Relato inspirado en Bolero, Consuelito Velázquez, 1940
No lo entendí en ese momento. Creo que a veces, ahora tampoco lo entiendo. Y te aseguro que no dejo de pensar en ello mientras me paseo como una gata enjaulada dentro de mi departamento de tres pequeños ambientes. Afuera, en la noche tormentosa y a través de los vidrios del ventanal, la lluvia no cesa de caer. Son miles, millones de gotitas que se estrellan contra los vidrios y parecen deshacerse en lágrimas.
Como
las lágrimas que ahora escapan de mis ojos y resbalan por mis mejillas. La
melancolía me envuelve como un tul
grisáceo en esta invernal tarde porteña. En la compactera una canción se deja escuchar.
“Bésame
mucho”, un antiguo bolero que escuché desde niña en la casa de mis padres. De
mi madre, especialmente que era una completa romántica. Atesoré esa melodía y
su correspondiente letra en mi subconsciente y ahora, precisamente ahora esa
canción que tantas veces me conmovió vuelve a dejarse a repicar en mi memoria.
“como
si fuera esta noche la última vez…”
-¿Qué
pasa, cariño..?
Recuerdo
que dejé de besarte en el cuello, alcé la cabeza y te quedé mirando. Entonces
descubrí que estabas con la mirada perdida en el techo. Como si no estuvieras
allí, conmigo. Como si apenas unos minutos atrás no hubiésemos hecho el amor con
furia en la cama de mi propio dormitorio.
-Te
pregunté que te pasa, Adrián…
La
insistencia de mi pregunta te volvió a la realidad. Giraste la cabeza y me
miraste. Tu diestra acarició mis cabellos y sonreíste. Pero era una sonrisa
triste; ahora me doy cuenta.
No hubo
palabras entre nosotros por un largo rato. Solo se dejaba escuchar el rumor de
la lluvia golpeando contra el ventanal.
-Sabés
que te voy a extrañar mucho cuando esté en París…
-¿París…?
¿Qué pasa con París…?
-Surgió
la semana pasada. La señora Marceau, la dueña de la galería donde expongo
habitualmente mis cuadros, me propuso viajar con ella y efectuar una exhibición
de mis pinturas en otra de sus galerías, precisamente una que posee en la Ciudad Luz …
Ilustración Ricardo López Llanos |
-No…no me habías dicho nada de esto…y hace una semana que lo sabés.
-Perdoname.
No sabía como ibas a reaccionar…
Recuerdo
que me aparté de tu lado, como si hubiera recibido una descarga eléctrica.
-¿Y
como querés que reaccione? Además…esa señora, la viuda Marceau es bien
parecida…escuché cosas sobre ella…
-Por
favor. No hagas caso de habladurías. No es lo que pensás. Comprendeme. Es la
oportunidad de mi vida. Hacerme conocer internacionalmente…mi futuro…nuestro
futuro, Karina…
Salí de
la cama. Sentía un horrible vacío en el estómago. Como pude, me vestí y
abandoné la habitación. Fui a la cocina y preparé café. Un trueno estalló como
cañonazo allá arriba en los cielos. Vos llegaste a mis espaldas, sin hacer
ruido. Como un ladrón. Tus manos me ciñeron la cintura. Tu aliento me quemó la
nuca.
-Por
favor…tenés que entender…
Yo
estaba furiosa, despechada.
-Y…¿cuánto
tiempo vas a estar lejos de aquí?- pregunté mientras seguía batiendo el café
soluble en la taza.
-Cuatro,
cinco meses. Depende…
No pude
más. Giré y me refugié en tus brazos.
-Te vas
a olvidar de mí…te vas a olvidar de mí…lo sé…lo sé.
-No.
Jamás. Tranquilizate.
Tus
brazos me estrecharon muy fuerte contra tu pecho y luego, mi boca buscó y
encontró la tuya para fundirse en un beso larguísimo y apasionado.
