjuán…y mi pobre hermana y nadie de mi familia lo
sabía.
-Carajo.
Pero…debiste decírselo…
Marcela
miró su pocillo ya vacío de café con tristeza.
-Se lo
dije tres meses después. Su reacción fue terrible. No me habló por semanas. Y
cuando lo hizo fue para denostarme por…por pretender ensuciar la memoria del
hombre que amaba locamente.
-Diablos-
Dardo Forti se mesó la barbilla.
-Pobrecita.
Tengo miedo por ella. Temo que termine mal. Esta… esta obsesión que tiene…Dios,
no quiero ni pensarlo.
-Quiero
conocerla.
-¿Qué
dijiste?
-Que
quiero conocer a tu hermana Marcela. Ya no se ven personas así, que aman con
tanta desesperación, con tanta intensidad.
-Dardo,
me sorprendés. Tenés treinta y cinco años y siempre has declarado que vas a
morir soltero.
-No
dije que quiero enamorarme de ella. Dije que quisiera conocerla…
Ilustración Miguel Castro Rodríguez |
-En
serio, Marcela. Me tenés que hacer ese favor.
Había
una nota implorante en los ojos de Lucía, mientras se maquillaba frente al
espejo.
-Somos
dos parejas. Cena y baile. Y la otra chica acaba de decirme que tuvo un
imprevisto y no podrá ser de la partida. ¿Te das cuenta? Y justo la pareja de
mi mejor amigo, Dardo Forti.
-Lo
siento. No cuentes conmigo, Lu. No soy buena compañera para nadie. Decile la
verdad a tu amigo. Lo entenderá.
Entonces,
el timbre del portero eléctrico se dejó escuchar. Marcela dio un vistazo a su
reloj pulsera. Las 22 horas en punto.
-Me
temo que ya no hay tiempo.
-No
entiendo ¿De que estás hablando?
-Que no
le dije nada a Dardo, el cual quedó en pasarme a buscar con Daniel, el muchacho
con quien…bueno, parece que vamos en serio. Los que están tocando el portero
eléctrico son ellos.
Marcela
se la quedó contemplando boquiabierta.
-¡Oh,
Dios…!-murmuró.
Lucía
la miraba implorante. El portero eléctrico volvió a dejarse oír. Lucía fue y
contestó.
-Hola.
Suban, por favor-dijo.
Se
volvió y siguió mirando a su hermana con ojos de carnero degollado.
Eran
dos apuestos tipos de hombre, aunque no podían ser más distintos. Daniel, rubio
y deportivo, Dardo, alto, delgado y de aire intelectual. Daniel tomó en brazos
a Lucía y la besó largamente.
-Mi
hermana se está vistiendo-dijo Lucía cuando pudo apartarse de las efusividades
de su casi novio.
-¿Gustan
un trago?-preguntó. Ellos aceptaron y Lucía sirvió un par de martinis “on the
rocks”.
Marcela
apareció ante los tres, diez minutos después.
-Te
presento a Daniel, mi…
-Tu
novio- replicó el aludido estampando un beso en la mejilla de Marcela.
-Y a tu
pareja de esta noche, Dardo Forti.
Dardo
se la había quedado mirando. Era hermosa como un sueño. Y con un rostro
irremediablemente triste. Sus labios temblaron cuando besó la tersa y fragante
mejilla de la menor de las hermanas Gallardo.
-No me
dijiste que tu hermana sería mi compañera de esta noche.
-Me
gusta dar sorpresas- aquí, Lucía cambió una significativa mirada con Marcela
que apenas podía contener sus nervios.
Aquel
desconocido de elegante presencia no le había resultado indiferente.
Quince
después, el automóvil guiado por Daniel Lloberas rodaba por las calles de
Buenos Aires llevándolos hacia la zona de restaurantes de Puerto Madero.
-Me
dijiste que era una amargada…
-¿Qué?
-Que tu
hermana era una amargada- Daniel bebió una copa de aquel vino dulzón y señaló
con un arqueo de cejas a la pareja que, entre otras, bailaba un romántico
bolero en medio del salón.
-Dios. Y no sabés cuanto me alegro de haberme
equivocado.
Bastaba
ver la expresión de Marcela apretujada entre los brazos de Dardo para
comprender ambos comentarios. La menor de las hermanas Gallardo no parecía la
misma triste y oscura personita a la que Lucía estaba acostumbrada. El cambio
había comenzado en medio de la cena, que incluía show y baile. Las bromas y la
simpatía de Dardo habían abierto una brecha en la coraza de Marcela. Escucharla
reír de aquellos chascarrillos fue una sorpresa y una tremenda alegría para
Lucía.
