26/6/15

Cuento: La Otra

- Te lo digo en serio, Inés. Sé que Fabián tiene otra mujer...-
La frase debió sonarle como un pistoletazo a mi amiga, porque abrió grande los ojos y vi que la mano que sostenía la taza de café temblaba levemente. Después recompuso su rostro y sonrió. Inés Corti, mi amiga y confidente de toda la vida, era muy bonita y ahora lucía vagamente confundida.
- ¿Fabián? No sabés de lo que estás hablando... Él no es de ésos... -Le oí murmurar como si temiera que en aquella confitería de Las Heras, alguien pudiese oír nuestro diálogo.
- No me creés, ya lo sé. Y no tengo pruebas. Pero una mujer tiene sexto sentido, intuición para estas cosas... -Rematé yo, apurando lo que quedaba de mi taza. De pronto sentía la terrible urgencia de dejar aquel lugar poblado de gente que dialogaba suave y animadamente.



- Hola-
Su voz me sonó extraña, como la de un desconocido. Su beso en la mejilla, frío y distante. Y sólo teníamos ocho años de casados. Muchas ilusiones y una gran pérdida. No quería recordar aquel embarazo feliz y aquel parto desgraciado. Aquella esperanza muerta con forma de carnecita rosada y mi posterior incapacidad para poder gestar más hijos. Tampoco quería pensar en el tiempo que siguió. Un tiempo en que estaba llena de furia, de odio contra todo y contra todos. De ese tiempo en que me aislé de los míos. En que me olvidé casi hasta de Fabián. De ese tiempo en que me sentí inútil y miserable como un trasto viejo. Aquélla fue una terrible época oscura.
Ah, sí, hubo muchas promesas de amor eterno. Y ahora todo lo que restaba era un vacío, un silencio de terciopelo que a menudo, nos envolvía. Y yo sentía que cada vez estábamos más distantes uno de otro. Traté de sonreír, mientras él dejaba el maletín sobre el sofá y se quitaba el abrigo.
- Enseguida va a estar lista la cena...-
- No te molestés, ya comí algo con los muchachos de la oficina-
Lo observé meterse en el baño. Me huía, me esquivaba. No se atrevía a mirarme de frente. Dicen que la gente culpable siempre procede así. Me mordí los labios y contuve un par de lágrimas. Porque yo lo amaba... Sí, aún quedaba una débil llamita que se encendió en la facultad, en ese idilio que comenzó siendo secreto. Aún amaba sus ojos negros y sus manos, expertas para la caricia. Aún amaba su perfume varonil y la sonrisa franca, que ahora no podía descubrirle por ningún lado. 
Pero estaba segura de que él ya no me amaba.




Le oía respirar suavemente a mi lado. Sentía la proximidad de su cuerpo tibio. Ese cuerpo que se había fundido con el mío en incontables noches de amor, aún antes de firmar una libreta de matrimonio. Yo trataba de dormir y no lo conseguía. Mis manos anhelaban tocarlo, mi cuerpo gritaba por fusionarse con el suyo... y de pronto pensaba en la otra. En esa mujer todavía invisible que me lo estaba robando lentamente. Y sentía furia.
Y entonces lloraba suavemente, casi en silencio, hasta que me dormía.



- No me esperés a cenar. Voy a llegar tarde esta noche. Hay trabajo atrasado en la oficina...-
Me quedé muda viendo cómo engullía el último trozo de una tostada y se ponía de pie. Casi me repugnó su beso en la mejilla.
- Fabián. Tenemos que hablar...-
- Ahora no puedo, Alicia. -Consultó su reloj y gruñó:- Estoy apurado.
Me quedé como una estatua, paralizada. Oí el vago rumor del coche saliendo del garage , alejándose en la mañana invernal.
"No", pensé. "Hoy voy a descubrirlo todo. Te voy a agarrar con las manos en la masa, desgraciado".
Tomé un pequeño florero y lo estrellé contra la pared.



Como lo suponía, salió en horario habitual de la oficina. No había horas extras ni trabajo atrasado. Bien, era la primera mentira. Un feroz regocijo y una vaga angustia me invadieron.
- Siga a ese coche -Murmuré al chofer del taxi.



Lo vi entrar a una confitería de la avenida Santa Fe. Algo me campanilleó en la mente, pero no supe qué era. Me apeé del taxi y fui derecho al local. Estaba allí. Sentado ante una de las mesas. Solo. Tomé asiento en una esquina a su espalda. Esperaba. Tarde o temprano alguien tendría que aparecer. Consulté mi reloj. Ocho y veinte...