“Como
si fuera esta noche la última vez…”
Los
últimos ecos del bolero se han desvanecido y yo sigo aquí, contemplando la
lluvia que no cesa de caer sobre esta Santa María de los Buenos Aires, como la
bautizaron sus fundadores.
Yo soy
la misma, mi departamento es el mismo. La lluvia parece la misma de aquella
noche. Y la canción sigue siendo la misma.
El
único detalle es que pasaron tres años.
Tres
años en los que al principio hubo llamadas a mi celular y luego los mensajes se
fueron espaciando hasta que finalmente desaparecieron. Y no hubo respuesta a
mis llamadas. Fui a la galería, claro.
Muchas veces. El empleado que allí me atendió me informó que tus cosas iban muy
bien en París, que estabas siendo muy conocido…y que ganabas mucho dinero.
Y yo no
dejaba de pensar que la viuda Marceau te tenía muy cerca y yo estaba muy lejos…
Y un día tan triste como éste, entendí que te
habías olvidado de mí. Que yo ya no contaba para vos, Adrián. Que seguramente
habías encontrado tu destino en otra parte y que yo no formaba parte de ese
destino.
Pero el
beso que te dí aquella última noche todavía me seguía quemando en los labios…
Hablando
de destino, lo que ocurrió también fue destino. Destino que, curioseando entre los
avisos clasificados de un importante matutino porteño encontrara aquel aviso.
“Se
solicitan modelos para atelier de pintura”
No fue
tanto eso lo que me llamó la atención. Fue el teléfono que figuraba en el
aviso. Yo conocía ese teléfono. Solía llamarte a él. Era el tuyo. No puedo
explicar porqué, siguiendo cierto repentino impulso, hice esa llamada.
Tampoco
puedo explicar el estremecimiento que experimenté al escuchar la voz que me
atendió.
-Hola.
Me
quedé estupidizada, inmóvil. Con el celular agarrotado en mi mano.
-Hola…hola…-volvió
a decir tu voz.
Corté
la llamada. El corazón parecía saltarme dentro del pecho. Me sentía sin aire y
con las piernas vacilando como si fueran a aflojarse y yo; a desplomarme.
No
podía equivocarme. Había escuchado tu voz. ¡Habías regresado! Y yo no lo sabía…
Pasé
dos días y dos noches muy, muy malos. Lo confieso, estaba llena de furia, de
odio, de resentimiento. ¡Habías regresado quien sabe hacía cuánto y ni quiera
habías intentado comunicarte conmigo!
¿Para
que lo harías, claro? ¿Para recibir una catarata de reproches y palabrotas?
Seguro que no. O quizás simplemente, me habías archivado en el baúl de los
recuerdos. Y si me quedaba buen juicio, lo que yo debía hacer era ignorarte.
Olvidarte, como vos me habías olvidado a mí.
Todo
eso era fácil de decir, de pensar. Pero mi estúpido corazón era el obstáculo.
Mis tontos sentimientos de mujer burlada, ignorada, engañada, no dejaban paso a
la prudencia, al olvido.
Mi piel
no podía olvidar tu piel, mi boca no podía olvidar tu boca, mi cuerpo no podía
olvidar tu cuerpo. ¿Por qué el amor puede ser tan cruel, tan obstinado, tan
imbécil? Por lo menos el amor que aún seguía sintiendo por vos era eso. Cruel,
obstinado e imbécil.
“Tengo
que volver a verte. Mirarte a los ojos. Cara a cara y luego hacerte conocer mi
desprecio”-pensé.
A la
mañana siguiente estaba tocando el timbre de la vieja casa ubicada en el barrio
de San Telmo donde tenías tu “atelier”. Una emoción muy grande me invadió
mientras esperaba que la puerta se abriera ante mí.
Muchas
veces, en el pasado, había ido a buscarte allí. Y no pocas, habíamos hecho el
amor entre lienzos, paletas, colores y pinceles.
Cuando
la puerta se abrió y apareciste ante mí, me quedé sin palabras. Con un nudo en
la garganta que me impedía llenarte de improperios.
-¿Viene
por el aviso?
La
pregunta me descolocó.
-¿Qué…?
-Le
pregunté si viene por el aviso.
-Yo…yo…-no
supe que decir. No era posible que no me reconocieras. Ni vos ni yo habíamos
cambiado nada en esos tres años.
Hiciste
un ademán de invitarme a pasar. Y yo, como una sonámbula te hice caso y entré.
Te seguí a través del largo pasillo y entramos al “atelier”. Un gran ventanal
trasmitía la potente y diáfana luz del sol invernal.
Por la
memoria de mi madre que no entendía la situación. Me tratabas como a una
extraña.
-¿Es
modelo profesional?
Yo
todavía no lograba reaccionar. Pero, al fin pude controlarme.
-Basta
de fingir, Adrián. Vos sabés perfectamente quien soy yo.
Entonces
ví que te tomabas la sien. Murmuraste una disculpa y sacaste de un bolsillo de
tu manchado delantal una tira de pastillas. La llevaste a la boca, acompañándola
con un vaso de agua que estaba depositado sobre una mesita.
-No
entendí bien lo que dijo…
-Vos
sabés perfectamente que soy yo, Karina. Karina Montero…
-¿O sea
que me conocés de antes…? Sí…mirándote bien…tu rostro me parece vagamente
familiar…
-¿Vagamente…
familiar?
Yo
estaba a punto de explotar de furia.
-Sin
duda trabajaste conmigo, posando de modelo hace años…antes de que me fuera a
París…antes de que tuviera aquel accidente…
-¿Accidente…?
-Sí.
Automovilístico. Tengo grandes lagunas…amnesia parcial, dijeron los
médicos…hace poco volví a Buenos Aires. Estuve internado mucho tiempo allá en
Francia.
-Dios
mío…-murmuré, horrorizada.
-Te lo
vuelvo a preguntar. ¿Viniste por el aviso? Lo que yo puedo pagar por hora es…
Murmuraste
una cifra que apenas escuché. Estaba conmocionada. ¿Entonces era por eso que no
respondías a mis llamadas? ¿Un accidente…? ¿Pérdida de la memoria?
-¿Podés
posar ahora mismo? Para ver como te desempeñás, claro…
-S-si-
respondí con un hilo de voz.
Y así
comenzó una situación que desde el principio se me antojó irreal. Fui tras un
biombo, me desvestí y como Dios me tiró al mundo, me presenté ante vos. Me
indicaste una pose y allí quedé. Entonces recordé que una vez me había pintado
en uno de sus lienzos.
Cerré
los ojos mientras oía como la tiza corría por la tela iniciando el bosquejo.
Poco a
poco, corazón se fue tranquilizando. Ya no había furia dentro mío. Había
ternura, esperanza.
El me
había olvidado, sí. Pero no por las razones que yo creía. Y yo me juré que
volvería a recuperarlo. Pero…¿Cómo? El camino fácil era decirle…”Hola, soy yo,
Karina. Somos amantes. Soñamos con convivir juntos y…”
¿Serviría
eso? ¿Serían palabras mágicas tipo “abracadabra”? ¿O lo sumirían en una atroz
confusión? No. Si proceder de tal manera podía alejarlo de mí, el camino que
resolví emprender sería más largo, más sinuoso.
Tendría
que volver a enamorarlo. Tendría que volver a hacerlo mío.
-Tomemos
un descanso- le oí decir.
Desde
esa jornada yo concurrí todos los días al atelier. Llegaron otras postulantes de
tras mío (tuve suerte de ser la primera que se presentaba) y él las rechazó. Lo
veía pintar frenéticamente y mi cuerpo desnudo se cristalizaba ya en varias de
sus telas.
-¿Podés
recordar como te fue en París?- le pregunté mientras bebíamos café que yo había
preparado en la pequeña cocina del atelier.
-Un
poco…había una señora…una “marchand”…se me olvida su nombre…expuso mis pinturas
en su galería…
-¿Tuviste
alguna relación sentimental con ella?- me sentí malvada al hacerle tal pregunta
pero…tenía que saber.
-No.
Solo… solo negocios…pero después del accidente…apenas venía a verme…
Es un
rico café el que preparás…y te movés dentro de esta casa como si la conocieras…
Yo
asentí con un gesto. Estaba feliz. Nunca había habido nada entre la viuda y el
hombre que amaba. Con pena, lo vi tragarse una de aquellas pastillas que eran
parte de su medicación.
-Bueno,
terminó la sesión por hoy. Nos vemos el lunes.
-¿El
lunes?
-Claro.
Tenemos sábado y domingo por delante.
-¿Tenés
planes para este fin de semana?
-No. No
salgo mucho. A decir verdad, no salgo nada. Volví hace poco y todavía no me
acostumbro. Seguro debo tener amigos en esta ciudad, pero no los recuerdo…ni
los reconocería por la calle si los viera.
-¿Querés
cenar en mi casa mañana sábado?
-¿Tu
casa?
-Si,
eso. Mi casa.
Te
encogiste de hombros.
-¿Una
chica tan linda como vos no tiene novio?
-Lo
tengo. Pero él no sabe que lo tengo.
-N-no
comprendo eso. ¿Es un acertijo?
-Algo
así. Te anoto mi dirección.
El
primer relámpago se abrió paso en el cielo encapotado como un fulgurante trazo
de luz. El trueno llegó inmediatamente después. Y la lluvia, copiosa, no se
hizo esperar demasiado. Pero adentro, en la calidez de mi departamento el
delicioso aroma del pollo asado nos despertaba el apetito.
Comimos
de buena gana. En la compactera un CD de boleros giraba y giraba.
-Es
curioso. Hasta ahora no te pregunté a que te dedicás. Porque no sos modelo
profesional…
-¿Sí?
¿Y entonces, por que me tomaste?
-Te vas
a reír, pero…no lo sé…me recordaste a
alguien…
-¿A
quién?
-No…no
lo sé…
-Bueno…respondo
tu pregunta. Trabajo en las oficinas de una empresa.
-Y
tenés novio.
-Estuvimos
un tiempo separados…
-Ah,
que pena. ¿Discusiones?
-Un
viaje…pero él ya volvió.
-¿Y
están nuevamente juntos?
-Sí.
-Me
alegro. Pero…no comprendo. ¿Por qué no estás con él? Si apareciera en este
instante, seguro que tendrías problemas…¿No será mejor que me retire?
-No,
Adrián. Te aseguro que todo está bien. ¿Tomamos el café en el living?
-¿Qué
sucede?
-Es… es
curioso…tengo una sensación extraña. Como si ya antes hubiera estado aquí, en
tu departamento. No es posible, claro.
-Tal
vez si lo es…
Dejaste
el pocillo de café sobre la mesita ratona, te incorporaste del sofá y quedaste
mirando el ventanal poblado de oscuridad y lluvia. Temblando, yo me acerqué a
tus espaldas.
-¿Mirás
la lluvia?
La
música seguía fluyendo suavemente, envolviéndonos.
-He
estado pensando mucho en vos…
-Me
alegra escuchar eso.
-Pero…estoy
confundido. Es como si te conociera…de antes. Y seguramente eso no es cierto.
-Bésame
mucho- te dije mientras te ofrecía mis labios entreabiertos.
Tus
manos se posaron sobre mis hombros. Y tus labios buscaron los míos. Nuestro
beso fue largo, prolongado. Todas mis ansias estaban en él. Y mientras me
estrechabas fuertemente entre tus brazos te oí murmurarme al oído.
-Karina…¿sos
vos…?
Y yo,
con lágrimas en los ojos, radiante, exultante, loca de dicha, de felicidad te
respondí, también suavemente.
-Has
vuelto…
F I N
(c) Armando S. Fernández
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