21/6/15

Novela: Un novio para Mariana

“La soledad es un buen sitio para encontrarse, pero también uno muy malo para quedarse”
Anónimo

“Los deseos que negamos, fatalmente nos terminan alcanzando”
Anónimo




CAPÍTULO UNO

-En serio, Mariana. Tenés que salir más. Estás todo el día encerrada entre libros y no es que yo tenga algo en contra de los libros. Me encantan, igual que a vos. Pero vos tenés veinte años y…
-Y vos tenés treinta y ocho.
-Niña mía, si tu intención al recordarme mi edad es hacerme sentir un vejestorio, te aseguro que lo has logrado. Pero no hablábamos de mí sino de vos. Me preocupás, en serio. Todo el día te la pasás…
-Estudiando, ma. Ingresé el año pasado a la facultad y sueño con ser astrónoma. Y pensar que hay padres que se quejan porque sus hijos son unos irremediables vagos que no quieren estudiar ni trabajar. Y vos te quejás exactamente de todo lo contrario…
Mariana frunció su hermosa boca y una arruga de enojo se le dibujó en la frente. Parecía imposible que se pusiera fea, pero cuando se enojaba parecía eso: fea.
Y por supuesto que no lo era. Era una hermosa muchacha de cabellos largos y negros, tez blanca, ojos oscuros como abismos y una boca pimpante que parecía pedir a gritos ser besada. Pero nadie, absolutamente nadie había obtenido tal privilegio… hasta ahora. Los anteojos que usaba le daban un aire irremediablemente intelectual. Y eso era; una intelectual poco preocupada por los piropos (muchos subidos de tono) que cosechaba a su paso por la calle y en la facultad.
-Si papá viviera estaría orgulloso de mí-farfulló la chica.
Alicia Barrios, viuda de Linares fue y la abrazó por detrás. Mariana tuvo que interrumpir el trabajo práctico que estaba haciendo.
-No me malinterpretés. Yo estoy más que orgullosa de vos. Solo que…de mujer a mujer…siento que estás sola…que te refugiás en tus libros y carpetas.
- Parecería que vos sos la jovencita y yo soy la madura, ma. Siempre estás chispeante como un cascabelito. Te matás haciendo horas extras en la oficina para que a mí no me falte nada y pueda estudiar tranquila.
El tono de Mariana se había ablandado y ahora se dejaba acariciar el cabello por su madre que de ratos le prodigaba suaves besos.
-Quiero que seas feliz, Mari (la llamaba Mari, cariñosamente)…eso es lo que más me importa en esta vida…
-¿Y vos, mami?
-¿Yo, que?
-Todavía sos joven y sos bonita. Sos más bonita que yo…a mí no engañás; detrás de toda esa alegría que mostrás hay un corazón muy solitario.
-Nena, yo…
-De mujer a mujer, mami. Yo también ya soy mujer. Aunque vos me sigás mirando como la nenita que alguna vez acunaste en brazos. Tenés que rehacer tu vida…
-Nunca te traería un hombre a esta casa. Nadie va a reemplazar a Dalmiro, tu papá.
-Claro que nadie va a reemplazarlo. Pero yo no hablo de eso. Un día voy a hacer mi propia vida, mamá…y vos te vas a quedar sola…
Alicia cerró los ojos.
-Ay, Dios. A veces creo que tenés razón. Sos demasiado madura para tu edad. Bueno, voy a preparar la cena. Este diálogo se está poniendo demasiado espeso para mi gusto.
-y depositando un beso sobre la cabeza de su única hija, Alicia tomó el rumbo de la cocina.


Ahora el antiguo y cómodo departamento ubicado en el barrio de San Telmo en que vivían madre e hija yacía en silencio. La calle estaba envuelta en sombras y apenas la débil luz de un farol esquinero iluminaba una porción de la vereda. Mariana dormía, rendida en su cuarto y Alicia, en el dormitorio principal peinaba sus cabellos ante un espejo oval.
Mariana tenía razón. El espejo reflejaba a sus espaldas la cama matrimonial que parecía enormemente vacía. Y lo estaba, en realidad. Un solo cuerpo yacía en ella por las noches. A solas, la habitual alegría que solía trasuntar Alicia se desmadejaba convirtiéndose en una mueca de abatimiento. Era como si durante el día interpretara un papel o se pusiera una máscara y luego, en la noche y en soledad se quitara esa máscara.
“Dalmiro. Que sola me dejaste…”-pensó con tristeza.
Dejó la peineta sobre la mesa de luz y se sentó en el borde de la cama. Estaba enfundada en un transparente camisón que dejaba ver sus espléndidas formas de mujer que ya estaba en la plenitud de la vida.
Algo que nadie veía (sus formas íntimas de mujer) desde la muerte de su esposo en aquel desdichado accidente automovilístico…
Sin que pudiera evitarlo, casi a un nivel subconsciente sus manos se posaron sobre sus pechos y los acariciaron. Su propio contacto le generó un escalofrío en todo el cuerpo.
Había amado a su marido, espiritual y físicamente y su absurda muerte (Alicia sentía que era así: absurda) de algún modo la había matado también a ella.
Al menos tenía a Mariana con sus trece años en aquellos trágicos momentos como un poderoso motivo para luchar y vivir. Y por ella vivió y luchó. Sin descanso, sin darse tregua. Olvidándose de ella misma y concentrándose en el bienestar de su hija.
Sin hombre u hombres…
Por eso, cuando la jornada concluía, cuando el silencio reinaba en su hogar, Alicia Barrios viuda de Linares se mostraba como lo que era y sentía en su solitaria intimidad.
Triste, vacía y vieja…
No como si tuviera treinta y ocho años, sino como si tuviera cien.
Apagó la luz del velador y se metió entre las sabanas. Afuera el viento otoñal silbaba sacudiendo con estiletazos la persiana de su ventana.
Mañana debería levantarse temprano, como siempre. A las 7 a. m. preparar el desayuno para ambas y luego, cada una a lo suyo. Mariana a la facultad y Alicia a su trabajo.
Fin de un día más.



Ilustración Maschi

Tipeaba en la computadora aquella nota pedida por su jefe cuando una voz a sus espaldas le hizo levantar la cabeza y mirar hacia atrás.
-Hola.
Rossana Flores, su compañera de oficina y gran amiga le sonreía.
-¿Cómo estás, Rosy?
-Más que bien. Conocí a alguien sensacional en un “solos y solas” y quería pedirte que este sábado me acompañes.
-¿Yo?
-Sí. Vos. Roque; que así se llama mi candidato viene con un amigo y me hizo prometerle que yo también traería una amiga. Así que…cuento con vos.
-Pero es que yo…
-Nada. A las ocho p. m. pasaré a buscarte por tu casa. Chaucito.
Y mientras decía esto efectuó un gesto de despedida con su mano, Rossana se marchó rumbo a su mesa de trabajo. Alicia sonrió y se encogió de hombros. Debía tratarse de una broma. Ella no pensaba salir a ninguna parte ese fin de semana. Se quedaría acompañando a Mariana que tenía una pila de cosas para estudiar.
Un rato después se levantó y fue hasta el sitio de trabajo de Rossana y por lo bajo, para que ninguno de los que estaban trabajando en la oficina la oyera, le murmuró al oído:
-Supongo que me hiciste una broma. No puedo salir este fin de semana. Tengo que atender a mi hija que tiene mucho que estudiar.
-Imposible. Hace un ratito hablé con Roque y le confirmé que voy con una amiga, es decir, voy con vos.
-¿Estás chiflada? Yo no necesito andar buscando pareja. Estoy bien así sola como estoy. ¿No oíste aquello de que “el buey solo bien se lame”?
-Ya te dije que pasaré por tu departamento a las ocho de la noche a buscarte.
Rossana le volvió la espalda y se puso a trabajar en su computadora. Alicia iba a decir algo pero en eso entró Alfredo Solanas, su jefe y al verla le dijo:
-¿Ya tiene lista la nota, Alicia?
-Emmm…la termino y se la llevo, señor.
-Bien. La estaré esperando.



-¿A vos te parece? Esta descocada de Rossana me quiere conseguir pareja a toda costa…
Alicia rezongaba mientras batía con la cucharita el café instantáneo que estaba preparando para Mariana mientras ésta tomaba notas en su carpeta a la luz de una lámpara en el cuarto que usaba para estudiar.
-No es tan descocada, mamá. Y a vos te vendría bien salir un poco…” y sacudir el polvo”.
-¡Nena! ¿Qué palabras son esas?
Mariana mordisqueó la lapicera y la miró divertida.
-Nada. Que Rossana quiere que te diviertas y que a lo mejor encuentres el nuevo amor de tu vida.
-Vos sos el amor de mi vida, hija- Alicia vertió agua caliente de la tetera en la taza de café instantáneo y seguidamente le dio un beso en los hombros.
-En serio, mami. Quiero que vayas a divertirte un poco. Yo estaré bien, estudiando.
-No quiero dejarte sola.
-Cuando estoy sola estoy bien concentrada en lo que hago. Este trimestre viene particularmente difícil. Dale, ma.
-Ni sueñes que yo…
Mariana bebió un poco de café y luego se puso de pie.
-Prometeme que vas a salir el sábado con tu amiga de la oficina. Si no lo hacés, te juro que no estudio.
Su progenitora la miró horrorizada.
-Nena…
-Y bien…¿lo prometés?
Alicia capituló y asintió con un gesto.
-Y no me estés llamando desde donde estás ni te preocupés por mí. Ya voy a tener tiempo para buscar un muchacho que me guste. Por ahora eso no está en mis prioridades. ¿Comprendido?
Y diciendo esto, su hija le puso la punta de su dedo índice sobre la nariz.
-En serio…¿vas a estar bien?-el tono de Alicia era lastimero.
-De maravillas, mami. Y voy a desear que vos también estés así…de maravillas.
Alicia Barrios de Linares la estrechó en un abrazo. Sabía que iba a aburrirse como una ostra acompañando a la inquieta Rossana.
“Tengo que conseguirte un novio, nena”-pensó.



CAPÍTULO DOS


Alicia apenas podía disimular su nerviosismo. Es verdad que el ambiente de aquella reunión era bastante agradable pero eso no bastaba para tranquilizarla. A su lado, Rossana Flores no disimulaba su impaciencia.
-Se están tardando más de la cuenta-murmuró su amiga consultando su reloj pulsera.
Aquel “solos y solas” era uno de los típicos encuentros organizados para que hombres y mujeres que buscaban parejas hicieran los correspondientes contactos. En tales encuentros podía estar la otra mitad de la naranja, como vulgarmente suele decirse. O no. Pero al menos el asunto era pasar un rato agradable, entre conversaciones, bocadillos y tragos.
Y por supuesto, buena música que bajo la guía de un “disc-jockey” haría que quienes quisieran bailar o simplemente escuchar, tuvieran buenos momentos.
-Allí están- Rossana dejó escapar un suspiro de alivio.
Alicia miró en la dirección en que lo hacía su amiga y descubrió a dos hombres que venían hacia ellas. Uno era de rellena complexión y con pronunciada entrada en la frente que hacia presumir una no lejana calvicie. Alicia le calculó algo más de cuarenta años. ¿Sería ese la pareja que Rossana le reservaba? El solo pensarlo la desanimó bastante.
Pero fue quien acompañaba al semicalvo el que la sorprendió.
Se trataba de un muchacho joven que ni siquiera podía arrimarse a los treinta años. ¿Qué podía hacer allí, en una reunión de gente que iba desde los cuarenta a los sesenta y pico de edad?
El semicalvo besó en la mejilla a Rossana y ésta dijo:
-Te presento a Roque…un buen amigo.
De la forma que Roque la miraba se veía a las claras que pretendía ser algo más que “un buen amigo” para Rossana.
-Mucho gusto, Alicia.
-Encantado. El es Gabriel Dimarco, mi sobrino.
-Hola ¿Cómo están?-el muchacho tenía una sonrisa franca, cabellos rubios. Era alto, atlético y elástico como un gato. Sus ojos azules observaron vivamente a Alicia.
Luego ambos intercambiaron un beso en la mejilla.
-Tomemos asiento- dijo Roque y eso hicieron en una de las pocas mesas que permanecían desocupadas en aquel salón palermitano.
Al poco rato apareció una moza y pidieron bebidas.
Alicia contemplaba con sumo interés al muchacho que se notaba algo incómodo.
“Que buena pareja haría con Mariana”-pensó mientras la moza depositaba las bebidas pedidas en la mesa.
Rossana y Roque bebieron unos tragos y luego el semicalvo murmuró:
-Vamos a bailar, nena.
Su amiga no se hizo rogar. El hombre la tomó de la cintura y marcharon hacia un círculo en el que cimbreaban varias parejas al compás de una música repetitiva y pegadiza. 
-Se debe estar preguntando que hago aquí, supongo-dijo Gabriel.
-¿Debería?
-Se supone que este tipo de encuentros no son generalmente para…bueno, no se ofenda, gente joven. No creo que sea lo que usted esperaba.
-¿Qué edad tenés?
-Veinticinco.
-¿Y por que estás aquí, entonces?
-Verá; es un asunto que da para risa. El acompañante de mi tío, divorciado hace dos años para más datos, le falló a último momento. Accidentalmente fui a visitarlo y entonces me pidió que lo acompañara. Temía que Rossana, su amiga, la que está bailando ahora con él, se enfadara si se presentaba solo ya que le había asegurado que vendría con un amigo.
-Bueno, te voy a confesar una cosa. No era tampoco mi intención venir aquí pero Rossana insistió tanto que no pude negarme.
-¿Puedo preguntar algo personal?
-Podés. Yo veré si te contesto.
-¿Está separada? Digo, porque muchos de los que están aquí, seguramente…
-No. Enviudé hace unos años. Mi esposo falleció en un accidente automovilístico…
-Ah, lo siento. Perdone la pregunta. No pretendía remover ese tipo de recuerdos.
-Está bien. Tengo una hija. Mariana, de veinte años. Está en la facultad y quiere ser astrónoma.
-¿Astrónoma? Nunca había escuchado una cosa así.
-Pues eso es lo que quiere ser. Y es súper tímida. Se la pasa estudiando…
-¿Tiene novio?
-¡Que va! Y es muy bonita. No está bien que lo diga por ser su madre, pero así es.
Gabriel sonreía y ella lo encontró sumamente atractivo.
-Me hacés acordar a mi esposo. Era un muchacho bien parecido como sos vos.
-Si Mariana es la mitad de bonita que es usted, debe ser muy hermosa.
Alicia tomó la copa y bebió un poco de ella. 
-¿Eso es un piropo? ¿Acaso estás tratando de seducirme?
-Oh, no. Por Dios- el muchacho parecía sumamente avergonzado.
Se hizo un silencio incómodo.
-Vení. Vamos a bailar- Alicia tendió su mano sobre la mesa y rozó la de Gabriel. No sabía porqué pero se sentía a gusto con aquel joven y no quería estropear el lindo y fluido diálogo que habían llevado hasta entonces.


Fueron tomados de la mano hasta la pista. En esos instantes un tema musical lento se dejaba escuchar desde el parlante. Gabriel la tomó en sus brazos y comenzó a llevarla en los pasos de baile.
Bailaba bien y ella sentía su cuerpo juvenil apretujado contra el suyo. La música los envolvía, melancólica y dulzona. Alicia se abandonó a una especie de éxtasis. En verdad, hacia mucho tiempo que no salía con nadie, absorbida con la atención de su única hija y su trabajo.
Sin darse cuenta recostó la cabeza contra el pecho de Gabriel y el muchacho pudo percibir mejor el perfume que emanaba de la piel femenina. Y así, como si el mundo no existiera en torno a ellos, bailaron por unos tres minutos.
Al fin, la canción concluyó y Alicia pareció despertar de un sueño.
-Perdón-dijo ruborizada.
-¿Por qué? Fue muy agradable- no hubo signo de malicia en la sonrisa del joven.
-Debés creer que soy una vieja ridícula…
-No creo eso. Ya te dije que sos una mujer sumamente hermosa-replicó él.
Alicia sintió que se sofocaba y se encaminó hacia la mesa en donde ya estaban sentados su amiga Rossana y Roque, el acompañante.
Rossana le dirigió una mirada maliciosa que Alicia trató de ignorar lo mejor que pudo.
Era pasada la medianoche cuando los cuatro abandonaron aquel salón de encuentros.
Caminaron una media cuadra hasta llegar a donde el automóvil de Roque estaba estacionado.
Entonces, antes de abordarlo, Rossana la llevó aparte.
-Cariño, voy a tener un “Touch and go” con Roque…me entendés ¿no?
-Somos adultas, Rosy. No hacen falta detalles. Me tomo un taxi y vuelvo para casa.
-Gabriel te va a acompañar hasta tu domicilio.
-No. De ninguna manera.
-Vamos, que te ha gustado. Lo veo en tus ojos.
-¿Estás delirando? Le llevo trece años. Claro que es muy apuesto y simpático, pero…está un poquito verde para mí.
-¿Y para Mariana?
-Eso no me disgustaría. Presentárselo, digo.
-Bueno. ¿Qué mejor razón para que te acompañe? 
-Es que yo…
-Claro que voy a acompañarla. No dejaría sola a una dama como ella a estas horas de la noche con las cosas malas que a veces pasan-un sonriente Gabriel apareció ante las dos mujeres.
-Está bien-Alicia aceptó con una sonrisa.
Ambas amigas cruzaron sendos besos en las mejillas y luego Rossana entró al coche de Roque que ya aguardaba en el volante. El automóvil partió raudamente.
Alicia y Gabriel quedaron solos en la vereda.
Unos minutos después apareció un taxi desocupado. Lo abordaron.