Nueve menos cuarto y seguía solo. Y algo curioso, no había consultado su reloj. Le observé encender un cigarrillo. No parecía inquieto ni preocupado. ¿Tan seguro se sentía? 
A las nueve y media abandonó la confitería que ya bullía de gente. Como una sombra fui tras él. Lo vi entrar de un estacionamiento y salir con el coche.
"Te fracasó", pensé. "Tu amante debió tener un contratiempo":
Observé cómo el automóvil se confundía con el resto del tráfico nocturno.

Supongo que debe haberse sorprendido un poco cuando llegó y no me encontró en casa. Estaba mirando TV. cuando entré. Un golpe de invierno se coló tras mío. Giró lentamente y me miró. Yo tenía las mejillas rojas de furia.
- Tenemos que hablar... de tus "horas extras" en la oficina... ¿Qué pasó? ¿Mudaste el trabajo a esa confitería de la avenida Santa Fe, ahora?
Se levantó despacio del sofá. En sus ojos negros había una dureza que no le conocía.
- De modo que lo descubriste al fin...-
- ¡A la que no descubrí, es a la que debió haber llegado! ¿Qué pasó? ¿También es casada y no logró venir? ¡Contestame, cretino!-
- ¿Es la primera vez que me seguís?-
- Sí. ¿Qué importancia tiene eso? Para muestra, basta un botón. ¡Vamos, mientras preparo tus ropas para que te mandés a mudar de aquí, contame todo!-
Le grité un insulto muy feo, luego. Pero no se inmutaba. Encendió un cigarrillo y expelía una voluta de humo, cuando comenzó a hablar, lo hizo con aire cansado.
- Las otras veces fui al cine, y a la plaza Las Heras, y a cierto café que frecuentan los estudiantes en la avenida Córdoba...-



La campanilla que repicara en mi cabeza, al entrar a la confitería aquella volvió a dejarse oír en mi cabeza.
- Con ella. Con la otra, ¿No es cierto?-
- Sí, con la otra. Con una mujer que no sos vos. Pero, ¿Sabés lo curioso? Tiene tu mismo nombre: Alicia. Y es estudiante... y está llena de sueños y se ríe de cualquier pavada. Es una que usa tu mismo perfume y es mi amiga, mi compañera, mi amante y dice que no le importaría seguirme hasta el fin del mundo-
 ¿De qué... estás hablando...?-
No me contestó. Desvió la mirada y me dio la espalda. Yo sentía que las piernas me temblaban. Se hizo un largo silencio. Mis sienes latían violentamente.
- Me estás describiendo... a mí...-
- No, a vos no. A la otra. A esa Alicia que comencé a perder el día que perdimos a nuestra hija. A esa Alicia que se fue, que se olvidó de mí y de la mucha vida que nos quedaba por vivir. A esa Alicia que se murió y me dejó tu máscara, tu cuerpo. Esa cáscara vacía que ahora tengo ante mis ojos-
- Fabián, yo...-
- Claro que me voy. Porque no es a vos a quien quiero. Es a la otra... y la sigo buscando por los lugares comunes que antes frecuentábamos. El cine, la plaza Las Heras, el café de los estudiantes de la avenida Córdoba...-
Y de pronto todas las piezas estaban en su lugar. Cerré los ojos y recordé el muro que yo misma había construido. Lo miré a los ojos. Eran ojos negros y sinceros. Y doloridos.
- No te vas a ir -Le dije.
- Yo no te amo a vos. Yo amo a la otra. Y siempre voy a seguir buscándola-
- No la busqués más. Aquí está, Fabián. Aún le queda una llamita. No se murió del todo, te lo juro... -Imploré.
Le eché los brazos al cuello y lo besé. Largo, muy largo. Como antes. Lo besé con fuego, con desesperación, con ansia. Y con mucho miedo, también. Cuando apartó sus labios de los míos me miró de un modo extraño. Sonreía.
- ¿Seguro que sos vos? -Me preguntó.
- Probame-



Esa noche hicimos el amor como nunca. Esa noche, di rienda suelta a toda la pasión que tenía guardada dentro de mí, besando cada centímetro de su cuerpo. Esa noche lo hice mío nuevamente y él me hizo suya. Esa noche, el volcán de mi piel lo quemó con su lava. Le di todos los placeres imaginables y también los recibí. Lo recuperé y me recuperó.
Esa noche fui LA OTRA, la que nunca debió haberse ido. Y volví a sentir, y al sentir; volví a vivir.



FIN



(c) Armando S. Fernández

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