Había florecido
magia entre ellos, no cabía duda. Hasta un ciego podía ver los síntomas. Lucía
se felicitó para sus adentros, por la arriesgada jugada que había concretado.
-Hola.
Dardo
se levantó del asiento en que estaba en aquel café al verla transponer una de
las puertas del local. Intercambiaron un beso en la mejilla y luego se sentaron
frente a frente. El mozo se acercó.
-Un té
con leche, por favor.
Dardo
añadió al pedido otro pocillo de café. Marcela se notaba nerviosa. La forma que
estrujaba su cartera lo denotaba y también el temblor de sus perfectos labios.
-¿Qué
pasa? ¿Algún inconveniente?
-No…no
debemos vernos más…
-No
entiendo. Desde aquella noche en Puerto Madero, la noche en que te conocí, no
puedo dejar de pensar en vos. ¿Es algo que hice o dije?
La
diestra de ella se apartó de la cartera y se extendió hasta tocar la suya. En
ese instante apareció el mozo con los pedidos y al ver la escena, les sonrió.
“Dos enamorados” pensó el hombre. Puso taza y pocillo en la mesa y se marchó.
-No.
Ha… ha sido muy lindo el conocerte, te lo juro. Pero yo…no puedo…de verdad no
puedo. Nos hemos visto seis veces y…
-Siete.
Las llevo contadas.
-Podemos
ser amigos…
-¿Amigos?
Claro que podemos serlo. Pero yo quiero ser más que eso, Marcela. ¿Sabés?
Siempre me ufané que moriría soltero. De
que ninguna mujer podría enamorarme. Salí con cincuenta chicas y te juro que es
no verso. Pero todo terminó el día, mejor dicho la noche en que te conocí.
-No soy
buena compañera. Soy una tristona compulsiva.
-No me
parece. Conmigo, durante nuestros encuentros reís y te mostrás vivaz. ¿Te
acordás del paseo en el Tigre? ¿Cuando la lancha de paseo se zarandeaba
demasiado y un chicotazo de agua nos bañó? Reímos a carcajadas, los dos.
-Sí.
Admito que son agradables recuerdos. La pasé bien, en serio. Pero…no quiero
darte esperanzas. No pierdas tu tiempo conmigo.
Siguió
un silencio tan amargo y tenso entre ambos. La mano de Marcela se retiró de la Dardo.
-Eso
quiere decir que no sentís nada por mí. Bueno, sé clara. Decímelo en la cara.
Aquí y ahora. Te doy mi palabra que no volveré a molestarte.
-Yo…
-Es
fácil, Marcela. Solo tenés que decirlo. Vamos…
El
rostro de la muchacha era la imagen de la zozobra. Se levantó lentamente de la
silla, mirándolo con expresión casi horrorizada. Después dio media vuelta y
rápidamente se marchó.
Dardo
Forti quedó con toda la impotencia del mundo en sus manos crispadas,
convertidas en puños.
El mozo
que los había atendido contemplaba la escena desde un rincón del local.
“Pelea
de enamorados” pensó nostálgicamente el buen hombre.
-Me
estoy volviendo loco, Lucía.
La
aludida dejó de tipear en el teclado de la computadora y lo miró con la pena
que solo el costado maternal que toda mujer tiene, puede expresar.
-Dardo…vos
mismo dijiste que solo querías conocerla. Te devolviste la alegría por unas
semanas. No sabés cuanto te agradezco eso.
-El
problema es que estoy enamorado de ella. Enamorado como un estúpido, como un
adolescente imberbe que espía el paso de su vecinita. ¡Que sé yo! Y ni siquiera
me atreví a besarla una sola vez…
-¡M…! con
Marcela tenía un problema.
-Ahora
tenés dos. Ella y yo. Vos me metiste en esto. Si no la habría conocido estaría
en busca de la chica número cincuenta y uno.
-¿No
era ella la cincuenta y uno?
-No. Es
la número uno. Es la única.
-Dardo…nada
de juegos de palabras. Yo solo pretendía que se divirtiera un poco, que
sacudiera las telarañas. Por eso pensé en vos, un tipo canchero, alegre,
jovial, divertido. El destino le rompió el corazón a mi hermana una vez. Yo no
quiero ser cómplice de que eso le vuelva a ocurrir. ¿Entendés?
-¿Y vos
entendés que yo haría cualquier cosa por conseguir su amor?
-Quizás
confundís los sentimientos de Marcela…
-La
última que nos vimos le demandé que me dijera si me amaba o no.
-¿Y que
ocurrió?
-No
contestó…y huyó.
-¿Huyó?
Dardo
asintió con un movimiento de cabeza. Lucía vaciló. Nunca lo había visto así.
-El
amor puede ser una cosa triste, Lu. Ayudame. Ayudanos.