-¿En serio vas a  presentarme a tu hija Mariana?
-Si está despierta a estas horas; sí. Y es probable que lo esté. Estudiando y esperando mi regreso. No la llamo por el celular para el caso es que ya se encuentre dormida, pues no querría despertarla.
-De todos modos quiero decirte que fue muy lindo conocerte. ¿La verdad? Creí que mi tío iba a  hacerme conocer a alguna dama muy entrada en años y pintarrajeada por los cuatro costados a la caza de marido o pareja.
-Bueno, yo soy algo así. Por lo de “dama entrada en años”, digo…
-No. Vos sos joven. Se nota que tenés un espíritu joven y nadie te daría la edad que tenés.
-Eso lo voy a tomar como un cumplido- Alicia sonrió, complacida.
“Puede ser el tipo perfecto para Mariana”-volvió a pensar mientras advertía que ya estaban llegando a su domicilio.


Con un seco chasquido, el ascensor se detuvo. Alicia salió primero seguida de Gabriel. Ella sacó las llaves de su cartera y abrió la puerta del departamento. Todo estaba en sombras. Encendió la luz.
-Esperame un momento-dijo.
Fue por el pasillo hasta el cuarto de Mariana. Abrió suavemente la puerta y la vio dormida en su cama. Había una pila de libros diseminada por el piso. Casi en puntas de pie volvió a donde estaba Gabriel.
-Lo siento. Está dormida.
-No hay problema.
-¿Tomarías un café?
-Bueno, si no es mucha molestia.
-Lo hago enseguida- Alicia abrió la alacena y sacó un frasco de café instantáneo. Llenó la cafetera con agua, encendió la hornalla de la cocina y dejó la cafetera al fuego. Luego sacó un par de tazas, una azucarera y un frasco con edulcorante. Puso todo ese servicio sobre la mesita que estaba en la cocina.
Poco después la cafetera echaba humo. Alicia batió el café y lo sirvió en las tazas.
-Tenés un ambiente acogedor aquí…y sos muy amable.
-Es agradable haberte conocido, Gabriel…
-Llamame Gaby.
-Bueno, Gaby. Tuvimos conexión enseguida. Sos muy simpático. ¿A que te dedicás?
-Estoy terminando arquitectura. Trabajo en el estudio de mi tío Roque, el que acabás de conocer. El sí es arquitecto. Si tu amiga le consigue poner el lazo, no se va a arrepentir. El tío Roque es una buena persona. No tuvo suerte en amores. Su mujer lo abandonó hace cinco años.
Bebieron el café.
-Supongo que habrá otra oportunidad…para conocer a Mariana.
-Claro que sí. 
-¿Intercambiamos teléfonos? Para seguir en contacto, digo.
-Me parece bien. Dame el tuyo primero- diciendo esto, Alicia tomó su celular de la cartera. Luego, ambos teclearon el número del otro.
-Muy rico el café. Me tengo que ir y vos tenés que descansar.
-Te acompaño hasta la puerta de entrada.


Un fresco aire nocturno los recibió. Un golpe de viento arremolinó los cabellos de la mujer. Entonces, impensadamente él le acarició los cabellos y se los ordenó.
La besó suavemente en la mejilla.
-Chau-le dijo y dando media vuelta se marchó.
Alicia se quedó mirando como el joven desaparecía en la noche.
Su pulso se había acelerado. ¿Qué demonios quería decir eso?
“Mariana tiene que conocerlo”-se esforzó en pensar.
Y luego en silencio entró a su dormitorio. Se desvistió y se puso el camisón. Unos momentos después con su cabeza yaciendo en la almohada cerró los ojos y trató de dormir. Pero el sueño se negaba a apoderarse de ella. 
Con una mezcla de vergüenza descubrió que estaba pensando en Gabriel Dimarco. 
Y eso la hizo sentirse estúpida, miserable y sola.


CAPÍTULO TRES


-En serio, nena. Tenés que conocerlo.
-¿De verdad que anoche trajiste un hombre aquí?- Mariana la miraba asombrada y vagamente divertida.
-No es un hombre, es un muchacho.
-¿Cuántos años tiene?
-Veinticinco.
-Es un hombre. Ma, me alegro por vos aunque me parece que es un poquito joven para…
-Un momento, cariño. Ya te dije que se ofreció a acompañarme y acepté porque tuve la idea que quizás estabas levantada y te lo presentaría. ¿Qué clase de pensamientos tontos se te pusieron en la cabeza?
-Oh- Mariana se tapó la boca y ahogó una risita- nada, mami, nada. ¿O sea que me trajiste un candidato, un posible príncipe azul a casa?
-Eso mismo. Pero estabas dormida.
-Es cierto. No te escuché para nada. Hoy tengo una prueba muy dura y espero salir bien. Esta noche la seguimos ¿sí?
Mariana tomó el último trago de su té con leche, aferró una medialuna y luego de cargar su bolso con las carpetas a cuestas le dio un beso y salió disparada del departamento.
Alicia se quedó sentada ante la mesa mirando las tazas vacías y los restos del desayuno.
“Que chica ésta…miren que pensar que yo…”
La propia idea le hizo también dar una risa. Luego recogió el servicio y fue al baño a ducharse.
Se metió en la bañera y abrió los grifos, equilibrando el agua caliente y la fría. Comenzó a enjabonarse y mientras la esponja la cubría de jabonosa espuma experimentó placer.
Su mano derecha recorría su cuerpo, sus elásticos y turgentes senos, su cintura, la curva de sus caderas.
 Su sexo…
Y sin que pudiera evitarlo, su dedo índice comenzó a acariciar su vulva…
Un gemido escapó de su boca mientras inevitablemente comenzaba a masturbarse. Y mientras el fuego interno crecía dentro de ella, la visión del rostro de Gabriel Dimarco acudió a su mente.
Bajo la tibia ducha que caía, Alicia disfrutaba de su placer solitario… 


-Y…¿Qué te pareció?
-¿Qué?
Rossana le habló bajito, al oído para no ser escuchada por los otros empleados. Se había colocado detrás de Alicia que estaba tipeando un informe en su computadora de trabajo. 
-Te pregunté que te pareció mi candidato. Roque…
-Ah- Alicia giró la cabeza y le sonrió-muy bien. Es el tío de Gabriel…un arquitecto. Ojalá le eches el lazo. Me contó Gaby que la mujer le ponía los cuernos y luego lo abandonó.
-¿Gaby, eh?-Rossana le guiñó un ojo.
-Ah, no. Pará con eso. Sos mal pensada igual que Mariana, mi hija. Lo que intento es presentárselo. El muchacho parece un buen partido.
-Menos mal. Creí que eras una “ladrona de cunas”-replicó su amiga y se alejó dando risitas.
Alicia se encogió de hombros y le hizo un gesto como de “andá a freír churros” y luego prosiguió con su trabajo.
Pero entonces descubrió que se había desconcentrado. Hasta la interrupción de Rossana estaba trabajando raudamente. Ahora le costaba concentrarse. Nuevamente y para su vergüenza interior, la imagen de Gabriel Dimarco volvía a aguijonearla.
Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para terminar aquella nota  y llevarla a la oficina de su jefe, Alfredo Solanas.


Solanas era un cuarentón que peinaba canas y, justo era decirlo, tenía una estampa irresistiblemente masculina. Se había separado hacía diez años, no tenía hijos y no se le conocían aventuras. Era (o lo parecía) el tipo de hombre dedicado casi íntegramente a su trabajo.
Era mortalmente meticuloso y ahora estaba leyendo con suma atención la nota impresa que Alicia acaba de entregarle. Aunque tratara de no demostrarlo, la mujer se sentía bastante nerviosa en su presencia. Y no era porque fuera un desconsiderado ni mucho menos.
Solanas trataba a todos como un caballero. No podía decirse otra cosa de sus maneras. Pero había algo glacial en él. Como un muro invisible que había puesto entre su persona y los demás. Siempre atildado, impecable en presencia, le faltaba sin embargo “ese pedacito de humanidad” y nada (o pocas cosas) parecían conmoverlo.
Alicia lo vio tomar la lapicera y comenzar a tachar la parte final de la nota. Mentalmente le dedicó una maldición a Rossana que con su chismorreo la había desconcentrado.
-Coloque las correcciones que acabo de hacer y vuelva a traerme la nota, Alicia.
La aludida tomó el papel con mano levemente temblorosa. Eso no pasó desapercibido para Solanas.
-¿Algún problema?-preguntó.
-N-no. Claro que no, señor.
-Bien. Por favor, haga lo que le pedí.
-Enseguida.
Alicia salió con alivio y rapidez de aquella oficina.


Había descendido del colectivo que la dejaba a un par de cuadras de su departamento en el barrio de San Telmo cuando oyó que sonaba su celular dentro de la cartera. La abrió, tomó el aparato y se lo llevó al oído. Lo activó.
-Hola ¿Alicia?
Volvió a temblarle la mano al reconocer la voz de Gabriel Dimarco.
-S-sí. Hola Gaby. ¿Cómo estás?-hablaba mientras caminaba por las veredas pobladas de árboles.
-Con ganas de verte. ¿Podríamos tomar un café en el bar que está enfrente del edificio en donde vivís?
-Si, bueno. Claro. ¿Cuándo? ¿Mañana?
-Ahora.
-¿Ahora? No sé donde estás ¿y te vas a venir hasta aquí? Ya es tarde. Es de noche y tengo que preparar la cena para Mariana. No, imposible. No puedo esperarte. Lo siento y…
-No vas a tener que esperarme nada. Estoy en el bar, sentado al lado de la vidriera, para más datos.
Alicia sintió que el corazón le daba un vuelco. Ya estaba llegando al mencionado bar el cual se llamaba “El Viejo Telmo”. Se paró un instante ante una de las vidrieras y entonces lo vio. Y el también la descubrió a ella. Gabriel le sonrió y agitó su mano en un saludo. Estaba sentado tal como había dicho junto a la vidriera.
Alicia emitió un suspiro y optó por entrar. En pocos pasos llegó hasta la mesa donde se encontraba el muchacho. Éste se levantó y la besó en la mejilla. Luego corrió la silla caballerescamente para que ella tomara asiento.
-Esto sí que es una verdadera sorpresa. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
-Te esperaba, por supuesto.
-Y…¿se puede saber por que me esperabas?
-¿Estás enojada conmigo?
-No sé si estarlo. Lo que sí estoy es sorprendida.
-Ahí viene el café que pedí para vos- le dijo Gabriel indicando al mozo que llegaba con una taza humeante depositada en una bandeja.
-Bueno, me alivia saber que no estás enojada.
-Pero tal vez vaya a enojarme si no me das una explicación convincente…- Alicia sonrió glacialmente tratando de aparentar enojo, pero no le salió muy bien que digamos. En realidad se sentía complacida y también feliz.
-Es que…desde que nos conocimos, hace cuatro noches no veía la hora de que me presentes a Mariana, tu hija.
-Ah…-Alicia se sintió vagamente aliviada mientras bebía unos sorbos de café.
-¿En serio no estás enojada?
-No. En realidad y no me voy a molestar en negarlo, esa fue la idea que tuve al conocerte. ¿Y por que no ahora? Ya que te molestaste en venir hasta aquí. Vení. Vamos.
Gabriel llamó al mozo, pagó y salieron.


Caminaron unos veinte pasos hasta la esquina y cruzaron la calle. Ya era noche cerrada. Un viento frío se levantó de pronto e hizo volar en remolinos varias hojas de diarios viejos. Llegaron a la entrada del edificio de departamentos en donde residían Alicia y Mariana. La mujer sacó las llaves de su cartera y abrió la puerta de calle. Entró, seguida del muchacho.
Tomaron el ascensor y este se detuvo con un seco chasquido en el octavo piso. Salieron del ascensor y caminaron por un amplio y bien iluminado pasillo. Alicia volvió a accionar las llaves y ambos entraron al departamento.
Todo se hallaba en sombras.
-¿Mariana?-mientras encendía la luz, Alicia llamó a su hija.
Pero Mariana no estaba en la vivienda.
Alicia frunció los labios, contrariada. Entonces descubrió sobre la mesa un papel manuscrito. Lo tomó y leyó. Era la letra de Mariana y decía: “Me quedé sin crédito en el celular y no pude avisarte que voy a la casa de una compañera de estudios a recoger unos apuntes. No me esperes a cenar porque volveré tarde. Te quiero. Mari.”
Con la contrariedad reflejada en el rostro, Alicia se volvió hacia Gabriel.
El muchacho simplemente sonreía


CAPÍTULO CUATRO


-Bueno…por lo menos puedo invitarte un café. Y luego voy a llamar a Mariana y saber de ella. Quizás ya está viajando hacía aquí.
-Claro. Lo que vos digas.
Trataba de mostrarse tranquila, pero estaba nerviosa, insegura. ¿Qué demonios era todo aquello? Ese muchacho estaba allí para conocer a Mariana, su hija.
No estaba por ella.
Puso la cafetera sobre la hornalla y unas galletitas sobre una pequeña fuente. Fue con ellas al comedor. Gabriel estaba sentado en el sofá y tenía en su mano un portarretrato que había tomado de la repisa.
-¿Tu hija y tu esposo?-preguntó mostrando la foto encerrada en el rectángulo de madera.
-Sí.
-Mariana es hermosa…bueno, no podía ser de otra manera-replicó él levantándose del sofá y dejando el portarretrato en donde estaba.
Alicia asintió con una sonrisa y luego, usando su celular llamó a Mariana.
-¿Dónde estás, cariño?-preguntó al escuchar la voz de su hija que le contestaba.
-En casa de Marcela. Marcela Castro, mamá. Es una compañera de la “facu”. Tenemos un examen bravo y vamos a quedarnos toda la noche estudiando.
Alicia recodaba a Marcela Castro. Había venido un par de veces a su departamento. Una chica muy bonita y suave.
-¿Quiere decir que vas a dormir en su casa?
-¿Dormir? Sí, algo dormiremos. Los padres de Marcela están en Mar del Plata. Quedate tranquila, todo está en orden, mami. Chau.
-Chau.
La comunicación se cortó y Alicia emitió un suspiro. La cafetera vibraba sobre la hornalla encendida. Fue y la quitó de allí. Sirvió dos tazas de café y las trajo a la mesa.
-¿Viene?-los ojos vivaces de Gabriel la miraban divertidos.
-No. Es increíble…
-¿Qué es lo increíble?-preguntó él bebiendo un sorbo del oscuro brebaje.
-La primera vez que llegaste a casa, Mariana estaba dormida y ahora…vendrá recién mañana. Está estudiando en la casa de una amiga. Por Dios que es frustrante- Alicia no se molestó en ocultar una mueca de decepción.
-¿Frustrante? Bueno, no lo creo. Vos también sos una agradable compañía…
-Gracias, pero ya te dije…el objetivo es que conozcas a Mariana. Sé que mi hija te va a encantar. A primera vista te diré que hacen una linda pareja.
-Bueno, supongo que la tercera será la vencida.
-¿La tercera…?
-¿No pensás invitarme más a venir a tu departamento?
-Por supuesto que sí. Vos y Mariana tienen que conocerse. Y ahora…si me disculpás…
-Claro. Entiendo- él se levantó de su silla y ella lo imitó.
Salieron del departamento al pasillo. Alicia llamó al ascensor y el vehículo se detuvo con un suave maullido.
-Cuanto llegués a planta baja me tocás el portero eléctrico y te abro.
Él la miraba, como embelesado.
-¿Qué pasa? ¿Por qué me mirás así?
De súbito la mano de Gabriel se alzó y le acarició la mejilla. El roce de aquellos dedos le produjo un calor en el rostro y un escalofrío en todo el cuerpo. Cerró los ojos y entonces los labios del muchacho se posaron sobre los suyos. Fue un beso suave, acariciante.
Alicia abrió los ojos, espantada e instintivamente se apartó de él.
-¿Qué…que hiciste?
Gabriel sonrió pero no le contestó una palabra. Abrió la puerta del ascensor y se introdujo dentro de él. Un instante después comenzaba el descenso. Alicia se quedó como atornillada al piso. Casi tambaleando entró a su departamento. Cerró la puerta tras de sí y quedó con la espalda apoyada contra ella, respirando agitadamente.
Nunca supo cuanto tiempo estuvo allí. La sacó de ese letargo un largo timbrazo proveniente del portero eléctrico situado en la planta baja. Reaccionó y oprimió el botón que habilitaba la salida de Gabriel.
Después dio unos pasos inseguros y terminó sentada en el sofá. Sus ojos se alzaron hasta llegar a la repisa y quedaron enfocados en el portarretrato que un rato antes Gabriel había tomado.
Alicia respiraba entrecortadamente. ¿Qué diablos le estaba sucediendo? Todo aquello que ocurría estaba completamente equivocado, fuera de las vías. Agitó la cabeza como tratando de espantar con ese gesto los absurdos pensamientos que burbujeaban en su cerebro.
Había dos caminos. O lograr que Gabriel conociera a Mariana …y se olvidara de la tontería que acababa de hacer…u olvidarse de él. Tenía que pensar bien en lo que haría.
Descubrió que no tenía ganas de cenar. Se quitó la ropa, entró al baño, se metió en la bañera y abrió los grifos para recibir el agua vivificante y tibia en su piel.
Mientras se enjabonaba el rostro su mano quedó unos instantes posada sobre su boca.
Allí la había besado ese tonto impertinente.
¿Qué diablos se creía? ¿Qué era una vieja buscona?
Cerró los ojos mientras el agua seguía cayendo sobre su cuerpo.



En las siguientes dos semanas Gabriel la llamó varias veces. No se dignó contestarle. “Por mí que le salgan callos en el  dedo pulsando botones”-pensaba.
-¿Qué te pasa? Tenés una cara…casi ni probaste tu comida.
El rostro afable de Rossana Flores mostró una arista de preocupación al formularle aquella pregunta. Ambas estaban en el comedor de la empresa, haciendo uso de la media hora que les correspondía por el almuerzo.
-No dormí bien anoche.
-Ni anoche, ni anteanoche ni antes de anteanoche, querida. Hace unos días que te veo desmejorada. ¿Estarás por pescarte una gripe? Ya llegaron los primeros fríos y con el cambio de tiempo hay que cuidarse- Rossana comía a dos carrillos.
-En cambio vos parece que estás con buen apetito.
-A Roque le gusto así gordita como soy.
-¿Cómo van tus cosas con…?-Alicia trató de desviar el tema de su mal aspecto.
-¿Con el tío de Gabriel? Magníficamente. ¿Sabés una cosa? Hace poco me propuso que me fuera a vivir con él.
-Ah…¿y…?
-Me muero por decirle que sí, pero …entre nosotras, lo estoy haciendo sufrir un poco. Le dije que lo pensaría, que me diera una semana. Mañana tenemos que vernos y por supuesto le llevo la respuesta.
-¿Y esa es…?
-Que sí. Que seremos pareja. El quiere rehacer su vida. Es un gran tipo y; entre nosotras, está en buena posición económica. Además…ejem…es un buen amante…y tiene lo que hay que tener…digo…
-Basta. No quiero escuchar ese tipo de intimidades. Pero me alegro mucho por vos. De verdad, te felicito.
-Si consigo echarle el lazo; esto es que firme la libreta, vas a ser mi madrina de bodas ¿no es cierto?-Rossana le puso su mano encima de la suya.
-No te puedo decir que no.
-Ah, una cosa. Gabriel, su sobrino…cada vez que paso por el estudio me pregunta por vos. ¿Cómo le fue con Mariana?
-¿Mariana…?
-Sí, eso. Tu hija. ¿No me dijiste que ibas a presentárselo?
-Bueno, te confieso una cosa. Todavía no la conoce. Y prefiero hacer un paréntesis. Tal vez no es la persona apropiada para Mariana. No lo sé…
Rossana le dedicó una mirada de extrañeza.
Alicia levantó su plato del que poco había comido y se preparó a llevarlo al mostrador, para devolverlo.
-Vamos. Hay que retornar al yugo-dijo con alivio.


-Alicia…
El tono empleado por Alfredo Solanas fue inusual. Y fue inusual porque había una rara suavidad en su voz. Solanas no se caracterizaba precisamente por eso. La aludida, que acababa de entregarle una serie de informes tipeados se lo quedó mirando.
-Si, señor. Diga…
Solana sonrió y sacudió la cabeza.
-Basta con eso de “señor”. ¿Puede llamarme Alfredo?
Alicia no supo que contestar.
-Verá…no quiero parecer atrevido pero…me han invitado a una reunión a la que, honestamente no habría querido ir. Pero se trata de un gran amigo y no pude negarme. El tema es que…
Aquí Solanas hizo una pausa. Se levantó de su asiento y dio unos pasos por la oficina. 
-Me preguntaba si…si usted querría acompañarme…
-¿Qué…?
-Por favor, no me malinterprete. Soy una persona solitaria. Y no tengo ganas de soportar bromas si aparezco solo en ese salón al que debo concurrir. 
-¿Y pensó en mí?- Alicia estaba genuinamente sorprendida.
Solanas asintió con un gesto. Pero se notaba en su rostro que estaba avergonzado.
-Por favor, perdóneme. No quise ofenderla. Sé que usted es toda una señora. Perdóneme-repitió.
-¿Pasará a buscarme a mi casa?
La pregunta sorprendió al hombre.
-Cla…claro…
-¿A que hora?
-¿Le parece bien a las nueve?
-Perfecto. ¿Algo más?
-No. Puede retirarse. Gracias.
Alicia sonrió y salió de la oficina.
Su pulso se había acelerado. Alfredo Solanas, el hombre de hielo, nada menos, acaba de invitarla a salir. Decididamente estaban sucediendo algunas cosas extrañas en su vida…



CAPÍTULO CINCO



-Espero que no se haya aburrido mucho.
Solanas hablaba sin mirarla, como si mientras manejaba su automóvil, estuviera absorto en la iluminada cinta de asfalto de la ruta. Atrás había quedado Luján con su monumental basílica y su museo histórico. Atrás también la rumbosa reunión a la que acababan de abandonar siendo las tres de la mañana.
-No, para nada, señor Solanas. Todo estuvo muy bien.
-Por favor…
-Alfredo.
-Así está mejor, Alicia. 
A la nombrada aún le costaba creer que estaba a bordo del automóvil de su jefe en el trabajo. Razonó que de saberse, las malas lenguas no cesarían de hablar. Especialmente porque a Solanas no se le conocía pareja ni aventuras.
-Supongo que está pensando porqué le pedí que me acompañara.
-Debo admitirlo…fue una sorpresa…Alfredo.
Alicia pensaba en Mariana. La cara de asombro que había puesto su hija cuando le dijo que Solanas pasaría a buscarla.
“¡Bien por vos, mamá!”-había aplaudido su hija y aunque Alicia había intentado minimizar el asunto, no lo había logrado.
-He pensado mucho en usted, Alicia. Sé que enviudó hace unos años…está sola…como lo estoy yo. Discúlpeme, no soy bueno para hablar con una mujer. Conozco la mala fama que tengo en la empresa.
-Usted no tiene mala fama, Alfredo. Simplemente es un poco más severo de lo que a muchos le gustaría. Eso es todo. Pero es un caballero y no de todos los que allí están puede decirse la misma cosa.
-Bueno, por fin alguien dice algo positivo sobre mi persona.
Alicia sonrió y guardó silencio. Y ese silencio entre ambos se prolongó hasta que el automóvil de Solanas se detuvo frente al edificio de departamentos situado en el antiguo barrio de San Telmo. Solanas dejó el motor en marcha y se bajó del coche. Abrió luego la portezuela del acompañante y Alicia descendió del vehículo.
La acompañó hasta la entrada del edificio. Hacía frío. El otoño se estaba batiendo en retirada sobre la Santa María de los Buenos Aires que fundara Pedro de Mendoza y más tarde re-fundara Juan de Garay.
Solanas le tomó la mano y se la besó suavemente.
-Gracias por acompañarme. La pasé muy bien con usted y quisiera…
-¿Quisiera que…?
El hombre la miró fijamente y Alicia se sintió viviseccionada por esa mirada.
-Volver a verla.
-Nos vemos de lunes a viernes… Alfredo.
-No como jefe y empleada. Como…bueno, como amigos.
-Seguramente será así. Buenas noches.
-Buenas noches.
Ahogando un suspiro, Alicia Barrios, viuda de Linares entró al edificio.


Al ingresar a su departamento descubrió que había luz en él. Llegó al comedor y allí descubrió que Mariana estaba despierta…y que no estaba sola.
-Hola, mami- su hija la saludó con un beso.
-¿Cómo está, señora Alicia?
La que había formulado el saludo-pregunta era una joven de la edad de Mariana. Rubiecita y vivaz. Marcela Castro, compañera de estudios de su hija en la facultad.
Marina señaló la pila de libros que yacían sobre la mesa.
-Estos  exámenes nos tienen locas. Marcela vino a estudiar conmigo y la hora se nos pasó volando. Se quedará a dormir. No hay problema ¿verdad, Mami?
-N-no. Por supuesto que no. Voy a preparar el cuarto que…
-Para nada, ma. Mi cama es de una plaza y media y estaremos cómodas las dos. Chau- Mariana ahogó un bostezo y se marchó seguida de su amiga.
Alicia tomó el rumbo de su dormitorio. Se desvistió y se puso el camisón. Estaba molida de cansancio. Se metió bajo las frazadas y no tardó en dormirse.
Afuera, en las calles semidesiertas y envueltas en la oscuridad otoñal un viento frío azotaba sin piedad a los añosos árboles alineados en la vereda.



-¿Me estás diciendo en serio que saliste con ese antipático de Solanas?
Rossana Flores la miraba con ojos abiertos como platos y en su expresión estaba bien a las claras que no creía lo que Alicia acababa de contarle en la tranquilidad de aquella confitería en que ambas compartían un té con masas secas.
-No voy a bromear con una cosa así. También a mí me sorprendió su proposición. Y supongo que por la sorpresa fue que no me atreví a negarme.
-Y…¿A dónde fueron?
-A Luján. La hija de un gran amigo de Solanas cumplía quince años y “tiró la casa por la ventana” con la fiesta que hizo.
-Pero todavía no me contestaste con que fines te invitó.
-Dijo que no quería ir solo. Que sus amigos le hacían bromas sobre eso y cosas así…
-¿Nada más que eso? Y…¿no intentó nada? Meter mano, digo…
-Ah ¿Cómo se te ocurre, Rosy? Se puede decir lo que quieras de él, pero es un caballero. No, fue muy amable. Hablamos bastante. Es hombre muy solitario y creo que muy dolorido por lo que le pasó. Ya sabés, su esposa lo engañaba con otro hombre y terminó abandonándolo. Parece que la amaba mucho. Y bueno, cuando uno ama demasiado si las cosas terminan mal, también se sufre demasiado.
-Mirá vos. Bueno…si se fijó en vos para que le ofrezcas consuelo…-Rossana emitió una risita.
-Me dio un poco de pena, ¿a que negarlo? Es una buena persona que se oculta tras una coraza porque creo que al perder lo que más quería, se enquistó en su caparazón.
-¿Y como sigue la cosa? En la oficina, digo.
-Bien. Como siempre. Es mi jefe (también el tuyo) y yo, la empleada. Bueno, basta de hablar de mí. ¿Qué hay de vos? ¿Le diste tu respuesta a Roque?
-Claro que sí. La semana que viene me mudo a su departamento. Ya somos pareja…vamos a vivir juntos.
Alicia le tomó la mano y se la oprimió con dulzura.
-Me alegro tanto por vos, Rosy. A ver si sentás cabeza de una buena vez por todas.
-Tendremos una cena el sábado que viene. Y estás invitada…Aquí te paso la dirección- Rossana sacó un papelito de su cartera con unas palabras garabateadas.
-Es en Palermo. Ah…una cosa…
-¿Qué cosa?
-Gabriel, el sobrino de Roque que también va a asistir me preguntó por vos…y me pidió encarecidamente que no me olvidara de invitarte. Creo que el muchacho se muere por conocer a tu hija Mariana.
Alicia tomó el papelito. Sin que pudiera evitarlo, su mano tembló un poco mientras lo guardaba en su cartera.


-¿De modo que este sábado estamos invitadas a lo del novio de tu amiga Rossana…?-había una luz de picardía en los ojos de Mariana al formularle la pregunta.
-Es lo que acabo de decirte- el tono de Alicia que estaba mirando TV sentada en el sofá fue serio y reconcentrado.
-Allí estará el sobrino de…bueno, Gabriel ¿no? El muchacho que me querés presentar.
-Así es.
Con un gesto triunfal, Mariana cerró la carpeta que estaba repasando.
-¡Maravilloso… el gran día está próximo!-exclamó.
-¿A que viene eso?
-Pero, mami…dos veces intentaste presentármelo y en ambas ocasiones el asunto se frustró. Esperemos que esta vez, la tercera sea la vencida y que el diablo no meta la cola ¿eh?
-¿Por qué tengo la sospecha de que me estás tomando el pelo?
-Ay, ma- Mariana puso cara de carnero degollado. Se levantó del asiento, se sentó junto a su progenitora y la abrazó.
-Hay veces que me gustaría ser chiquita, muy chiquitita, como cuando me tenías en brazos y me mimabas y me besabas.
Alicia le acarició los cabellos.
-Siempre vas a ser mi niña. Y por eso quiero lo mejor para vos- le susurró.
-¿Y pensás que el tal Gabriel puede ser el indicado?
-No lo sé. No perdemos nada con probar.
Mariana alzó la cabeza y la miró a la los ojos. Había una expresión rara en su rostro.
-Yo también quiero lo mejor para vos, mami.


-Nena, terminá de maquillarte que tenemos que salir. Estamos un poco atrasadas- Alicia echó un vistazo al reloj pulsera que marcaba las 20, 30 hs.
-Ya voy, mami- se oyó la voz de su hija desde el baño.
En ese momento se dejó escuchar el timbre del portero eléctrico. Alicia frunció el ceño preguntándose quien diablos podía ser a esas horas. Fue y tomó el auricular.
-¿Quién es?
-Gabriel.
Aquella voz la dejó atornillada al piso. Sintió que sus piernas vacilaban. Un nudo de saliva se le formó en la garganta. De algún lugar sacó fuerzas para continuar hablando.
-Lo siento. No puedo atenderte estamos por…
-Le pedí permiso a mi tío Roque para venir a buscarlas. Su novia, tu amiga Rossana aprobó la idea con entusiasmo.
-¿Quién es, mami?- Mariana apareció a sus espaldas. Lucía esplendorosa.
-Gaby…digo Gabriel…el sobrino de Roque, el novio de Rossana- replicó Alicia con un hilo de voz.
Mariana batió palmas y prácticamente le arrebató el auricular.
-¡Ya bajamos!-vociferó.


CAPÍTULO SEIS 


Las risas que venían de la parte delantera del automóvil llegaban claramente a los oídos de Alicia. Gabriel Di Marco y Mariana habían congeniado inmediatamente. Alicia no podía dejar de maravillarse de cómo su hija, habitualmente retraída, dialogaba con fluidez con quien conducía el vehículo que la llevaba al departamento del arquitecto Roque Dimarco, tío del muchacho.
Alicia, sentada en el asiento trasero se sentía aliviada y feliz.
Gabriel podía ser un excelente candidato para Mariana. Era un pensamiento que la ponía en paz.
Aunque no lograba olvidar el beso en los labios que había recibido de parte del joven.
“Tonterías juveniles”-se dijo y con ese concepto trató de alejarlo de su mente.
-Estamos llegando, Alicia- anunció Gabriel. 


Fue una reunión deliciosa. Rossana y Roque tomados de la mano como dos adolescentes y ella luciendo un anillo de compromiso en su anular izquierdo.
-¡Vamos a casarnos este año!-anunció.
-Por la feliz pareja, entonces- replicó Alicia alzando la copa de burbujeante champaña que acaba de ser servido.
Todos bebieron y luego batieron palmas. Un beso de Rossana y Roque remató el momento.
Por el rabillo del ojo, Alicia advirtió como Mariana y Gabriel, ya vaciadas sus copas tomaban asiento en un sofá del amplio comedor del departamento. Los oyó hablar en murmullos interrumpidos a cada tanto por alegres risas.
Cada vez se sentía más aliviada.


La llave empuñada por Alicia abrió la puerta de su departamento. Eran casi las cuatro de la mañana. La alegre reunión se había prolongado demasiado, pero bueno, cuando uno la está pasando bien, las horas vuelan.
Mariana ahogó un bostezo y se fue directo al baño. Cuando salió de él, Alicia la detuvo.
-¿Qué te pareció?
-¿Quién?- Mariana puso cara de no saber a quien se refería.
-Vamos, vamos…
-¿Gaby? Es divino, mami. Tenías razón. Fue buena cosa conocerlo. Me invitó a salir el próximo sábado.
-¿ Y…?
-Ma…por supuesto que le dije que sí. Me voy a dormir. Estoy molida. Chau.
Y depositando un beso en la mejilla de su progenitora, Mariana entró a su cuarto.
Un rato después, tendida en su cama con la cabeza sobre la almohada, Alicia, con los ojos entrecerrados, sonreía. La cosa había salido mejor de lo que esperaba. Había “buena onda” entre Mariana y Gabriel.
Apartó algún tonto y molesto pensamiento que se le cruzó en la mente. En lo que a ella tocaba Gabriel le recordaba a su fallecido esposo cuando joven. Eso era todo. Si el muchacho había cometido una tontería juvenil al besarla en los labios, ella también era una tonta al darle a eso más importancia de lo que lo tenía.
Y confortada por estos pensamientos también ella no tardó en dormirse.



-¿Qué te pasa?
-Nada. ¿A que viene esa pregunta?
Alicia se quedó mirando a su amiga Rossana a través de las tenues volutas de humo que salían de su pocillo de café. Más allá de la vidriera de aquella confitería junto a la cual ambas estaban ubicadas los transeúntes iban y venían como “extras” de alguna antigua película muda.
-Te veo triste-hubo algo de perturbador en el tono de Rossana.
 Alicia echó un vistazo al anillo de oro que brillaba en el dedo anular de su amiga y compañera de trabajo.
-Son ideas tuyas. Quizás un poquito cansada de tanta rutina y trabajo y…
-Triste porque estás sola. 
-No estoy sola. Tengo a Mariana.
-Sola como mujer, vos me entendés perfectamente. Ser madre no lo es todo. Te falta un compañero, Ali. Te estás apagando como una vela que se consume…y perdón por decírtelo así, pero las amigas de verdad estamos para eso…para decirnos las cosas de frente. En serio, me tenés preocupada. Hace unas semanas que te observo y…no sé…me parecés una plantita a la que le está faltando agua…
La mano de Rossana se posó piadosamente sobre la de Alicia. Ésta tuvo el impulso de levantarse y marcharse rápidamente de allí. Pero no lo hizo.
-En cambio tu plantita parece estar bien regada ¿verdad?-hubo un tono de mordacidad en la voz de Alicia. Y si esperaba que Rossana reaccionara ante el malévolo comentario, su amiga no lo hizo.
-Sí, me va bien. Vamos a casarnos en diciembre con Roque. Pero no sabés lo que daría por verte alegre y feliz…
Esas palabras desarmaron la potencial agresividad de Alicia. Rossana la miraba con ojos buenos, doloridos.
-Perdoname. Perdoname-repitió, oprimiendo la mano de su amiga.
-No hay cuidado. Puedo entender como te sentís. Porque yo me sentía así antes de encontrar a Roque. A propósito…¿Cómo van las cosas entre Mariana y Gabriel?
-Salen a menudo. Mi hija dice que son buenos amigos…él la divierte mucho. Eso me alegra, claro.
-Amigos…por ahora-susurró Rossana y bebió unos sorbos de su café.
-Tiempo al tiempo y…
-Solanas…
-¿Qué dijiste?
-Dije Solanas. Alfredo Solanas. El te invitó a salir una vez ¿no?
-Sí.
-Y por lo que me contaste no estuvo tan mal. Dijiste que era todo un caballero y cosas así…
-Sí, claro. Es un buen hombre. Dolorido por la traición de su esposa que lo engañaba y lo abandonó. Un tipo solitario y encerrado en sí mismo que parece haber levantado un muro entre él y el mundo. 
-Sé que no se le conocen parejas o aventuras…es un misterio su vida personal. Y tenés razón, está solo y es un buen partido…
-Espero que no tratés de sugerir…
-Nena, si te invitó a salir una vez es que quebraste el hielo. ¿Por qué no provocarlo un poquito…? A algunos hombres les hace falta que con tacto se les dé un empujoncito para decidirse. Vos me entendés ¿No?
Y aquí, Rossana Flores le guiñó un ojo.
-Sí que sos loca ¿eh?
-Loca y feliz. Y así quiero que lo seas vos, mi mejor amiga. Vamos, nena. Tenés mucho y bueno para dar. Mariana está creciendo. Y un día, del brazo de Gabriel o de algún otro se va a marchar. Es la ley de la vida. Y vos te vas a quedar solita. No. Sos joven todavía y tenés bastante para vivir. ¿Me vas a hacer caso?
-Es que yo…
-Quiero que me lo prometás. A vos también te hace falta “un empujocito” para volver a recuperar las ganas de vivir. “Regar la plantita”, que le dicen.
-¿Cómo te riega Roque la plantita a vos?
Ambas estallaron en un coro de estruendosas risas que hicieron volver la mirada hacia ellas por parte de varios clientes que estaban en aquella confitería.

  
Depositó sobre el escritorio de Alfredo Solanas la pila de notas que había tipeado durante aquellas horas. Quien era su jefe se la quedó mirando.
-¿Puedo decirle que hoy se ha venido muy bonita?
Había genuina admiración en Solanas. Y no era para menos. Alicia había pasado el anterior sábado por la peluquería del barrio y lucía perfectamente maquillada. Su sueter violeta dejaba exhibir las frutas maduras de sus pechos de una forma más que atrayente. Varios de sus compañeros varones de la oficina le había dedicado silbidos y algún piropo algo subido de tono al verla llegar al sitio de trabajo aquel lunes.
-¿Qué pasó, nena? ¿Te viniste para matar?
-Estás para el infarto, Ali.
Hasta la misma Mariana le había dicho que estaba bellísima y preguntado quien era el candidato antes de partir con rumbo a la facultad.
Y Rossana, desde su lugar de trabajo había sonreído satisfecha al verla entrar a la oficina del gerente Solanas.


Solanas tomó los papeles y pareció revisarlos pero en realidad la presencia de la mujer lo había desconcentrado. El perfume que exhalaba la piel femenina era toda una convocatoria al deseo.
-¿Está todo bien, señor?
-Creí que quedamos en que me llamaría Alfredo.
Un leve rubor tiñó las mejillas de Alicia. Aquel hombre seguía siendo un enigma para ella. Un enigma que le gustaría poder develar.
-¿Está todo bien…Alfredo?
-Voy a…revisarlo. La llamaré si necesito algo.
Ella sonrió, dio media vuelta y se encaminó hacía la puerta de la oficina. Su pulso se había acelerado. Sentía la mirada masculina clavada en sus espaldas. Cuando tomaba el pestillo de la puerta para abrirla escuchó que él decía:
-Alicia…
Giró.
-¿Sí?
-¿Tiene algún compromiso este sábado?
El pulso de ella pareció detenerse.
-No. Solo ver TV en compañía de mi hija…bueno, si es que no sale con …con amigos.
-¿Será un atrevimiento invitarla a cenar?
-No. ¿Por qué habría de serlo?
-Eso quiere decir que acepta.
-Sí…Alfredo-el tono de Alicia era suave.
-Tengo su dirección y puedo pasar a buscarla a la hora que usted disponga.
-A las ocho estará bien-dijo ella.
Por un largo instante sus miradas se encontraron. Y en los ojos de Alfredo Solanas brillaba el deseo.
Se marchó sonriente de aquella oficina con esa mirada clavada en sus espaldas y al pasar junto a la mesa de trabajo de Rossana Flores le dedicó un cómplice guiño de ojo.



CAPÍTULO SIETE


-¡Ay, mami! ¿Estoy tan feliz!
Alicia, que estaba retocando su boca con lápiz labial ante el espejo volvió la cabeza hacia su hija.
-¿Van bien las cosas con Gabriel?
-Bueno, sí. Somos buenos amigos. Es muy guapo y nos divertimos mucho. Pero no me refería a eso.
-¿Y a que te referías?
-A vos, ma. Estás hecha una diosa, rejuvenecida. No quería decírtelo pero te veía con la mirada triste en los últimos tiempos y ahora…es como si estuvieras floreciendo. Y eso, te juro que me encanta. Necesitás un compañero, un nuevo amor, ma. Yo sé que nada va a poder reemplazar en tu corazón a papá. Sé cuanto lo quisiste. Pero él ahora no está…-aquí la voz de Mariana se quebró un poco pero enseguida se rehizo- y voz aún sos joven…
-Mari, vos sos mi principal preocupación y…
-Ya me criaste, ma. Soy adulta. Tengo fijas mis metas. Mirar estrellas y planetas y cosas así. Y un día voy a encontrar a la persona que va a enamorarme y…levantaré vuelo. No quiero que cuando llegue ese día vos esté sola…
-Bueno, bueno…-Alicia abrazó a su hija y le acarició los cabellos.
-¿Es buena persona el señor Solanas?
-Creo que sí. Es un correcto caballero, pulcro y solitario. Tuvo una mala experiencia con su esposa. Te lo confieso, para mi es un enigma…
-Que te gustaría develar…
-Sí. Claro. Pero…¿y vos? ¿y Gabriel? ¿Qué pasa entre ustedes?
-Ya te lo dije. Solo buenos amigos…
-Me preocupás. ¿No hay nada más que eso? Hace casi tres meses que llevan saliendo…
Mariana se apartó de ella y se encogió de hombros.
-Es un buen muchacho, no me caben duda de eso. La pasamos bien juntos pero…
-Pero…¿qué?
-Creo que está enamorado de alguien… y ese alguien no soy yo.
Al escuchar estas palabras un escalofrío le subió por la columna vertebral a Alicia.
Entonces, en ese preciso instante el timbre del portero eléctrico se dejó oír. Mariana fue hasta el aparato y murmuró.
-Ya baja, señor Solanas.
Alicia estaba recobrando la serenidad cuando su hija fue y le puso la mano sobre los hombros mientras le decía:
-Tu príncipe azul ha llegado, mami.  
Intercambiaron mutuos besos en las mejillas y luego Alicia abandonó el departamento. Ya en la caja del ascensor no podía evitar que aquellas palabras de Mariana martillearan en su cabeza.
“Creo que está enamorado de alguien…y ese alguien no soy yo”.
Era una condenada estupidez y tenía que hacer algo para remediarlo.



Alfredo Solanas la recibió con un beso en la vereda y luego galantemente le abrió la portezuela del lado del acompañante para que ella entrara. Luego él se ubicó ante el volante e instantes después el automóvil partía.
Hacía frío. El invierno estaba estirando sus zarpas heladas sobre Buenos Aires. A pesar de la calefacción del moderno automóvil, Alicia se refugió en su tapado.
-¿Cuál es el plan…Alfredo?
El sonrió complacido de ser llamado por su nombre.
-Cena, show y baile en puerto Madero. ¿Está bien?
-No estamos lejos de mi barrio, San Telmo. Me parece excelente.
La mano de Alicia se posó suavemente sobre la diestra de Solanas que estaba aferrando el volante.
-Estás muy solo…igual que yo- le susurró ella.
-Sí. Así es. Desde que…desde que mi esposa me abandonó me refugié en mi trabajo. Al menos, no tuvimos hijos. Creía tener un matrimonio perfecto y todo no era más que una burda mentira- una arista de furia tiñó el tono de la voz de Solanas.
-Lo siento. En cuanto a mí, mi esposo falleció en un accidente automovilístico. La soledad es un monstruo silencioso que nos va devorando sin que uno se de cuenta. Yo tengo una hija…y ella es todo para mí.
-Pero tal vez eso no es suficiente…¿Qué hay de la Alicia mujer?
Ella cerró los ojos y sonrió. Y luego apoyó su cabeza sobre los hombros de él. 



-¿Cómo está la comida?
-Magnífica, Alfredo. Todo de diez. Hacia tiempo que no tenía una cita como ésta.
-Olvidás que ya salimos una vez. ¿Tan mala fue la primera?
-No, por supuesto que no. Pero era distinto. Te lo confieso, estaba un poco asustada. Me intimidabas…
-Ah, diablos. No sabía que tenía ese efecto en las mujeres- Solanas se mostraba locuaz mientras le servía aquel vino suave en su copa.
Vino que ella bebía con ganas. Diciéndose que debía concentrarse en el hombre que estaba con ella. Lo otro, lo de Gabriel eran puras fantasías que no tenían asidero. Solanas era un hombre hecho y derecho, Gabriel…bueno…estaba en otra etapa de la vida e involucrarse en tales condiciones con alguien era poco menos que un suicidio.
Y sin contar que Mariana estaba de por medio.
-¿Bailamos?-ofreció Solanas.
Ella terminó de vaciar la copa y le sonrió. Ambos se incorporaron de sus respectivos asientos y se dirigieron a un sector donde algunas parejas ya estaban enlazadas bailando una dulce y tranquila melodía que el disc jockey del local había colocado.
Solanas le cruzó el brazo por la cintura y la atrajo hacia él. El perfume que emanaba de la piel de Alicia lo envolvió. Bailaron. (él era buen bailarín) y Alicia, que sentía un mar de chispitas estallando en su cerebro se dejaba llevar.
 Todo era perfecto y romántico. Un hombre la tenía en sus brazos. Un hombre que la deseaba…



Abandonaron aquel selecto restaurante cerca de las tres de la mañana. Estiletazos de frío los recibieron. Entraron al coche. Alicia se sentía eufórica. Hacia rato que no bebía de ese modo. No se opuso cuando Solanas la atrajo hacia él y la besó largamente en los labios. Ella respondió con pasión a ese beso.
-¿Te llevo a tu casa…?-preguntó él.
-Llevame a donde vos quieras…-susurró ella.
Partieron.



El piso que poseía Solanas en la zona de Palermo estaba instalado a todo lujo. Un gran ventanal permitía una espectacular visión panorámica del Río de la Plata que a esa hora de la madrugada estaba invadido por las sombras nocturnas. Lejanas, algunas luces titilaban en la negrura.
-Vaya…que bonito es todo esto…
Solanas se despojó de su abrigo y le ayudó a quitarse el suyo. Después comenzó a besarla en el cuello. Alicia se abandonó a sus caricias. Todo aquello, a su mente algo obnubilada por la bebida se le antojaba maravilloso.
Había entrado al mundo del solitario y enigmático Alfredo Solanas. Un mundo bastante selecto, por lo que se podía juzgar.
Solanas le bajó los breteles y los pechos de a mujer quedaron expuestos. Como un hambriento vampiro comenzó a succionarle los pezones. Alicia solo respondía con gemidos.
¿Hacia cuanto que no tenía un encuentro sexual? Su mente no podía recordarlo. Y como “encuentro sexual” no podía contabilizarse las muchas autoestimulaciones que solía darse en la ducha o en su vacía cama matrimonial. 
De modo que respondió apasionadamente a los besos de Solanas. El hombre la alzó en brazos. Solanas era alto, elegante y fornido y luego se la llevó como un trofeo a través de un pasillo hasta que entraron a un amplio dormitorio. Con el codo tocó el interruptor de la luz y lo encendió.
Y luego la depositó sobre la cama. Una breve risita escapó de los labios de Alicia.



CAPÍTULO OCHO



El hombre la desnudó y luego también se despojó íntegramente de sus ropas. Alicia yacía “como Dios la tiró al mundo” con la cabeza depositada en la almohada. En rigor de la verdad, ambos lo estaban. Y el hombre se paseaba en torno de la cama, contemplándola en silencio.
-Me mirás como si estuvieras listo a comerme…-logró decir ella con su media lengua algo entorpecida por los efectos del alcohol.
El se acostó a su lado y quedaron mirándose muy próximos a los ojos.
-Eso es lo que tengo en mente….
Ella entreabrió los labios y le ofreció su lengua. La boca de Solanas la atrapó y comenzó a succionarla. Algo se liberaba en Alicia, la larga abstinencia a la que se había autosometido desde la muerte de su esposo.
Y el alcohol…la noche, la oportunidad. Aquel maravilloso lugar que parecía salido de alguna elegante película de Hollwood.
Solanas se montó sobre ella y su lengua fue recorriéndola meticulosamente. Alicia no cesaba de gemir, aguijoneada por la líbido y herida por el deseo. El hombre era un amante exquisito. Hacía gala de una técnica amatoria capaz de descongelar un pedazo de hielo. Nada de apuros, nada de urgencias. Su lengua iba y venía a través de la geografía de Alicia, cuyo cuerpo se estremecía ante aquellas delicadas caricias.
Cuando Solanas le hizo abrir las piernas y su lengua encontró la primorosa flor rosada del sexo de la mujer Alicia emitió un grito. Y luego aquella lengua tocó su clítoris. El deseo creció en forma espiralada en la mujer, que se revolvía en la cama entre oleadas tumultuosas de placer.
El primero de sus orgasmos no tardó el llegar pero la lengua del hombre no se retiró. Siguió allí, trabajando dulce y pacientemente mientras nuevas turbulencias de placer volvían rápidamente a encresparse  en la tibia y húmeda intimidad de la mujer.
Un nuevo orgasmo volvió a sacudirla y Alicia sintió que un borbollón de lágrimas saltaban de sus ojos.
Lágrimas de gozo, de supremo placer.
Se fue quedando desmadejada, desarticulada.
Y entonces él comenzó a penetrarla. Lo hizo con una delicadeza casi femenina. Lenta, despaciosamente. Estaba bien dotado y su miembro viril se abrió paso fácilmente en el ya lubricado interior de ella. Las embestidas comenzaron y se fueron haciendo cada vez más fuertes, más violentas.
Alicia le clavó las uñas en la espalda mientras los duendes del placer volvían a reactivarse dentro de ella.
Tuvo dos orgasmos más antes de que él eyaculara.
Después un sueño invencible la invadió.



Abrió los ojos y miró en derredor. 
No reconoció el lugar en donde estaba. Unos momentos de perplejidad la invadieron hasta que su mente comenzó a recordar los sucesos de la noche anterior. Se miró, para descubrirse completamente desnuda. Un aguijón de pavor la acribilló. 
Entonces la puerta del dormitorio se abrió y un sonriente Alfredo Solanas, enfundado en una elegante bata se hizo presente.
Fue hasta ella y la besó en la frente.
-El desayuno está listo-le dijo, mientras le alcanzaba una bata para que cubriera su magnífica desnudez.



-¿Dormiste bien, querida?
Solanas la miraba sonriente, contemplándola a través del humillo que se alzaba de su taza de café con leche.
-Sí. Todo fue…
-¿Fue…?
-Maravilloso.
Alicia acercó su rostro y lo besó en los labios.
-Luego te llevaré a tu casa.
-¿Puedo darme una ducha antes de salir?
-Seguro.



Entró a la bañera y abrió los grifos. Tomó la esponja y el perfumado jabón de la jabonera y comenzó a higienizarse. Torrentes de espuma resbalaban sobre su cuerpo. Y ahora que se sentía revivir bajo la tonificante ducha le dio gracias a la suerte de haber echo caso de los consejos de Rossana.
Había resultado una velada inolvidable. La cena, el show, el baile y aquella fogosa noche de pasión vivida en el maravilloso lugar que estaba.
 Hubo un ruido a sus espaldas y una mano corrió la cortina.
Alicia giró el rostro.
Solanas estaba allí, contemplándola sonriente.
Y había extraños fuegos en sus ojos oscuros. 



-Contame como te fue, mami.
Sin que pudiera evitarlo, un matiz de rubor asomó a las mejillas de Alicia. Era casi mediodía y apenas unos minutos atrás había descendido del automóvil de Solanas en la puerta de entrada del antiguo edificio de departamentos de San Telmo en el que residía con su hija.
-Bien, bien, Mariana.
-No. Contame en detalle. Hace años que no te tirás “una canita al aire”.
-Me da vergüenza hablar de estas cosas con vos.
-Ma, no seas anticuada. Saliste con un hombre ¿y qué? Quiero saber si la pasaste bien, si el príncipe azul se comportó como tal…o si todo fue un fiasco.
-No lo fue. Es un hombre maravilloso. Gentil, educado… y pasional.
-¡Bravo!- Mariana batió palmas.
-Y tiene un lujoso piso en Palermo. Un sueño, si lo vieras. Cenamos en Puerto Madero, bailamos. Yo estaba como…bueno, espero que me entiendas.
Mariana la tomó de las manos y la miró directamente a los ojos.
-¿Sos feliz, mami?
Alicia asintió con una sonrisa.
-Entonces yo también soy feliz. Me alegro mucho por vos.
-Y…¿Cómo van las cosas con Gabriel?
Mariana se encogió de hombros. 
-Digamos que bien…
-¿Se pelearon…?
- Estamos distanciados. Una pequeña discusión de amigos. Ya pasará…
Ahora quien la miró fijamente a los ojos fue Alicia.
-Voy a tener que hablar con ese muchacho. No sabe lo que se está perdiendo- dijo mientras acariciaba con dulzura las mejillas de su hija.



-Lo que me contás es maravilloso. ¿Así que hiciste el amor con Solanas toda la noche?-
Rossana Flores la miraba con ojos agrandados por la sorpresa en la confitería en la que solían encontrarse.
-Te ruego que no hablés de esto con nadie. No quisiera rumores que puedan entorpecer esta relación que está naciendo entre Alfredo y yo. Pudo haber sido el producto de una noche…aunque me gustaría que se trate de algo más. Hay algo en él que…
-¿Qué…?
Alicia sacudió la cabeza.
-No sé. No puedo expresarlo con palabras…ese sexto sentido que solemos tener las mujeres…
-¿Sigue siendo un enigma?
-En realidad casi no hablamos de nuestras cosas personales. Solo nos ocupamos de pasarla bien, dejando los antiguos fantasmas a un lado.
-Pues parece que fue un buen comienzo.
-Lo fue.
-Y eso es lo que cuenta. Ya tendrás tiempo de conocerlo bien a fondo…
-Sí: ya tendré tiempo. Y te lo vuelvo a reiterar. Ni una palabra a nadie en la oficina.
-Seré una tumba. Pero, por favor…teneme al tanto de lo que va sucediendo ¿eh?
-Y vos…¿para cuando con el arquitecto Dimarco?
-Antes que termine el año, me lo prometió.
Y aquí, Rossana agitó graciosamente la mano que ostentaba el anillo de compromiso.



El timbre del portero eléctrico hizo que la atención puesta en el programa de TV que estaba viendo se diluyera. Alicia fue y atendió.
-Buenas noches- dijo del otro lado de la línea la voz de Gabriel Dimarco.
Alicia tuvo un sobresalto ante esa voz.
-Pasá-le dijo y colgó el auricular.
Fue hasta el baño y desde la puerta percibió el rumor de la ducha. La abrió a medias y dijo:
-Gabriel está subiendo, Mariana.
La aludida, que estaba bajo la lluvia le contestó.
-Entretenelo un rato, mami. Todavía tengo que vestirme y maquillarme.
-Bueno…
Alicia se encaminó hacia la puerta del departamento. El timbre de entrada estaba sonando. Fue y abrió. Gabriel estaba allí.
-Buenas noches, Alicia-le dijo.
Hubo un breve silencio entre ambos y luego él le dio un beso en la mejilla y entró. Alicia lo invitó a tomar asiento en el sofá ante la TV que estaba encendida.
-Mariana se está duchando. ¿Gustás un café?
El asintió con un gesto. Alicia fue hasta la cocina y se puso a calentar el café. En realidad hacía poco rato había preparado algo de café para ella. Lo sirvió en un pocillo y se lo trajo al joven.
-Gracias-dijo él y bebió un sorbo mientras Alicia se sentaba a su lado.
-¿Cómo están tus cosas?-preguntó ella.
-Bien. Hay mucho trabajo en el estudio de mi tío y eso me ayuda a perfeccionarme. Es mi futuro.
-¿Qué te parece Mariana?
-Es maravillosa. De tal madre tal hija…
Se hizo un nuevo silencio.
-¿Qué intenciones tenés para con ella?
-No entiendo la pregunta…
-Sí que la entendés, Gaby. Y por Dios, espero no haber cometido un error al presentártela.
El apartó la mirada. Tenía una expresión intranquila.
-Es una chica maravillosa. Ya te lo dije.
-Esa no fue la pregunta.
Gabriel cerró los ojos y emitió un suave suspiro.
-Nos estamos conociendo, congeniamos. La pasamos bien, divertidos. Ella me habla de sus sueños y yo de los míos. Somos jóvenes, tenemos el futuro por delante.
-Me alegra saber todo eso.
El la miró fijamente a los ojos y ante esas pupilas que parecían querer escrutar su cerebro Alicia tuvo un escalofrío. Los labios del joven comenzaban a decir algo cuando se oyó la cantarina voz de Mariana.
-Hola, Gaby. Ya estoy lista.
Lucía sonriente y esplendorosa. Fue hasta Gabriel, quien se incorporó y la abrazó. Y delante de Alicia la besó largamente en los labios.
Alicia experimentó sensaciones encontradas ante aquella escena. Por un lado, la de un infinito alivio.
Pero por el otro…
-Nos vamos, mami. Chaucito.
-Que se diviertan- atinó a decir la dueña de casa.
Cuando la puerta se cerró tras los dos jóvenes, Alicia apagó la luz del comedor, fue y se sentó en el sofá ante la TV. Trató de concentrarse en el programa que un rato antes estaba viendo, pero no lo logró.
Accionó el control remoto del aparato y se quedó envuelta en las sombras. ¿Qué diablos le estaba pasando?
Trató de apartar aquella imagen que sus ojos acababan de ver y no pudo.
El beso que Gabriel le había dado a su hija le dolía.
Entonces desesperadamente se puso a pensar en Alfredo Solanas. Todo lo otro eran ideas tontas, estúpidas. ¿Cómo podían ocurrírsele? Lo que los ojos y la actitud de Gabriel estaban proponiéndole era un absoluto desatino.
¿Cómo iba a competir con su propia hija, nada menos?
El solo pensar en ello la puso frenética.
“¡Maldito sea el momento en que se me ocurrió presentarle a Mariana este muchacho!”-pensó.




CAPÍTULO NUEVE


-Vámonos a Mar del Plata el próximo largo fin de semana.
-¿Mar del Plata…?
Estaban en la intimidad de la oficina del gerente y Solanas la tenía tomada de las manos.
-Eso dije. ¿Hay algún impedimento…? ¿Tal vez…otro hombre?
Aquellas preguntas la descolocaron. Instintivamente retiró sus manos de las de él.
-¿Creés que si habría otro hombre estaría relacionada con vos? ¿Por quien me tomás…?
La expresión de furia en el rostro de Alicia desarmó a Solanas que desvió la mirada, avergonzado.
-A veces olvido que no todas son como…-el tono del hombre se volvió más humilde.
-¿Cómo tu esposa…? –ni bien terminó de decir esto, Alicia se arrepintió. Compasivamente alzó su mano y acarició la mejilla de su amante.
-Perdoname. No debí decir eso. Supongo que pese al tiempo transcurrido tus heridas siguen abiertas. La respuesta es sí. Te acompañaré a Mar del Plata el próximo fin de semana si lo querés.
Le dio un rápido beso en los labios y salió de la oficina.
Al menos en ese sentido todo andaba bien. Rossana Flores había mantenido la boca callada y nadie, entre los empleados se percataba de la relación que ambos mantenían desde hacía un par de meses ya. Solanas, por supuesto seguía mostrándose (cuando había otras personas) tan distante como lo había conocido.
Claro que en la intimidad las cosas eran muy distintas…
Los encuentros que se intensificaban en el departamento de Solanas se estaban volviendo más volcánicos. Era innegable la atracción que el hombre ya ejercía sobre ella. Ese extraño magnetismo que emanaba de él.
Tan frío y distante en la rutina diaria, tan apasionado y sensual en la intimidad. En el plano sexual, Alicia se sentía otra persona cuando estaba en la misma cama con él.
Y lo era. Parecía que su amante trataba de animarla a ser cada vez más audaz en los placeres carnales.
Alicia tenía la impresión de estar siendo guiada cuidadosamente hacia…
¿Hacia donde…?
No sabía por ahora esa respuesta, pero todo lo que tenía que ver con los encuentros íntimos con aquel hombre simplemente la atrapaban, atrayéndola como una mariposa que en la noche aletea hacía una luz que surge de las tinieblas.
¿Sería eso amor?
Alicia no estaba segura. Era sí, una frenética atracción física la que se había despertado en ella. No eran los actos apacibles que en la intimidad había mantenido con su difunto esposo.
Esto era…distinto. Atrapante. Seductor. Y tenía que dejar de preocuparse por el tema de hasta donde lo llevaría. Había que “vivir el momento”. Y quizás…
Quizás maduraría la relación con aquel hombre quien; a pesar de la entrega carnal, parecía reservarse algunos misterios a los que ella todavía no podía acceder. 



Descendió del obmnibus y se puso a caminar las pocas cuadras que la separaban del departamento en que vivía. Era una noche gélida y las veredas del tradicional barrio de San Telmo estaban despobladas. Se alzó el cuello del abrigo y apuró el paso. Un par de minutos después se encontraba sacando las llaves de su cartera para abrir la puerta de entrada del edificio.
Entonces hubo un ruido a sus espaldas y una voz la paralizó.
-Alicia…
Volvió la cabeza y allí estaba él. Gabriel Dimarco.
-Hola, Gaby. ¿Venís a buscar a Mariana?
-No- él la miraba fijamente, serio y reconcentrado.
-¿Entonces…?
-Quiero hablar con vos.
-¿De qué…?
-Estoy loco por vos, Alicia. No puedo soportarlo más…
-Claro que estás loco ¿Qué estás diciendo? Sos el novio de mi hija…la besaste ante mí, hace poco. ¿Qué clase de tontería es esta…?-ella estuvo a punto de gritarle esas palabras en la cara pero recordó el lugar en donde estaba y bajó el tono de voz.
-Es tu boca la que quería besar. La que quiero besar. No puedo quitarte de mis pensamientos, Ali. Lo intento y no puedo.
-¿Estás tratando de decirme que salís con Mariana solo por…?
-Por no perder contacto con vos. Por seguir viéndote. Mariana es una chica preciosa, es maravillosa. Pero no es para mí. No la amo. Desde que te conocí …yo…
Gabriel detuvo su entrecortada sucesión de palabras e hizo un gesto con las manos, como de impotencia.
-Entonces…si es así, no vuelvas a molestar más a mi hija. Y olvidate de nosotras. Mariana se moriría de pena si supiera la clase de persona que sos…andate ya mismo de aquí.
-Tenés un amante ¿no? Tu jefe, ese tipo que se llama Solanas…
Ella se lo quedó mirando, desconcertada.
-¿Cómo sabés eso? ¿Quién te lo dijo?
-Rossana, tu amiga. La que va  casarse a fin de año con mi tío. La otra noche lo comentó en una cena. Estaba muy contenta por vos…pero yo no. Sentí que el mundo se me venía abajo. Es por eso que vine a verte. ¿Es verdad eso, Ali?
La aludida cerró los ojos.
-Si es verdad no es asunto tuyo.
Quiso volverse pero él la tomó del brazo. Sus dedos se crisparon como garras sobre Alicia, inmovilizándola.
-¿Es verdad?-había una expresión implorante en el rostro de Gabriel.
Por un instante, las caras de Gabriel y de Alfredo Solanas se superpusieron. Dos hombres que rogaban, que imploraban. Esa imagen desarmó su furia.
-Es verdad. Ahora soltame y desaparecé de nuestras vidas.
Se desasió de la mano del muchacho y entró como una tromba al edificio.  



Mariana estaba ocupada en sus libros cuando llegó hasta ella y la besó en los cabellos.
-¿Muy cansada, mami?
-Un poco, Mari. Enseguida preparo la cena.
Poco después comían en silencio. Para Alicia era un esfuerzo el mirar a su hija. “Gabriel va a abandonarla por mi culpa”-pensaba y cada bocado a tragar se le volvía dificultoso. Que terrible era sentirse así. Había tratado de hacer lo mejor para su hija y ahora todo se iba al perfecto demonio.
Se imaginó consolándola cuando llegara el llanto de la ruptura y eso le provocó una sensación de náusea en el estómago.
-¿Te sentís bien, mami?- algo llegó advertir Mariana al contemplar la expresión de su rostro.
-Si, cariño. Un poco cansada, como ya te dije antes. Pero tengo una noticia que darte…Solanas me ha invitado a compartir con él el próximo fin de semana que tiene un largo feriado. Viajaremos a Mar del Plata. ¿Estás de acuerdo en que vaya?
-¿Por qué me preguntás eso, mami?
-Porque no quiero que me veas como una vieja loca que se manda a mudar con un hombre sin siquiera avisarte. Y no iré si a vos te parece mal.
Mariana le tomó la mano sobre la mesa.
-Me parece genial, mami. Me resulta hermoso que tengas una relación con ese hombre, que según decís, es todo un caballero y te trata como una reina. Ojalá puedas rehacer tu vida con él. Y tal vez sería buena cosa que un día lo invites a cenar, así lo conozco…por lo menos, vos tenés suerte en el amor…
-¿Qué pasa, cariño?
-Gabriel está muy distante, muy nervioso. No estamos bien. La última vez que salimos, tuvimos una fuerte discusión. Le dije de mis sospechas…
-¿Qué sospechas?
-Que tiene otra por ahí. Que está enamorado de otra mujer. Y también le dije que si eso
era cierto sería mejor que me lo confesara y termináramos…
Había un rictus de furia en la voz de Mariana. Y entonces dejó de comer, fue y se sentó en el sofá y allí clavó los codos en sus rodillas y ocultando su rostro entre las manos se largó a sollozar.
Alicia llegó y se sentó a su lado, consolándola.
-Voy a hablar con él y…
-Te lo prohibo, mami…
Y siguió con sollozos entrecortados.
-¿Quién será esa maldita mujer que me lo está robando…?-decía su hija con palabras entrecortadas por el llanto.
En esos momentos Alicia quería simplemente morir.



La cinta de asfalto de la ruta se desplegaba ante sus ojos. El cielo era diáfano y azul y algunas nubecillas blanquecinas y algodonosas se desplazaban empujadas por el viento sur. La ruta dos que lleva a la costa atlántica estaba bastante transitada. No era para menos si se pensaba que los que podían, escapaban a centros de veraneos aunque fuera en temporada invernal.
-Estás pensativa- comentó Alfredo Solanas con las manos al volante y mirando tras sus anteojos de sol el camino que parecía no tener fin.
Alicia sonrió. Pero era casi una mueca más que una sonrisa. Había dormido mal la noche antes de partir hacia la costa. Lo que estaba sucediendo con Mariana la tenía devastada.
Se prometió que al regreso de estas minivacaciones enfrentaría a Gabriel y pondría absolutamente las cosas en claro.
-Quizás algo cansada- susurró apoyando la cabeza en el hombro de Solanas.
-Pues nos vendrán bien estos pocos días a los dos, supongo.
-Alfredo…
-¿Qué…?
-¿Qué sentís por mí…?
Él solo atinó a sonreír y guardó silencio.




CAPÍTULO DIEZ


Se alojaron en un hotel de primer nivel, cerca de playa Bristol y el Casino provincial. Hacía frío, un clima gélido que recordaba a todos los llegados de distintos puntos del país que se encontraban en pleno invierno.
Claro que en el amplio cuarto que ocupaban, la calefacción tornaba la cruel realidad climática exterior en un ambiente tibio y acogedor.
-Esta tarde saldremos de compras. Quiero regalarle algo especial a tu hija Mariana. Así cuando me conozca no llegaré con las manos vacías. Y en eso, vos vas a guiarme, indicándome lo que le gusta.
-Zalamero. Me estás manipulando por el lado más flaco que tengo: mi hija.
-Y luego de cenar iremos a probar suerte en la ruleta. ¿Qué te parece?
Alicia se encogió  hombros. El juego no le atraía en lo más mínimo, pero bueno, se dijo que aquella era una ocasión especial. Lo abrazó, posando sus brazos sobre los hombros masculinos.
-Vos sos un enigma para mí…y quiero develarlo- le susurró, mirándolo a los ojos.
-La curiosidad mató al gato.
-No te entiendo…¿acaso hay algo malo que esconder…?
-En toda alma hay tinieblas- replicó él y suavemente le sacó los brazos que estaban tendidos en torno a sus hombros y nuca.

Recorrieron la peatonal central de Mar del Plata, entrando y saliendo de negocios. Había mucha gente y los eternos vendedores ambulantes voceaban sus mercancías.
Compraron un primoroso vestido y atractiva ropa íntima para Mariana y también para Alicia. La aludida, por su parte, eligió un par de elegantes sueters para Solanas. Caía la tarde cuando volvieron caminando al hotel en que estaban alojados.
-Gracias- le dijo ella, una vez ubicados en el cuarto del alojamiento.
-Es una bagatela. Yo soy el que ha recibido el gran regalo…-Solanas le alzó la barbilla.
-¿Los sueters?
-Vos. Vos sos mi regalo, Alicia.
Ella lo besó suavemente en los labios. Se sentía feliz. Aquel hombre la equilibraba, “le bajaba un cambio” como solía decirle Mariana cuando la veía nerviosa y acelerada.


Alicia dialogó celular mediante con Mariana para decirle que habían llegado bien y la estaban pasando aún mejor.  Más tarde, cenaron en un elegante restaurante de “La Feliz” y alrededor de las 11 p. m. tomaron el rumbo del casino. Caminaron arrebujados en sus abrigos y entraron a la “Casa de Piedra” como vulgarmente es llamada.
Por un rato deambularon en los sectores de máquinas tragamonedas hasta concluir su periplo en el gran salón donde los jugadores desafiaban al azar en las mesas de ruleta.
Solanas cambió dinero por fichas y se instalaron junto a una de las mesas.
La ruleta comenzó a girar y la bola a dar locos saltitos mientras el gran disco rotaba a gran revolución.
-¡No va más!-gritó el “croupier” cruzando el rastrillo sobre el tablero en que se habían depositado las apuestas.
Y cuando por fin la ruleta cesó de danzar y se detuvo, el “croupier” indicó el número ganador.
-¡Ganamos!-gritó Alicia, batiendo palmas.
Regresaron al hotel cerca de las tres de la mañana. Había relámpagos en el cielo y un frente de tormenta se mostraba, proveniente desde el mar. Unas finas y heladas gotas de lluvia comenzaron a caer. 



Los truenos retumbaban allá afuera como si estuvieran dentro de una caja de resonancia. A intervalos, el trallazo de luz de un relámpago se filtraba por las rendijas de las cerradas persianas de la habitación.
-Estoy molida-comentó ella y tomando una bata marchó con rumbo al baño para darse una vivificante ducha.
Cuando retornó al dormitorio, peinándose los largos y rubios cabellos él aguardaba desnudo, tendido sobre la cama.
-Ahora comienza la verdadera diversión, Ali…
Tal vez a ella le pareció, pero había un matiz extraño en la voz del hombre. No supo porqué pero ese detalle y el verlo así desnudo la incomodó. Y no era la primera vez que lo veía desnudo, por supuesto. La mano de él se estiró y apagó la luz del velador.
En silencio, ella se despojó de la bata. Solo calzaba la trusa y el corpiño. Se acostó a su lado.
Solanas yacía con la vista clavada en el techo sin mirarla, como si ella no estuviera allí.
Alicia lo acarició y comenzó a besarlo. Pero él no devolvía las caricias. Era como si se tratara de un muñeco de cera…o de hielo. Tal vez fuera por el frío que traían del exterior pero su piel estaba helada.
Alicia percibió la erección del miembro viril. La certeza de que él había estado masturbándose mientras se bañaba la aguijoneó.
-Besalo-dijo él.
-Te estoy besando, cariño…- los labios de Alicia recorrían el pecho de su amante con extrema suavidad.
-A mí no. A él- la voz de Solanas era átona, despersonalizada. Era como si estuviera hablando en la oficina con esa típica voz impersonal suya.
-¿A él…?
-Vos sabés a quien. 
Alicia alzó la vista y miró al pene erecto de Solanas.
-N-no…no hago eso. Lo siento…no, por favor- susurró.
Solanas no contestó, se apartó de su lado y salió de la cama. Quedó de pie ante ella.
-Chupalo con ganas y no dejés de tragar ninguna gota de semen- ahora en su voz había un ligero tono de amenaza.
-¿Qué estás diciendo…? ¿Qué te pasa…? ¿Porqué me hablás así…? yo…
Alicia nunca llegó a terminar la frase que iba a decir. Solanas la atrapó por los cabellos y le hundió el rostro sobre la almohada. Ella trató de gritar pero los sonidos quedaban ahogados ante la presión formidable de aquellas manos.
Luchó, se debatió locamente, sintiendo que sus pulmones iban a estallar. La negrura oscureció su cerebro y cuando creyó que sus pulmones reventarían, la presión desapareció tan repentinamente como había llegado.
Se alzó de la cama, tosiendo entrecortadamente.
-¿Te repito lo que tenés que hacer…?
-¿Estás loco…? ¿Por qué me tratás así?- Alicia lo miraba con pupilas desorbitadas, totalmente ganada por el terror.
El puño derecho de Solanas se estrelló contra su cara y todo se oscureció para ella.
Despertó con un fuerte dolor en la mejilla. Sus ojos se abrieron y su boca quiso gritar pero no pudo hacerlo porque estaba cubierta por una firme mordaza. Trató de mover sus manos y pies y tampoco pudo hacerlo.
Sus pies estaban sellados por un par de grilletes y sus manos, extendidas a ambos lados de la cama, yacían atrapadas por sendas esposas cuyas finas pero aceradas cadenas la aprisionaban a ambos respaldos del lecho.
Solanas, desnudo y de pie la miraba. Tenía algo en sus manos. Una cámara filmadora digna de un profesional.
Y sonreía. Pero era una sonrisa donde asomaban todos los demonios que habitaban en su interior.
Comenzó a filmarla desde todos los ángulos. Alicia se debatía, pero todo era inútil. Luego, aquel desquiciado montó la cámara sobre un trípode y la puso en acción mientras comenzaba a masturbarse.
Cuando el semen escapó a chorros de su miembro viril tales chorros cayeron sobre el cuerpo de Alicia y particularmente sobre su rostro.
Ella se sacudía epilépticamente y emitía gritos que la mordaza ahogaba. Luego, una vez que él hubo eyaculado totalmente, con su mano comenzó a esparcir la gelatinosa sustancia que había emitido su miembro viril sobre el rostro de su desventurada víctima.
Al fin, y por un rato, aquel suplicio terminó.
-Te voy a quitar la mordaza y vas a hacer lo que te diga ¿entendido?
La voz era un susurro tranquilo. Era como si hablara del tiempo o de cualquier tema banal. Sonreía y en esa sonrisa estaba toda la malevolencia de Satanás.
-¿Querías develar mi enigma, putita? Pues…ya vez que te estoy dando el gusto. Sos igual que mi ex mujer, igual que todas las perras que suelo llevarme “de paseo” de vez en cuando…¿No es cierto que lo sos?
Ella lo miraba con ojos desmesuradamente abiertos por el pánico.
-Si te quito la mordaza y te ponés a gritar te va a pasar algo muy malo. ¿Entendés?- y mientras así hablaba sus manos engarfiadas le hacían comprender a la desdichada que podía fácilmente estrangularla.
-¿Entendés, puta?
Alicia cerró los ojos y asintió. Alfredo Solanas era un perfecto monstruo. Estaba totalmente loco y ella era la infeliz mosca que había caído en su telaraña.
-Vamos, al final te va a  gustar…a todas les termina gustando…y más de una pide más y más…-y a estas palabras sucedieron una risita enfermiza y escalofriante.
Le quitó la mordaza y siguió un breve silencio. Y durante esos instantes Alicia estuvo a punto de proferir un grito. Pero no lo hizo. Supo que esas manos iban a atrapar su cuello hasta partirle en dos la nuez de Adán.
Y entonces se convirtió en una muñeca dócil en manos de aquel monstruo.
La filmadora siguió funcionando y captando las variadas aberraciones a que el hombre la sometió durante toda aquella noche en que tronaba la tormenta y el cielo vomitaba cataratas de agua desde lo alto sobre la ciudad balnearia.
Al amanecer, Alfredo Solanas, exhausto de aberrantes placeres se quedó dormido. Pero había tomado sus precauciones. Antes de cerrar los ojos para descansar volvió a amordazarla y no la liberó de los grilletes ni de las esposas.
Ahora Alicia ya sabía quien era verdaderamente aquel elegante y atildado caballero.
Y durante los tres días que estuvieron en Mar del Plata no le permitió salir de la habitación y metódicamente la sometió a todo tipo de aberraciones.
Eso sí, cuidando de que cuando llamaba Mariana, la hija de su víctima ésta contestara con naturalidad “que la estaban pasando de maravillas”.


CAPÍTULO ONCE


-Sos un canalla. Un miserable. Un monstruo retorcido…voy a denunciarte a la policía y vas a pagar por esto-el odio mas genuino fluía en la voz de Alicia.
-¿De veras? ¿Y que le vas a decir a tu hija cuando le muestre los videos que filmé? Te aseguro que parece que estabas muy complacida…cuando hacías lo que hacías.
-No va a creer nada de lo que vea…
-Quizás no. Pero el punto es que va a verlo. Y apuesto a que esas imágenes no van a borrarse nunca de su memoria- Solanas le había vuelto la espalda y se estaba ajustando el abrigo ante el espejo.
-Además…hacé memoria. Cada vez que hablabas con ella le decías…”que todo estaba bien”. ¿No crees que eso le va a  sembrar un poquito de dudas sobre el verdadero comportamiento de su madre?
-Ya veo a donde querés llegar…lo único que no entiendo es porqué hacés esto…que razón tenés para vengarte…
-¿Vengarme?
-Eso, vengarte. En cierto modo no me lo hiciste a mí y vaya a saber a cuantas pobres desgraciadas que voluntariamente o no, se prestaron a tus perversiones. Se lo hiciste a ella…a esa mujer que te traicionó y te abandonó…
-Callate- ante el espejo el rostro de Solanas adquirió la rigidez de la piedra.
- Y pensás seguir y seguir haciéndolo. Tapando con dinero o con chantaje tu miseria humana, tu odio hacia las mujeres…-Alicia sentía que había encontrado el punto débil en la coraza inhumada del hombre y como un filoso escalpelo sus palabras lo seguían acosando.
-¡Callate, puta!- Solana se volvió y le gritó en la cara.
-No voy a volver con vos a Buenos Aires. Me tomaré un obmnibus. Y tampoco volveremos a trabajar juntos. Voy a pedir el pase a otra sección…quiero verte lo menos posible, basura.-ya no había miedo en ella. Solo una furia silenciosa, reflexiva. Era increíble, pero pese a su dolor comenzaba a tener a la par del asco, lástima por aquel ser tan elegante y refinado exteriormente. Y tan diabólicamente retorcido.
-¿Y vas a contar lo que sabés?
Ella desvió la mirada.
-No. No vas a hacerlo. Porque aunque me destruyeras, ya no podrías mirar en la cara a tu hija. ¿No es cierto?
Alicia no contestó. Aferró la manija de su maleta y salió de la lujosa habitación dando un tremendo portazo.
Salió a la calle y mientras hacia señas a un taxi que llegaba y la llevaría a la terminal de obmnibus marplatense una catarata de lágrimas incontenibles se desprendió de sus ojos y comenzó a bañar sus mejillas.
El invierno estaba en Mar de Plata, representado por ese viento proveniente del Atlántico y la fina y helada llovizna que caía sobre “La Perla” hacía refugiarse a la ciudad en su caparazón de acero, vidrio y cemento.



-Contame, mamá Contame. ¿Cómo es él?
Mariana lucía entusiasmada. Hacía solo una hora que su madre acababa de arribar al departamento y ya la estaba acosando con sus preguntas.
-No es el hombre que creí que era.
-¿Qué pasó? 
-Digamos que me desilusioné. Digamos que sigue aferrado al recuerdo doloroso de la mujer que lo engañó. Que gira y gira sobre eso y aunque no creo que lo sepa, no ha podido dejar de amarla. Y eso es fatal. Se puede luchar contra una rival de carne y hueso pero…¿Cómo se vence a un recuerdo que se ha aferrado cual una ventosa al corazón y a los sentimientos?
-Disculpame. Vos tenés una cara de cansada que espanta y yo haciéndote preguntas tontas sobre tu escapada romántica…que por lo visto fue un fracaso.
-Lo fue. Y sí; tenés razón. Estoy cansada.
Mariana se la quedó mirando, en silencio y desconcertada cuando Alicia entró a su cuarto como una sombra.
 Y esa noche; mientras la muchacha dormía le pareció escuchar entre sueños un llanto lejano. El llanto de un alma atormentada que daba rienda suelta a su desesperación. Pero no eran más que eso: malos sueños.
Eso fue lo que Mariana se dijo al despertar



-Entonces…¿ es cierto? ¿La cosa resultó un desastre…?
Rossana Flores escudriñaba su rostro como si quisiera penetrar en sus pensamientos y extraer las respuestas de su cabeza, mientras hacia girar la cucharita dentro de su taza de té con leche en la confitería de las que eran habituales clientes.
Alicia le devolvió aquella mirada y por unos instantes (brevísimos instantes) pensó en contarle sobre todo el infierno que había soportado aquel demoníaco fin de semana largo en “La feliz”.
¿La Feliz? Nunca un nombre le pareció menos apropiado que ese. Y se juró que mientras viviera jamás regresaría a Mar del Plata.
-El no es lo que parece. Es…-Alicia sacudió la cabeza. No encontraba las palabras adecuadas para expresarse y lo mejor era optar por callarse. Si abría la boca, estaba segura que Rossana no se quedaría callada…el escándalo sobrevendría. Y Mariana lo sabría todo.
Y eso era más de lo que Alicia podría soportar.
-No hablemos de fracasos. ¿Cómo van tus cosas? –Alicia trató desesperadamente de desviar de tema.
-Magníficamente. Como te dije, Roque y yo ya estamos conviviendo…y el sobrino, Gabriel…bueno, parece que rompió con Mariana.
-Sí. Ni ella ni yo tenemos suerte en el amor, creo.
-Tonterías. El mundo no se acaba porque un par de idiotas no sepan valorar lo que se pierden con vos y tu hija. A propósito. Ya no estás más en nuestra oficina. Me enteré que pediste el paso de sección. Ahora estás en el cuarto piso.
-No tan lejos que no podamos vernos.
-Realmente debió ser un fiasco lo que pasó con Solanas ¿no? Puedo entender porque ya no querés tener que vértelo todos los días.
Alicia contestó con una sonrisa mustia a esas palabras. No. Su amiga jamás podría entenderlo…ni saberlo.
Se llevó a los labios su taza de té y la bebió despacio. Se sentía horriblemente mal y tenía que estar allí, sonriendo. Simulando que nada importante había acontecido. Mintiendo a los demás y mintiéndose a sí misma.
Y sintiéndose más sola que nunca.



Caminaba en busca de la parada del obmnibus que la llevaría al barrio de San Telmo en donde residía después de haberse despedido de Rossana, cuando un automóvil se le puso a la par.
-Alicia…- dijo una voz.
Ella se volvió y miró a la ventanilla desde donde asomaba el rostro del conductor y al descubrir de quien se trataba su corazón dio un vuelco.
-Alicia…por favor…quiero hablar con vos. Subí- dijo en tono casi implorante Gabriel Dimarco.
Ella tuvo impulsos de cruzar la calle corriendo pero la disuadió el comprobar que los vehículos en aquella avenida iban y venían como flechas.
-Por favor…-volvió a rogar él y detuvo el automóvil.
-Dejame en paz…-murmuró Alicia.
Pero un instante después se detuvo. La portezuela del lado del conductor se abrió y Gabriel salió del vehículo. Se miraron. No hubo palabras. Ella se mordió los labios y en silencio rodeó el automóvil y abriendo la portezuela del lado del acompañante entró al rodado.
Gabriel se acomodó al volante y partieron.
-Rossana comentó anoche, durante la cena que hoy iban a verse en la confitería. La seguí cuando salió de casa y esperé que te separaras de ella.
Alicia se tomó la frente y bajó la cabeza.
-¿Te llevo a tu casa…?
La mujer negó con la cabeza. La angustia la estaba devorando día tras día y sin que pudiera evitarlo comenzó a sollozar.
-¿Qué te pasa?
Pero ella no contestaba y seguía sollozando. Gabriel condujo a través de unas cinco cuadras hasta descubrir una plaza. Allí buscó un lugar para estacionar y detuvo el coche.
-Por Dios…¿Qué te ocurre, Alicia?
La mujer se refugió en sus brazos y lloró entre espasmos que retorcían su cuerpo. La angustia ganó al muchacho que la apretujó mientras le acariciaba los cabellos. Así, en esa doliente posición estuvieron por largos minutos hasta que al fin ella fue calmándose poco a poco. 
Alicia sacó un pañuelo de su cartera, se secó los ojos inflamados por el llanto y luego se sonó las narices. Entonces la mano de Gabriel acarició suavemente su mejilla.
-Esto no es por mí, ni porque ya no somos más que amigos con Mariana. Es por otra cosa ¿verdad?
Ella cerró los ojos y asintió con un gesto.
-Decime porque estás así.
Alicia denegó con otro gesto. Jamás se lo diría ni a él ni a nadie.
-Rossana comentó que no volviste muy bien del viaje que hiciste con Solanas a Mar del Plata…y que pediste el pase de sección. ¿Qué ocurrió allá?
-No importa. Gracias por consolarme. Por favor…¿Me podés llevar a casa? Mariana va a llegar en menos de una hora.
-Está bien-dijo él.


Veinte minutos después el vehículo se detenía a una cuadra del edificio en que vivía Alicia y eso, por pedido de ella. Ya era plena noche en las calles.
-Nuevamente gracias.
-Alicia…
-¿Qué?
-Quiero verte…
-Por favor, no…es una locura, yo…
Y entonces él la besó en los labios. Y ella replicó a ese contacto echándole los brazos al cuello y respondiéndole con pasión, totalmente loca, descontrolada y ¿por qué no? desesperada.
-Mañana pasaré a buscarte a la salida de tu trabajo- le alcanzó a escuchar a Gabriel cuando salió del coche, casi huyendo de él.
Esa cuadra que la separaba de su domicilio la recorrió con pasos apresurados y el corazón golpeando como un enloquecido pistón dentro de su pecho.



CAPÍTULO DOCE


Aquellas horas de trabajo en la oficina le parecieron una eternidad. A duras penas logró concentrarse en su labor. Afortunadamente y al haber pedido el pase de sección ya no tenía que ver a ese monstruo llamado Alfredo Solanas.
Cuando el reloj marcó las 7 p.m. salió como disparada de su silla y saludando con premura a sus compañeros abandonó la sala de trabajo, llegó al pasillo y abordó un ascensor que la condujo con rapidez a la planta baja del edificio de la empresa.
Salió a la calle. Ráfagas de cortante viento helado  cruzaban la oscuridad invernal. Se levantó el cuello de su abrigo y caminó rápido.
No veía el coche de Gabriel por ningún lado. Eso le provocó una amarga sonrisa. Seguramente él no vendría. Ansiaba abordar el obmnibus que la llevaría hacía el barrio en que vivía, poder cenar con Mariana y luego desplomarse en la cama.
Y entonces escuchó unos pasos a su espalda y una voz que conocía demasiado bien le dijo:
-Aquí estoy.
Se detuvo, volvió la cabeza y lo vio. Gabriel había estado caminando tras ella como una sombra y ella no lo había advertido. El la tomó del brazo.
-N-no ví tu coche.
-No lo traje por temor que al verlo, decidieras escapar. Por favor, Ali. Tenemos que hablar- y mientras esto decía, sin soltarle el brazo la hizo cruzar la calle rumbo a un bar que estaba ubicado en la cercana esquina.
Entraron y una bocanada de aire frío se coló en el interior del local con ellos. El muchacho buscó una mesa y tomaron asiento. Enseguida apareció el mozo y Gabriel pidió dos cafés dobles.
-Anoche estabas mal y estoy casi seguro que Solanas tiene que ver con eso.
Ella asintió en silencio. ¿Para que negarlo? El horror de las horas vividas aún estaba intacto en su alma. Entonces percibió la mano de él posándose sobre la suya. Ese contracto tuvo la virtud de reconfortarla.
-Hoy fue mi último día de trabajo en la empresa. Envié mi telegrama de renuncia. No puedo…no puedo seguir trabajando más allí.
-¿Qué te hizo ese miserable?
La hermosa boca de Alicia se crispó y sus ojos se humedecieron. Su expresión era demudada, como si de pronto fuera a ponerse a gritar. Pero nada salió de sus labios. Gabriel oprimió su mano.
-Si es lo que sospecho, voy a romperle la cara a ese bastardo…-una mueca de furia desfiguró el rostro de Gabriel.
-N-no. Olvidalo. No vuelvas a mencionármelo.
Llegó el mozo con la bandeja y las dos tazas de café. Depositó las tazas sobre la mesa y se marchó. Alicia aferró el asa de la suya y bebió unos sorbos, como si con el caliente brebaje quisiera alejar el frío que la embargaba. Pero el frío estaba en su alma.
-Te amo-dijo de pronto él.
-Estás loco. Yo te presenté a mi hija Mariana, saliste varias veces con ella. Mariana me dijo que estaba segura que te habías enamorado de otra mujer. Lo que estás diciendo es casi una aberración. No puedo competir con mi hija y…
-No hay tal competencia. Mariana es una muchacha deliciosa, no cabe duda. Pero no la amo como un hombre debe amar a una mujer. Desde que te conocí, no puedo sacarte de mis pensamientos…
Alicia negó con la cabeza. Si algo le faltaba en el caos en que su vida se había convertido en aquellos días era…esto. No pudo más y se levantó de su asiento. Con paso ligero tomó el rumbo de la salida del local.
Gabriel arrojó un dinero sobre la mesa y fue tras ella. La alcanzó en la vereda. Hubo un forcejeo y ella terminó rompiendo en llanto y refugiándose entre sus brazos. El le alzó la barbilla y la besó larga y apasionadamente.
Los resortes defensivos de la mujer se aflojaron. Se entregó a ese beso sin oposición ni condiciones. Se sentía tan desoladoramente sola y Gabriel era el madero en el que se refugiaba en medio de la tormenta de angustia que la embargaba.
-Te quiero. Te quiero- le repetía él mientras se ocupaba de hacer señas a un taxi que apareció ante ellos.
Abordaron el vehículo. Alicia se dejó llevar. Solo le importaba estar cobijada en su pecho, rodeada de sus brazos protectores, mientras sollozaba como una niña asustada.
-Quiero amarte, Alicia…-le susurró.
Ella lo miró a los ojos y con esa mirada y sin palabras le dijo que sí.



Gabriel le acarició los cabellos y la besó suavemente en el cuello. Los labios del muchacho ahora rozaban sus mejillas hasta llegar a su boca y sellarla con un beso. Ambos estaban desnudos en aquel cuarto de albergue transitorio en que, camino a su casa, Gabriel la había conducido.
Alicia no pensaba claramente en lo que hacía. Lo que único de que era consciente era el hecho que necesitaba desesperadamente sentirse amada, contenida, valorada.
Y ahora los labios de Gabriel besaban sus senos y su lengua se detenía en sus erectos pezones. Alicia gemía y sus manos se crispaban sobre la espalda de su joven amante que estaba montado sobre ella.
A él lo enloquecía el perfume que emanaba de su piel de mujer. Ahora la besaba en las mejillas, en la frente, en los ojos y ella respondía fogosamente a esos besos.
Cuando el miembro viril la penetró ella experimentó como una explosión en su cabeza. Las embestidas del joven varón sacudieron los ámbitos más íntimos de su ser. Ahora Alicia mezclaba grititos y gemidos sumida en el paroxismo del placer.
Sus orgasmos llegaron como tibia cascada inundando los rosados pétalos interiores de su femineidad. Cruzó sus piernas en torno a la espalda de Gabriel, aprisionándolo, como si quisiera extraer todos sus jugos varoniles y eternizar aquel momento.
La posterior descarga del semen de su amante inundó su hambriento gineceo. Mil tambores batieron en las sienes de Alicia, ya transportada a las cumbres del placer.
Y luego llegó la distención, la flojedad, el abandono de los músculos que se relajaban. Gabriel se volcó a un lado y quedó respirando fatigosamente, apoyando su cabeza entre los turgentes senos de la mujer.
Poco a poco ambas respiraciones fueron recuperando su frecuencia normal. Ella comenzó a jugar con su mano sobre los cabellos del joven amante.
-Te amo…-susurró él.
-Yo también te amo. Por Dios…estoy completamente loca pero te amo…-respondió ella. Y no mentía. En esos instantes la verdad que obstinadamente trataba de callar rompía las cadenas, se liberaba.
-¿Es cierto?-él alzó la cabeza y la miró.
Alicia contestó afirmativamente con la cabeza. Su mano seguía jugando con el cabello del muchacho. La mujer podía sentir que nada importaba. Ni la diferencia de edad, ni la situación en que estaban…y ni siquiera Mariana.
Y en ese punto de su pensamiento se horrorizó. ¿Por qué las cosas tenían que ser así? El destino le estaba efectuando una maldita jugarreta. Si a alguien estaba destinado Gabriel era a Mariana. No a ella, que era la madre. Cerró los ojos.
En ese instante su celular comenzó a sonar dentro de la cartera. Se incorporó de la cama, fue, la abrió y tomó el aparato. Era Mariana quien la llamaba.
-Mami…¿que pasa? ya deberías haber llegado a casa…¿te encontrás bien?
-Si, mi cielo. Me demoré con algunos compañeros de oficina en un restaurante. Había un festejo. Ya estoy en camino a casa.
-Ah; me tranquilizás. Con todas las cosas malas que están pasando últimamente. Te quiero.
-Yo también. Chau.
Cortó la comunicación. Gabriel la miraba. Contemplaba su desnudez y súbitamente Alicia sintió que la angustia volvía a ganarle el alma. Estaba engañando a su propia hija con el hombre que ella amaba. El horror de la situación hizo que se cubriera instintivamente los pechos, tomara sus ropas y se metiera rápidamente en el baño a vestirse.
Un par de minutos después salía del baño ajustándose el vestido y tratando de arreglarse el peinado.
-Vámonos rápido de aquí.
-Pero…
-Por favor, Gabriel. Esto no debió ocurrir nunca entre nosotros…



El taxi se detuvo frente a la entrada del edificio en donde Alicia vivía. Bajaron y Gabriel le hizo señas al chofer que lo esperara.
-No volverá a suceder. Yo…yo estaba desesperada, estaba loca…solo así pudo suceder lo que sucedió…pero no más, Gabriel. No más…
-Dijiste que me amabas. Y te dije que no amo a tu hija. Somos buenos amigos y nada más que eso.
-No importa. Así no vuelvas a verla y quizás eso sea lo mejor para todos; tampoco debés volverme a ver a mí. No de este modo, por lo menos. No serás de Mariana, pero tampoco podés ser mío. Entendelo. Hay varios abismos que nos separan…
El quiso protestar y detenerla pero ella casi escapó con rumbo a la entrada del edificio. Gabriel se quedó parado, mirándola como desaparecía tras cerrar la puerta principal. Luego, cabizbajo desandó camino hacia el taxi que lo esperaba.



CAPÍTULO TRECE



-Me tenías preocupada, mami. Debiste avisarme por el celular. Bueno, ya está. Llegaste a casa y todo está bien- con estas palabras y un abrazo, Mariana recibió a su progenitora cuando ésta entró al departamento.
-Te hago la cena y…
-No, gracias. Ya comí. Vine con hambre de la “facu” y me cociné unas hamburguesas. 
Alicia se detuvo a observarla. Mariana lucía esplendorosa y no cesaba de sonreír.
-Bien…¿Cuál es la buena noticia?-preguntó Alicia.
-Ah, sabía que te ibas a dar cuenta…bien dicen que nosotras, las mujeres poseemos un sexto sentido.
-¿Aprobaste esa materia que te tenía tan mal últimamente…?
-Si; eso también.
-¿Qué significa “eso también”?
-Mami. Estoy enamorada.
Siguió un silencio que pareció eternizarse entre ambas. Alicia sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral. Un par de horas atrás había hecho el amor furiosamente con el hombre de los sueños de su hija. Supo con certeza que cuando la situación se descubriera Mariana jamás se lo perdonaría.
-Yo…yo tengo que decirte algo….no sé si me vas a entender…si me vas a perdonar…
-¿Entender…? ¿Perdonar? ¿A que te estás refiriendo, mamá?
Alicia no pudo soportar la mirada inquisidora de su única hija y le volvió la espalda. Se retorcía frenéticamente las manos conteniendo una sensación de náusea y angustia en la boca del estómago.
-Mamá…¿Qué te pasa? ¿Te sentís mal? Te estoy diciendo que soy inmensamente feliz y…no entiendo, mamá…por favor…
-Es que yo…
-¿Vos …qué?
Alicia dio unos pasos tambaleantes y tomó asiento en el sofá. Allí clavó los codos sobre sus pantorrillas y ocultó su rostro entre sus manos. Mariana se sentó a su lado.
-N..no puedo decírtelo…no me atrevo a decírtelo…es…casi repugnante…
-Mamá…por favor. Me asustás. ¿Qué pasó?-tomándole la cabeza, Mariana la obligó a levantar el rostro.
-Gabriel y yo…
-¿Gabriel y vos…qué? 
-Te juro que si hubiera en mis cabales jamás habría ocurrido… pero vos no sabés por todo lo que he pasado en los últimos días…
-Un momento. Un momento. ¿Qué pasó entre Gabriel y vos?- Mariana la miraba con expresión seria y reconcentrada. 
-Pasó…todo.
Los ojos de la muchacha se abrieron grandes como platos.
-¿Querés decir que… te acostaste con él…?
Alicia asintió con los ojos arrasados por las lágrimas y luego se largó a sollozar estrepitosamente. Atrapó la mano de su hija y se aferró a ella cual náufrago que toma contacto con un madero en medio de las encrespadas aguas del temporal.
-Perdoname…perdoname…sé que vas a odiarme de por vida por esto…mi chiquita…
Mariana volvió a hacerle levantar el rostro.
-¿Perdonarte? Mami…me pone muy feliz…
Alicia la miró, desconcertada. Seguramente no había entendido bien lo que Mariana le estaba diciendo.
-Sí, me pone muy feliz. Feliz de que vuelvas a estar viva. ¿Creés que me importa que el hombre que te gusta tenga unos pocos años más que yo? No hay nada que disculpar por eso…¡la alegría es doble para nosotras, mamá!
-No comprendo nada de que estás hablando. Vos y Gabriel…vos lo amás…
-No-Mariana negó con la cabeza-no. Es un gran tipo, salimos y nos divertimos y todo eso, pero aunque creí que lo amaba, descubrí que eso no es cierto. Jamás pasamos de la categoría de amigos….no, no te preocupes por eso.
-Pero…
-Esas fueron tus ilusiones. “Tengo que conseguirle un novio a Mariana” pensaste y Gabriel te pareció una buena opción. No tenés mal gusto, debo admitirlo. Pero no congeniamos. No en ese sentido que debe unir a una pareja. Además, el corazón te traicionó…¿verdad?
- No puedo negarlo. Pero…entonces…¿de quién estás enamorada?
Mariana se levantó del sofá y fue hasta la mesa. Allí estaba su celular. Lo tomó y volvió a sentarse junto a su madre. Lo activó y una foto apareció en la pequeña y luminosa pantalla.
Era la foto de Mariana…abrazada a un muchacho desconocido.
-Marcos Villalba, compañero de estudios. Un tipo que sueña con las estrellas al igual que yo…el corazón es una cosa rara. Cuando comencé a salir con Gabriel también comencé a pensar en Marcos. Lo tenía como un compañero, un amigo…y de pronto, un día lo vi con otros ojos. Y me di cuenta que era una tarada. Que él estaba también enamorado de mí. Y que yo lo amaba.
-¡Ay, nena!- Alicia emitió un enorme suspiro.
Y las dos se fundieron en un prolongado abrazo.



-¿Te enteraste?
 Rossana Flores dejó a un lado la taza de té que acaba de vaciar sobre la mesa de la confitería en que ambas estaban y la miró con ojos atentos.
-¿Algún chisme de oficina? Ya hace un mes que renuncié y estoy buscando trabajo. De modo que nada sé sobre lo que pasa allí-replicó Alicia revolviendo el edulcorante con la cucharita.
-Si es por trabajo, no te preocupés. Hablaré con Roque y tendrás un lugar en su estudio de arquitectura. No, yo hablaba de Solanas.
-¿Solanas?
-Si, el señor Alfredo Solanas, el “caballero” Solanas, elegante, frío, meticulosamente formal y terrible HDP.
-¿Qué ocurrió?
-Trató de seducir a una empleada. Le fue mal. La chica lo acusó por malos tratos e intento de violación. Lo despidieron y ahora está preso.
La mano de Alicia que tenía alzada la taza en el aire, depositó la taza temblorosamente en la mesa.
-A vos te pasó algo feo cuando viajaste a Mar del Plata con él ¿no?
Alicia no se atrevía a mirarla a la cara.
-Sí. No hace falta que me contés detalles. Siempre supe que ese tipo era un reverendo hijo de puta, que estaba con la chaveta zafada. Nunca me gustó. Bueno, a decir verdad nunca le gustó a nadie en la oficina.
-No es más que un pobre hombre, Rosy. El engaño de su esposa hizo que tomara un odio insensato hacia las mujeres.
-¿Y todavía lo disculpás? A cuantas pobres diablas les habrá hecho lo mismo. Ahora que no está en la empresa se van a respirar mejores aires en la oficina.
-No lo disculpo. Trato de comprenderlo. Los seres humanos hacemos cosas equivocadas a veces.
Rossana frunció los labios con un gesto despectivo.
-Por mí que se pudra. Hablemos de cosas lindas. ¿Ya compraste el vestido?
-¿Vestido…?
-El que vas a lucir como madrina en mi casamiento. ¿O te olvidás que a fin de mes me voy a convertir en la señora del arquitecto Roque Dimarco?
-Ay, por Dios ¡No! Mañana mismo voy a comprármelo. Y si me acompañás, lo elegimos entre los dos.
-Además, en la boda va a estar Gabriel…
-¿Gabriel?
-No te hagás la tonta.  Gabriel, el sobrino de Roque con el que pronto vas a verte más seguido en el estudio. Ya te dije que voy a conseguirte empleo como secretaria allí. Ese va a ser el regalo de bodas que le pediré a mi flamante marido.
-Rosy, sos un ángel. Pero Gabriel y yo…tengo unos cuantos años más que él.
-Humm…¿lo decís para que tenga envidia?-una sonrisa malévola se dibujó en los labios de Rossana.
-Es una relación que no tiene futuro. Un día me mirará y comprenderá que me estoy poniendo vieja…
-Ese día está lejano todavía. Y ambos tienen mucho por vivir. Te has habituado tanto a la soledad que no te creés con derecho, no te creés merecedora de volver a sentirte viva. De disfrutar de un hombre. Vivimos en una sociedad de consumo de “gente que consume gente”
-No te entiendo.
-Que varones y mujeres no se privan del sexo, no le temen, a lo que temen es a los sentimientos. Porque los sentimientos crean compromisos. Es una sociedad plagada de egoísmo. En la que cada uno cuida su propio terreno y no le dedica tiempo al otro. Todos juegan a ser eternamente jóvenes, a saltar de cama en cama. Yo lo hacía, no tengo cara para negarlo. Hasta que conocí a Roque…y me ganó su dulzura. Además, mi`hijita ya me estoy acercando a los cuarenta. Quiero tener hijos, una familia. Ya “picoteé” bastante por ahí. El reloj biológico es implacable…
-Tenés razón en todo lo que decís. Pero en mi caso y en el de Gabriel los relojes biológicos son distintos, no coinciden.
-No. Lo que coincide entre ustedes son los sentimientos.
-Que un día desaparecerán
Rossana se encogió de hombros: ¿Alguien puede dar garantías en asuntos del corazón? Todo se termina, la vida misma. Pero no disfrutar de lo que nos hace felices pensando en que un día va a terminarse, es como no querer vivir al tener la certeza que también un día tendremos que morir.
Alicia dio una risita y agitó la cabeza.
-Andá, buscalo y hacelo tuyo. Comelo. Devoralo, antes que alguna otra lo haga. No seas tonta.
-Te quiero, Rosy. Sos la hermana que nunca tuve y que me habría gustado tener.
-Ah, una cosa… 
-¿Qué?
-Te envidio.



CAPÍTULO CATORCE



-Marcos, te presento a mi mamá.
-Mucho gusto, señora.
El joven de rubios cabellos y anteojos besó la mejilla de Alicia ante la gran alegría de la muchacha, quien luego lo tomó del brazo y se lo llevó al comedor del amplio departamento del viejo barrio de San Telmo.
-Enseguida va el café, chicos-anunció una dichosa Alicia.
No era para menos, todos los fantasmas que la habían atormentado en los últimos tiempos se retiraban como oscuros nubarrones barridos por un viento liberador. Casi podía decirse que tocaba el cielo con las manos. Mariana ya tenía novio y por su propia elección, sin ayuda de nadie…ni siquiera de ella.
Escuchó las risas de los jóvenes mientras llevaba la bandeja con el servicio de café con rumbo al comedor.
Todo estaba perfecto. Solo faltaba dar un paso para obtener lo que completaría su dicha.
¿Se atrevería a darlo…?


El gran salón estaba vivamente animado por los invitados y personal de servicio que los atendía. En la ceremonia religiosa Rossana Flores había lucido primorosa, enfundada en su blanco vestido de novia y Alicia en su papel de madrina de casamiento, lucía un ceñido vestido negro que resaltaba sus estupendas formas de mujer y no cesaba de atraer las miradas masculinas..
Copa de vino blanco en mano saludó a Mariana y a su novio, Marcos Villalba que, tomados de la mano se hacían arrumacos en un rincón.
“Hacen una estupenda pareja”-se dijo.
Ahora su mirada buscaba a Gabriel. Habían cruzado algunas palabras en la boda efectuada el día anterior en el registro civil. Y poco menos que ninguna en la iglesia cuando el sacerdote bendijo la unión de Rossana y Roque.
Cierto era que  cuando Alicia había tratado de entablar conversación pero él, de modo vago había rehuido aquel intento de contacto dejándola perpleja.
¿Qué significaba tal actitud? Tal vez solo podía tratarse de una cosa: el muchacho había tomado conciencia de todo lo que separaba en cuestión amatoria a alguien de menos de treinta años con respecto a alguien que ya pisaba los cuarenta.
No podía culparlo, reflexionaba Alicia con profunda tristeza. De pronto, mientras deambulaba entre los invitados (había muchos ex compañeros de oficina allí) saludando a diestra y siniestra, descubrió a Gabriel.
El impulso de ir hacía él quedó trunco cuando advirtió que el muchacho no estaba solo. Una bella joven le sonreía y dialogaba con él. Un gusto amargo subió a la boca de Alicia cuando advirtió que la joven acariciaba la mejilla de Gabriel.
Se sintió antigua, vieja, desfasada. Con furia y amargura empinó lo que le restaba del vino blanco que contenía su copa.
Sus tontas ilusiones estaban muertas, marchitadas como plantas acribilladas por la helada. Pero al fin y al cabo lo que verdaderamente  importaba era la felicidad de Mariana. Y si ese era el precio que debía pagar, el de su soledad, lo haría gustosa.
Aquella noche y tratando de no pensar bebió más de la cuenta en la boda de su entrañable amiga Rossana Flores.



Se encontraba pasando la aspiradora sobre el piso de parquet de su departamento cuando el timbre del portero eléctrico se dejó escuchar. Mariana se había marchado una hora antes con rumbo de la facultad y Alicia estaba plenamente dedicada a las tareas domésticas.
El timbre del portero eléctrico seguía sonando. Apagó la aspiradora fue y atendió.
-Soy Gabriel-dijo una voz del otro lado de la línea.
Alicia tuvo una sensación de vértigo como si el piso que estaba bajo sus pies se hubiera puesto a bailar, zarandeándola.
-¿Qué querés? Mariana no está y además ya tiene novio- dijo.
-No vine a ver a Mariana. Vine a verte a vos.
-No pierdas tu tiempo conmigo. 
-Ali, abrime por favor.
La aludida inhaló fuerte y tomó aire y luego tocó el botón que franqueaba la entrada al edificio. Unos minutos después escuchó el chasquido del antiguo ascensor al detenerse en el piso en que habitaba. Después sonó el llamador de la puerta.
Con mano temblorosa fue y abrió. Allí, recortado en el marco de la puerta estaba él. Alto, varonil, desafiante.
-¿Puedo pasar?
En silencio, ella se apartó y le permitió entrar.
-¿Puedo preguntar porqué no te presentaste a trabajar en el estudio ayer? Rossana y mi tío Roque partieron en viaje de luna de miel al Caribe y yo…te estaba esperando.
-No tuve oportunidad de decirle a Rossana que no trabajaré allí. 
-¿A que se debe esa decisión…?
-No tengo porque explicarte mis asuntos personales. Tal vez encontré otro trabajo en el que me siento más cómoda.
El se acercó y la tomó de los hombros. Ella trató de resistirse pero la potencia varonil del jóven se lo impidió.
-Estás mintiendo. No te presentaste porque sabías que yo estaría allí, en el estudio. Y te estaba esperando…
-¿De verdad? Parecías bastante entretenido la otra noche en la boda con la muchachita esa. Tenés buen gusto, debo decir.
-¿Celosa?
-¿Como se te ocurre? ¿Por qué debería estarlo? Lo que pasó entre nosotros…fue porque yo estaba en un mal momento. No quieras sacar partido de eso. Soltame, por favor. Soltame, te digo.
-Te ignoré deliberadamente estos días. Te hice sufrir un poquito, solo un poquito de todo lo que vos me hiciste sufrir a mí. Una pequeña revancha, digamos…-el rostro de Gabriel se acercaba peligrosamente al suyo y aquellas manos como garfios le impedían a ella  separarse y tomar distancia. 
-Estás…estás loco.
-Por vos.
Y la besó largamente en los labios. Entonces, las últimas resistencias de Alicia se desmoronaron. Le cruzó los brazos al cuello y prolongó aquel beso poniendo en la acción toda su soledad y pasión de mujer madura.
-Creí que te había perdido…-le susurró cuando pudo despegar su boca de la de él.
-Nunca vas a perderme.
Ella cerró los ojos. Sabía quizás que eso no era cierto. Que alguna vez en el futuro él recordaría las distintas edades que los separaban. Porque en cosas así la vida suele ser particularmente implacable. Pero en aquel momento tales asuntos no importaban.
“No le temas a los sentimientos. No le temas a los compromisos. Andá y hacelo tuyo. Comelo, devoralo…antes que otra lo haga…” las palabras de Rossana martilleaban en su cabeza mientras Gabriel comenzaba a besarla en el cuello, en la mejilla y nuevamente en la boca.
En cuestiones de amor…¿Quién puede dar garantías sobre el futuro? Era maravillo estar allí, con él. Mientras las oleadas de placer y felicidad la invadían. Maravilloso no saberse sola, maravilloso sentirse amada y deseada.
Lo aferró de la mano y lo llevó a través del pasillo rumbo a su dormitorio. Abrió la puerta del cuarto y por un instante, un brevísimo instante, contempló la cama perfectamente tendida. Y al hacerlo recordó sus noches solitarias, hambrientas de amor y plagada de tristezas íntimas.
Con presteza ambos se despojaron de sus ropas. Y luego los labios de Gabriel se pegaron a los suyos como ventosas mientras sus manos la acariciaban ávidamente.
“No le temas a los sentimientos. No le temas a los compromisos. Andá y hacelo tuyo, comelo, devoralo…antes que otra lo haga”-volvieron a repetirse las palabras de aquel consejo en su cabeza.
Y en esa mañana de fuego y pasión eso fue exactamente lo que hizo.


FIN



(c) Armándo Fernández 2015

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