-Tenés
un rival muy duro.
-¿Rival?
-Un
difunto.
-Carajo.
Eso no es posible. Estamos en el siglo XXI. La gente no se vuelve loca por
amor…
-¿Seguro
que no? Mirá las noticias de crímenes pasionales en diarios y TV. Marcela
perdió la cabeza por ese amor.
-¿De
veras? No es la única. Yo también estoy perdiendo la cabeza por ella. Ahora sé
porque tardé en enamorarme. Es la cosa más imbécil que existe.
-No. Equivocado.
Es la más sublime. ¿Dijiste que harías cualquier cosa por…?
Era un
domingo radiante de sol. Marcela se detuvo ante la tumba de Gustavo Larroca y
luego efectuó el ritual acostumbrado. Cambió las flores marchitas y las repuso
con la media docena de rosas rojas que había traído. Luego comenzó a murmurar
una oración.
En ese
instante una enorme nube oscura ocultó el sol.
Su
instinto tuvo la percepción de que no estaba sola, parada allí frente a la
tumba. Su instinto no le había mentido.
-¿Qué…que
hacés aquí?
-Vine a
visitar la tumba de mi madre que aquí está enterrada. Pasaba y te vi…- en
cierto modo, Dardo Forti no mentía. En la Chacarita descansaba el más querido de sus seres.
Lo único que omitía era que Lucía le había dado el dato que en ese domingo,
como era habitual, Marcela estaría allí.
Marcela
sintió que se ahogaba ante su presencia. ¿Qué le estaba pasando? Toda su
tristeza estaba en paz… hasta la noche en que su hermana había tenido la
peregrina idea de hacerle conocer a Dardo. Su mirada, como buscando fuerzas, se
clavó desesperadamente en la lápida del hombre con que alguna vez estuvo a punto
de casarse.
-Es
hermoso recordar siempre a los seres que amamos y que ya no están entre
nosotros…-dijo él.
-Lo… lo
es.
-Pero
ya no están entre nosotros. Seguramente están en un plano superior. Y también
seguramente quieren lo mismo que deseaban cuando estaban en vida: lo mejor para
nosotros.
Ella lo
escuchaba con los ojos brillantes.
-Parate,
por favor. Ya estoy viendo a donde querés llegar.
-A tu
corazón. A ese corazón al que el destino y la pena destrozaron. Quiero
repararlo. Volver a juntar los pedazos y unirlos…
-¿No
vas a agregar, como dijo mi hermana una vez, que Gustavo era un canalla, que
volvía con su amante cuando falleció en aquel accidente?
-No me
consta. No lo conocí. Tampoco creo que Lucía te diría tamaña mentira, pero
repito que no me consta. Lo que sí me consta es que ya no está en este mundo. Y
que su muerte te está matando un poco todos los días. Su muerte es la negación
de tu vida…
Y al
decir esto sus manos se cerraron sobre los brazos de la muchacha.
-¿Por
qué a mí? ¿Por qué tenías que fijarte en
mí?
-No.
Esa pregunta te la hago yo. ¿Por qué a mí?
-No…no
entiendo…
-¿Por
qué tenía que enamorarme de vos? El destino, supongo. De alguna manera sé ahora
que también yo me negaba a la vida. A la verdadera vida. Era como…si con mis
numerosas conquistas pretendiera escapar de algo…de un vacío que, a veces, en
alguna noche solitaria, me aguijoneaba, me lastimaba.
-No…no
sigas hablando…
-Hasta
que te encontré. Hasta que te conocí. Te juro, traté de pensar en vos como una
más…y no pude. Carajo. Si supieras como me cuesta decir todo esto.
-Me
estás hablando de amor ante la tumba del que pudo ser mi esposo…
-¿Viste
a que punto de locura he llegado por tu amor? Y ahora, te cedo la palabra,
Marcela. Ahora me tenés que decir sí o no. Porque yo no puedo seguir viviendo
así. No puedo ¿Entendés? Yo estoy vivo, me duele. Como sé que te duele a vos.
Mi piel desea tu piel, mis labios ansían los tuyos. Basta. Es ahora, Marcela.
Los
ojos de ella seguían brillantes y por sus mejillas corría una cascada de
lágrimas.
-Yo…
-Ahora,
Marcela.
Y
entonces ella le dio la respuesta pero sin palabras. Sus brazos se cerraron por
encima de los hombros de Dardo. Lo estrecharon y su boca se pegó a la boca del
hombre en un beso larguísimo y apasionado.
Se
marcharon despacio, abrazados.
Y
entonces la enorme nube oscura se apartó del sol y el día volvió a ser
brillante y luminoso.
F I N
(c) Armando S. Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario